Escucho los tambores de Semana Santa, son rítmicos, incansables, machacones. Están ensayando en algún lugar no muy lejos de mi casa de Barbastro. Leí en alguna parte que la tradición de hacer sonar bombos y tambores en recuerdo de la muerte de Cristo era un remedo del terremoto y las tormentas y truenos y relámpagos que se precipitaron sobre Jerusalen cuando Jesús exhaló su último suspiro en la cruz. Me pregunto si cuando resucitó respiraba, tal vez no lo hacía pues había muerto. Pero le habló a María Magdalena y al incrédulo Tomás, y el sonido de la voz sucede cuando el aire de los pulmones agita las cuerdas vocales, así que evidentemente sí, respiraba y, por tanto, los tambores que ahora escucho no rinden memoria al último suspiro del hijo de Dios sino al penúltimo. Sí, de vez en cuando me enredo en este tipo de pensamientos absurdos. Dejar fluir libremente el pensamiento es agradable cuando el día se acerca a su fin. Los campos que circundan esta pequeña ciudad no admiten más agua tras las lluvias incesantes de las últimas semanas. Incluso yo suspiro por un poco de sol y de calor. Por la tarde escampó y por eso ahora ensayan las cofradías en algún solar al otro lado del río Vero. El redoble de sus tambores no cesa, como no cesaba la lluvia antes que ellos. La hierba crece y crece por todas partes.
domingo, 23 de febrero de 2025
Domingo de sol
Domingo de sol en Zaragoza. Empujo la silla de ruedas donde está sentada mi madre mientras a mi lado caminan mi padre y Maite. Hablan de banquetes y fiestas del pasado, cuando nos reuníamos toda la familia por cualquier excusa; hablan de alegría y celebración de la vida. A nuestro alrededor la gente pasea bajo la luz prodigiosa de este día de febrero. Observo la blanca cabeza de mamá, el terrible corte de pelo que le perpetraron en el Centro de día a donde acude de lunes a viernes, y vuelvo al sueño de la madrugada pasada. Estábamos en la casa del huerto en el pueblo, o más bien en una mezcla entre esa sala y el comedor del piso de la calle Fita, eso que a menudo sucede en los sueños. Mi madre reía y hablaba y nos miraba a todos sobre la mesa llena de la comida de siempre: mejillones cocidos con su salsa secreta, huevos rellenos, canelones, ensalada de pimientos asados. Estaba sana, brillante, guapísima, habladora, sus ojos negros e inteligentes observándonos a todos, a mis hermanos, a nuestras parejas, a nuestros hijos e hijas. Mi padre estaba a su lado, también contento y feliz. Desde mi silla yo sabía que estaba soñando, era absolutamente consciente de que esa reunión estaba sucediendo mientras dormía, y contemplaba a mi madre deseando que ese momento no terminase nunca. Oh, disfruté tanto de esos minutos u horas. Luego el sueño se disolvió sin aviso ni estridencia ni dolor. Volvemos a casa por la calle Bilbao, salimos al Paseo de Pamplona y cruzamos el semáforo frente a la antigua Facultad de Medicina. Mi padre y mi mujer hablan de los buenos tiempos sin un atisbo de tristeza, alegrándose de haberlos conocido y disfrutado. Tampoco yo estoy triste, pues puedo recordar el sueño que guardaré para mí. El sol brilla en el cielo sobre los árboles y los edificios y los coches de colores aparcados en la acera. No hay luz más maravillosa que la del sol en invierno.
domingo, 16 de febrero de 2025
Fotones
Poco a poco la oscuridad es sustituida por la luz que se filtra a través de la persiana de la ventana. El proceso es casi imperceptible, al principio en forma de fotones oscuros, luego grises y lechosos hasta hacerse, segundo a segundo, transparentes. Mi cuerpo yace sobre la cama, inmóvil. Mañana de domingo en Zaragoza. Ayer me acosté pronto. Últimamente el cansancio me vence a partir de las nueve y media de la noche, lo que causa que me despierte espontáneamente muy temprano. Me gusta quedarme despierto bajo las sábanas durante muchos minutos, sin prisa, regresando.
lunes, 3 de febrero de 2025
Woke
Asistí con espanto a la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Vi y escuché sus delirios, su mala educación frente al presidente saliente, su violencia, sus mentiras. Como tantos otros habitantes del planeta, me pregunté cómo era posible que seres humanos normales, con la mínima empatía y buenos sentimientos que se le suponen a una persona capaz de vivir entre sus semejantes, hubieran decidido votar a alguien tan canalla y enfermo de odio. Estuve mal durante días, padecí ansiedad, me costaba aceptar que en el último tercio de mi vida iba a contemplar la llegada de un nuevo fascismo que, como el que padeció el mundo el siglo pasado, viene también acompañado de la banalización de pensamientos y acciones abominables. Berna González Harbour lo definía muy bien el otro día: "El tiempo de los valores que cimentaron nuestro mundo se esfuma, y en su lugar revive la peor esencia de la humanidad, la de los periodos en que no sabemos contener la maldad." Mi hija me dijo, porque me conoce, que cuidase mi salud mental, que no me dejase arrastrar por pensamientos estériles, y eso intento. Finalmente sólo puedo actuar en la realidad que me envuelve día a día, opinando, dando ejemplo con mis acciones y negándome a aceptar, por activa y por pasiva, comportamientos y expresiones racistas, machistas, homófobas y clasistas. Ignoro qué sucederá en el futuro, cómo nos adaptaremos al cambio climático -que existe al margen de quienes afirman que existe y quienes lo niegan, lo mismo que existen los días, las semanas y los meses. Febrero de dos mil veinticinco existe y comienza ahora. Yo existo, creo, y en estas páginas doy testimonio de ello, si alguna vez sucedió.
martes, 7 de enero de 2025
Otro lugar
Todo es lo de antes y, sin embargo. Hoy es martes, y mañana miércoles. Se ha hecho de noche poco a poco, imperceptiblemente y perceptiblemente al mismo tiempo. Comienza un nuevo año en mi cultura, mi civilización, mi ámbito político y religioso; comienza un nuevo año en mi mundo y se llama dos mil veinticinco. He conocido otros en el pasado, que emergieron y desaparecieron tras doce meses y cuatro estaciones de vértigo tranquilo. No soy más que el musgo que crece en la corteza del árbol que mira hacia el norte; no soy menos que la piedra pulida durante siglos por la corriente de un pequeño arroyo de montaña que nadie ha visto jamás. Llegó la noche y me rodea ignorándome, como hacen los gatos. Me acostaré, cerraré los ojos y algo no necesariamente parecido a mí los abrirá en ese mismo instante en otro lugar, en otro mundo, otro planeta, otro tiempo.
viernes, 3 de enero de 2025
Cabo de Hornos
Tercer día de este año dos mil veinticinco de nuestro señor, frío como los días anteriores; frío como mi necesidad de días fríos en invierno, y la niebla, y los campos grises y verdes y marrones y otra vez verdes a izquierda y derecha de la carretera. Los reyes magos yacen bajo los escombros de los bombardeos de Israel, igual que los bueyes y burros despanzurrados en las granjas destruidas no muy lejos del mar antiguo. Me he perforado el lóbulo de mi oreja. Hace tiempo que quería hacerlo y fue cosa de medio segundo en un lugar apropiado. El primer arete se obtiene cruzando el Cabo de Hornos, y yo ya lo hice, y sobreviví a duras penas. Si cruzo el Cabo de Buena Esperanza podré ponerme otro en la oreja restante y, no menos importante, este marinero se ganará el derecho a cenar con los pies sobre la mesa sin que nadie pueda reprochárselo. Hoy he comido con mis compañeras de trabajo. La última comida de navidad, espero. Quiero descansar de lo extraordinario y hacerme el muerto flotando sobre el Mar de los Sargazos de lo cotidiano, lo cómodo, lo fácil. Me gustan las cosas fáciles, los días fáciles, los días fríos de invierno.