sábado, 31 de agosto de 2019

Treinta y uno de agosto

El fin de agosto sólo trae la esperanza del otoño, un otoño que, como sucede en los últimos años, durará un suspiro. Pero el invierno no me da ningún miedo, amo el primer día en el que mi aliento se convierte en humo ante mi boca al respirar, y las pocas heladas de los últimos tiempos que convierten todo en cristal.

Pero hoy termina agosto, un mes en el que no he trabajado y el mes también en el que nuestra hija y nosotros compartimos una semana en la Costa Brava. He cocinado mucho, he engordado dos kilos, he hecho muchas fotografías, he escrito cada día. Sigo adelante con mis pastillas matutinas y mis días absolutamente y exageradamente maravillosos junto a mis días de mierda en los que casi nada me importa.

Sé que, como mi madre desde que la conozco, nunca me curaré y debo aprender a vivir con la depresión y la ansiedad. Es lo que hago y, en ese sentido, escribir me ayuda (aunque no el compromiso de hacerlo cada día, eso también es verdad, pero yo me lo he buscado).

En realidad creo que vivir es algo muy extraño, muy raro, muy difícil de creer. Comencé a pensar de este modo en la adolescencia, que fue también cuando empecé a escribir. Expresar toda esta inconsistencia ayudaba a que no se desmoronara. Lo sigo haciendo ahora y por el mismo motivo que entonces.  Las estaciones, el calor, el frío, el humo del aliento en invierno. Ayudo a la vida aunque ella no lo sepa ni lo agradezca. Cada día recompongo como puedo el castillo de arena en la orilla de la playa donde las olas y las mareas vienen y se van.

viernes, 30 de agosto de 2019

Treinta de agosto

Hoy, todavía de vacaciones -me reincorporo el cinco de septiembre-, he ido al punto limpio del Ayuntamiento de Barbastro para dejar algunas cosas que espero que reciclen (siempre me queda la duda de si harán bien las cosas, algo ofensivo para esos trabajadores: si yo intento hacer el mío lo mejor posible por qué ellos no? Soy idiota, ya lo sé).

Aprovechando que las instalaciones están a unos pocos kilómetros de la ciudad, en la carretera de Berbegal, he conducido hasta un pequeño aeródromo muy rudimentario que hay pasada la autovía a la derecha. Allí he tomado el camino y he conducido muy despacio, en primera o segunda, casi al paso de una persona. El termómetro marcaba treinta y tres grados en el exterior de la vieja Picasso, cuyo aire acondicionado soplaba a todo trapo, apenas tapado por el sonido de la música. En esa zona no hay árboles, ni siquiera encinas carrascas o enebros, sólo campos de cereal de secano llanos u ondulados bajo un cielo alto muy azul donde navegaban nubes muy altas y desvaídas, como si constantemente estuviesen desapareciendo.

He decidido explorar el camino durante un buen rato rato y finalmente, después de casi una hora, he ido a parar al canal por donde siempre paseamos Maite y yo por un camino subsidiario que transcurre a través de dos granjas abandonadas. Antes de llegar a las granjas en ruinas, al girar en una curva, he sorprendido a una perdiz roja que ha salido volando a ras del suelo durante unos metros hasta alzar el vuelo. Era preciosa.

jueves, 29 de agosto de 2019

Veintinueve de agosto

Aunque la vida me engulla como
una ballena al abrir su inmensa boca
tragando toneladas de krill,
nada cambiará para mí. Soy
un diminuto camarón y,
al serlo, soy también una ballena y,
al serlo, soy el océano entero y,
al serlo, soy mi planeta, todo
mi sistema solar entero y
mucho más.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Veintiocho de agosto

El océano tranquilo,
negro como el betún
bajo un cielo
cuajado de estrellas.
Nada nuevo.
Todo nuevo.

Navego.

martes, 27 de agosto de 2019

Veintisiete de agosto

Iba a escribir mi entrada diaria en este cuaderno de bitácora -todavía recuerdo la época en la que los blogs se llamaban así-, cuando de pronto he oído el sonido de un avión a baja altura sobrevolando la zona donde vivimos en Zaragoza. Como en los últimos días han ocurrido tantos accidentes aéreos en España todo mi organismo se ha puesto inmediatamente en situación de alerta. El avión se ha ido y he respirado pausadamente mientras, al hacerlo, de pronto he pensado en quienes a partir de ese preciso sonido, el mismo que he escuchado yo, ahora mismo comenzaban a sentir un terror real en tantos lugares del planeta; ahora, en este preciso instante: escombros, sangre, muerte de niños y ancianos y familias enteras, sufrimiento, olvido mediático.

Y entonces me ha dado vergüenza escribir las primeras frases de este texto. ¿A qué puedo temer yo sino a un ictus, un cáncer, un infarto o cualquier otra enfermedad de las que morimos quienes no sufrimos bombardeos? Sé que alguna de ellas me expulsará del escenario, y no pasa nada, lo veo cada día en mi trabajo, en realidad es lo normal. Lo que no debería ser normal es morir, a los tres o a los ochenta años, bajo las bombas de un avión saudí o israelí.

Ahora todo está tranquilo a mi alrededor. Estoy muy lejos de la guerra y los incendios de la Amazonía, y la estación espacial gira ingrávidamente alrededor de mi mundo. Sé que el sufrimiento forma parte de la historia de mi especie, conozco del hallazgo de fosas comunes de jóvenes guerreros griegos de hace dos mil años con terribles heridas de espada. Soy un mono curioso, me gusta saber. Me gusta escribir aunque para hacerlo, a veces, deba imaginar el sufrimiento de personas que no conozco ni nunca conoceré. Jamás sabré si sirvió para algo.

lunes, 26 de agosto de 2019

Veintiséis de agosto

Mientras conducía hacia Zaragoza a través del desierto que la rodea, en las inmensas y lejanas nubes negras fulgían los relámpagos. Sin embargo, ya aquí, en el dormitorio de mi hija, constato que no llueve aunque tal vez lo haga esta noche.

Es muy difícil medir las distancias y altitud de las nubes. Una vez leí que los cúmulo nimbos que flotan en el cielo a menudo lo hacen a muchos kilómetros de altura. Los rayos que yo creía sobre Zaragoza desde el coche tal vez centelleaban a mucha más distancia.

Cuando he volado en avión sobre ellas siempre me he sentido un viajero espacial, sobre todo cuando, como ha sucedido en alguna ocasión, la nave ha tenido que introducirse en la tormenta para poder aterrizar y lo que era paz absoluta de pronto se ha convertido en un tramo de turbulencias, lluvia y oscuridad. Esos cambios radicales en la atmósfera me demuestran que habitamos "realmente" un planeta. El único en el que, por ahora, podemos sobrevivir y dar testimonio de ello. De vez en cuando necesito pruebas materiales de todo eso.

domingo, 25 de agosto de 2019

Veinticinco de agosto

En realidad, si lo piensas bien, todo es liviano, ligero, pasajero, fugaz como ese golpe de brisa en tu rostro que, como llegó, desapareció. Nada es tan importante como la consciencia, y ni siquiera esta lo es. La vida es un misterio que sucede y nada más.

sábado, 24 de agosto de 2019

Veinticuatro de agosto

Hoy me levantado desafinado, víctima de una desagradable sensación vertiginosa que, por desgracia, conozco bien. Hacía tanto tiempo que no me ocurría que ya casi la había olvidado. Lo que a las personas que nunca han padecido ninguna enfermedad mental les cuesta entender es que yo hoy, por ejemplo, estando de vacaciones, habiendo dormido bien, etcétera, me haya levantado mal, con la cabeza desafinada sin motivo alguno. Ya he aprendido que no debo buscar razones ni entrar en bucle, sino dejar que pase y se vaya y, si eso no sucede, recurrir a la química, que conmigo es lo único que funciona. Hasta ahora no ha sido necesario, y noto cómo poco a poco la conocida sensación va diluyéndose. Odio a mi cerebro cuando se empeña en fastidiarme. Me conoce mucho mejor él a mí que yo a él, y se aprovecha de ello. Qué cabrón.

viernes, 23 de agosto de 2019

Veintitrés de agosto

Cada verano, cuando disfruto de las vacaciones que me corresponden, más cuenta me doy de que podría vivir perfectamente estando jubilado. No tendría ningún problema. Me gustan demasiadas cosas y tengo demasiada curiosidad para poder aburrirme, y hasta eso sé: aburrirme.

Antes todos sabíamos aburrirnos. Cuando era niño y tenías que ir con tu familia a visitar a alguien en una casa donde sólo se oía el reloj de la pared, te sentabas en una silla y asumías que ibas a aburrirte como una ostra, y sin móvil, sin nada. Mirabas al vacío y te aburrías sin protestar porque estabas bien educado. A veces te daban alguna galleta, a veces no, pero no era el fin del mundo.

Creo que saber aburrirse es bueno, muy bueno. Tan bueno que ahora le llaman meditación. Abstraerte del tiempo y dejarlo pasar sin hacer un drama de ello. Yo sé hacerlo. Antes de escribir estas líneas he estado mirando la pantalla en blanco como media hora, y no exagero. Sin escuchar música ni nada, simplemente pensando qué podía escribir, por una parte, y que a partir del uno de enero de dos mil veinte se acabó escribir sí o sí cada día.

He pensado en que esta mañana he ido a comprar y me han parado para charlar cinco personas que me conocen del trabajo, es lo que tiene estar cara al público. A mí nunca me ha molestado, más bien al revés. Luego he estado un buen rato sin pensar en nada concreto hasta que he recordado que hoy me he levantado a las diez y media de la mañana. Hasta la mitad del mes de vacaciones seguía madrugando como cuando trabajo, pero ahora ya me he convertido en un jubilado poco madrugador. He pensado que este era un buen hilo del que tirar para escribir la página del diario de hoy. Porque sí: podría estar jubilado felizmente. Y me gusta mucho mi profesión, ayudar a la gente, todo eso, pero no tener ninguna obligación, no tener que madrugar, tener todo el tiempo del mundo para cocinar recetas que requieren tiempo... Oh, esto es el paraíso. Ahora un paraíso temporal, aunque cada año me queda menos, siempre y cuando los políticos no me obliguen a atender a los ciudadanos hasta los setenta años, lo que espero no suceda nunca.

jueves, 22 de agosto de 2019

Veintidós de agosto

En alguna parte leí que
algún día conseguiríamos
viajar a
la velocidad de la luz.

Y me atrevo a decir
que viajaremos a
más velocidad aún, pero
mientras tanto

deberemos conformarnos con
viajar a la increíble velocidad
del tiempo humano. Las
cinco estaciones una y otra vez.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Veintiuno de agosto

Como hoy hacía calor me he ido a pasear en coche, pasando antes por la panadería. Maite no acepta que pasear en coche sea algo aceptable, y, de algún modo, relacionado con el deporte, la comprendo. Pasear es poner un pie delate del otro, mover los brazos, avanzar por nuestros propios medios físicos. Pero para mí sí es aceptable pasear tranquilamente en coche, y también me comprendo.

He conducido hasta el Monasterio del Pueyo, uno de los puntos más elevados alrededor de Barbastro. Desde allí pueden verse kilómetros de paisaje del Somontano de Huesca, y, en días claros, todas las cimas del Pirineo. He hecho algunas fotografías y después he vuelto a casa a muy poca velocidad porque era un paseo. Imagino que los conductores que iban detrás de mí habrán verificado la leyenda de que los fatos (así nos llaman a los oscenses) no tenemos sangre ni rasmia. Me daba igual. Lo mismo es verdad. No tener sangre ni rasmia. Dejarse llevar por la vida nada más. No está mal.

martes, 20 de agosto de 2019

Veinte de agosto

Toda la pasada noche llovió abundantemente, y siguió lloviendo hasta el mediodía más o menos. El escuálido río Vero que fluye frente a mi casa aumentó su caudal y donde antes había cuatro dedos de agua y algas podridas de pronto comenzó a fluir un metro de agua de color chocolate con leche. Fui a comprar un par de cosas antes de comer y las aceras olían a gloria. La lluvia había pegado las hojas secas de los árboles en el suelo como fósiles tiernos. Saludé a un par de conocidos. "Que, ¿de vacaciones?", me preguntó un señor al que jubilé hace muchos años. "¡Sí!", le contesté. Iba con su nieto. Trabajó en el mar como ingeniero de máquinas durante muchos años. Recorrió el mundo. Su historial vino a mi cerebro en un segundo y luego lo dejé ir. Ojalá vuelva a llover esta noche. Maite y Carlos dicen que se fue la luz a no sé qué hora, y cuando digo la luz digo la luz de las farolas de la calle, todo: Barbastro quedó a oscuras. Yo no me enteré de nada. Duermo y ronco como un búfalo, pero mi sueño es tan profundo que casi nada puede despertarme. Sí, ojalá vuelva a llover esta noche y se empape la tierra y luego la mezcla del olor de la hierba junto al río y el hormigón armado y el alquitrán de las calles inunden mi nariz haciéndome feliz. La vida no se detiene, ni los sentidos, ni la memoria, ni los sentimientos. Aunque a veces sí.

lunes, 19 de agosto de 2019

Diecinueve de agosto

Cuaderno de bitácora de la nave espacial Jesús_Miramón_Arcos_1963. Seguimos navegando a través del tiempo en una sola y única dirección. Hoy amaneció un día inusualmente fresco. Fui a caminar con mi compañera, la segunda al mando que me acompaña desde el principio, y vimos dos culebras. Una muerta, parcialmente devorada por unas hormigas excepcionalmente grandes, y otra viva y reptante, su pequeña cabeza buscando un camino incierto en el camino, cerca del canal.

Por lo demás debo declarar que en el día de hoy no ha habido incidencia alguna en nuestro viaje. Seguimos adelante a la velocidad conocida. Quién sabe qué aventuras y mundos insólitos nos esperan. Fin del diario. Diecinueve de agosto de dos mil diecinueve, fecha terrestre en el calendario cristiano.

domingo, 18 de agosto de 2019

Dieciocho de agosto

Ladra un perro.
Yo lo escucho muerto
de sueño.

Mañana despertaré
en este planeta
y no en otro.

sábado, 17 de agosto de 2019

Diecisiete de agosto

Un anuncio de publicidad me ha hecho recordar la época en la que mi hijo y yo dormíamos juntos la siesta en el sofá, su pequeño cuerpo sobre el mío, la saliva de su boca en mi camiseta o en mi pecho desnudo. Imagino que subía y bajaba al ritmo de mi respiración. Entonces a él no les molestaban mis ronquidos ni a mí el calor que debía despedir su pequeño cuerpo.

Le inculqué sin darme cuenta mi amor a las carreras de coches, y recuerdo despertarlo a las seis de la mañana para ver juntos más de uno y más de cinco grandes premios de Fórmula Uno de Australia o Japón. Yo me sentaba en el suelo con la espalda apoyada en el sofá y él se sentaba en mi regazo y solía volverse a dormir.

Nadie me robará eso jamás. Ahora mide un poco más que yo y es guapísimo, al menos a ojos de su madre, su padre y su novia. Ahora es un hombre con las ideas claras, generoso, valiente y tan rojo como yo. Un buen ser humano capaz de hacer felices a muchas personas, un buen humano capaz de recibir y entregar, consciente como su hermana de lo que está sucediendo en nuestro planeta. En este diario tan antiguo he dejado migas de pan de su crecimiento. Desde que iba a buscarlo al colegio hasta hoy. Imagino que para eso sirven los diarios. Son mapas, mapas para ser capaces de regresar en la memoria mientras el futuro se precipita hacia nosotros.

viernes, 16 de agosto de 2019

Dieciséis de agosto

Levantarán la vista para mirar el cielo y ni siquiera verán la tierra, sólo estrellas. Este planeta será una leyenda, algo parecido al diluvio universal. Ellos serán diferentes a nosotros en función de la gravedad del planeta y sus nutrientes. Tal vez midan tres metros de estatura, o uno, o cincuenta centímetros. Lo que sí es seguro es que existirán naves espaciales capaces de viajar y transportar mercancías y personas muy lejos.

Levantarán la vista y ni siquiera verán la tierra, ya muerta. Habrán oído hablar de ella a los más ancianos, que a su vez oyeron hablar de ella a sus ancestros. Luego volverán a seguir siendo humanos concentrados en sus trabajos, en sus vidas diarias en el lugar donde nacieron.

jueves, 15 de agosto de 2019

Quince de agosto

De vuelta a Barbastro resulta que se han estropeado la lavadora y el aire acondicionado. La primera no funciona (y sí, he mirado el filtro y estaba limpio), y el aire del aire acondicionado no sale lo frío que debería salir. En fin, habrá que llamar a los técnicos pertinentes y pagar lo que nos pidan, si es que no están de vacaciones (como yo, por otra parte, así que no les culpes por ello, gilipollas).

Me dice Maite: "No dejes que estas cosas te pongan de mal humor, lo arreglaremos y ya está". Y sé que tiene razón, así que dejo de darle vueltas al asunto de las averías y me doy cuenta de la suerte que tengo de vivir con alguien tan inteligente y serena, alguien que conoce qué cosas son verdaderamente importantes.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Catorce de agosto

En este mismo instante
me siento vacío.
No triste, no
desgraciado, sencillamente
vacío. Escucho a
unos niños chillar
en la calle, jugando, y
me da igual. Es como si
durante unos minutos
hubiese dejado de tener
sentimientos. Sólo
apatía, aceptación sin juicio.

Ni siquiera me preocupa.

martes, 13 de agosto de 2019

Trece de agosto

Me asomo al balcón de nuestro quinto piso en Zaragoza frente al colegio de primaria ahora silencioso. Una mujer desciende la calle empujando o, más bien, frenando un carrito con un bebé que mira al cielo. Nuestra calle es una cuesta relativamente empinada.

De pronto las calas de la Costa Brava quedan muy lejos aunque hayan pasado apenas tres días. Es curiosa la flexibilidad con la que percibimos el tiempo. Paula buceaba el sábado por la mañana en las cristalinas aguas de la cala S'Alguer y ahora mismo probablemente esté trabajando en su laboratorio de Bergen, en Noruega.

Yo, por mi parte, continúo de vacaciones hasta el treinta y uno de agosto, y de lo que me estoy dando cuenta es de que podría estar jubilado perfectamente. Y eso que me gusta mi trabajo, me gusta mucho interactuar con los usuarios, pero no tener ninguna obligación, ninguna responsabilidad hacia los ciudadanos, disponer de todo el tiempo para uno mismo, es algo maravilloso. Sí, podría jubilarme mañana mismo.

Ayer y hoy está haciendo un tiempo espectacular en Zaragoza. ¡Esta madrugada me he tenido que cubrir con una sábana! Mediados de agosto. Luego llegará Septiembre y después Octubre. Ya sé que el otoño dura un poco menos cada año, pero cuánto me gustan esos pocos días antes del invierno, la estación en la que soy plenamente feliz.

lunes, 12 de agosto de 2019

Doce de agosto

He dormido mucho desde ayer. El cierzo sopla con fuerza en Zaragoza y atraviesa la casa de ventana abierta en ventana abierta provocando portazos. El insoportable y húmedo calor de Palamós quedó atrás y también el fondo rocoso de las calas, el agua transparente, la sensación de mi cuerpo subiendo y bajando al albur de las olas como si no pesara nada.

Como si no pesara nada. Sigo buscando eso fuera del mar, a centenares de kilómetros de las playas y calas. Esa sensación. Porque esa es la realidad: caminando por la acera rumbo al trabajo, haciendo cola en el supermercado, llenando el depósito de combustible del coche, durmiendo profundamente la siesta en el sofá, cargando con las bolsas de la compra en ambos brazos... No pesamos nada. En las básculas domésticas debería aparecer un mensaje que nos lo recordara y, en vez de aparecer una cifra de kilos, apareciese la palabra NADA.

Pero no queremos ser nada, queremos ser algo, y pesar equis kilos, y dormir equis horas, y existir, existir eternamente. Es el milagro que, de pronto, despertó en nuestros cerebros de primate. La concepción de la existencia de algo sin nombre pero pongámosle futuro y, a partir de semejante vértigo, la filosofía y la poesía y todo lo demás.

Yo ya no busco la felicidad. La encontré hace mucho mucho tiempo. Sé que suena muy raro pero en realidad es algo muy pequeño, casi diminuto. Soy feliz con mi leve depresión crónica, mi ansiedad, mis odiosos acúfenos o tinnitus, mi dermatitis psicológica que aparece y desaparece, mi sobrepeso, mis adicciones y mis obsesiones paranoicas, pero soy feliz. Y la culpa de mi felicidad no reside en que yo me acepte como soy, que también, sino en que la persona a la que más amo en este mundo, a quien conozco desde los diecinueve años, también me acepta como soy. Y eso es algo absolutamente increíble. Soy un ser humano muy afortunado porque soy amado. Así de sencillo y complicado es.

domingo, 11 de agosto de 2019

Once de agosto

Hemos dejado a Paula en la terminal dos del aeropuerto de Barcelona y hemos seguido nuestro camino rumbo a Zaragoza. Un poco más allá de Lérida me sentía muy cansado y hemos parado en una estación de servicio donde he tumbado el respaldo de mi asiento y he dormido unos minutos. He soñado con buganvillas, y también con una chica en bikini que, en una playa, me devolvía con su pala una pelota tan alta que desaparecía en el cielo detrás de mí. He abierto los ojos totalmente recuperado. Maite me ha dicho que no he dormido casi nada, apenas cinco minutos. A mí me ha parecido media hora. Ha sido suficiente para conducir la hora que me quedaba hasta aquí. El tiempo es elástico y mentiroso.

Adiós, humedad ambiental de Palamós; hola, calor real de Zaragoza sin trucos, seco, soportable para mí, maravilloso. El mar está muy lejos pero aquí se puede respirar y la ropa no se pega a la piel. Meseta pura y dura. El verano que viene volveré a no recordarlo.

Estoy muy cansado, cansadísimo. Aunque sean poco más de las diez y media de la noche, cuando termine este apunte en el cuaderno de bitácora de esta vieja nave que ya va siendo Las cinco estaciones me iré a dormir. Caeré redondo. Vencido. Bona nit. Me rindo.

sábado, 10 de agosto de 2019

Diez de agosto

Último día en Palamós. Para mí una semana es suficiente, me gusta mucho el mar pero no tanto el turismo del que formo parte activa.

Esta mañana hemos vuelto a la cala Castell y desde allí hemos ido a la Cala S'Alguer, caminando por un pequeño sendero junto al mar acompañados de pinos y cactus de higos chumbos y el sonido mediterráneo de la cigarra. La Cala S'Alguer es muy pequeña y está rodeada de antiguas cabañas y casetas de pescadores, pero me ha enamorado, ha sido como regresar en el tiempo, casi como estar en una pequeña isla griega. Pocas personas y un agua transparente frente a casas de colores claros y ventanas abiertas.

Mañana Paula regresa a Noruega. Tendremos que salir un poco más pronto de lo que teníamos pensado por la huelga del personal de seguridad del aeropuerto de Barcelona. A pesar de nuestros pequeños encontronazos la voy a echar mucho de menos hasta Navidad. Ha sido maravilloso estar con ella estos días. Todavía me queda todo el mes de agosto para salir a caminar temprano con Maite junto al canal, vivir sin prisa, cuidarme un poco y cocinar mucho. Y escribir mucho también, si se tercia -como mínimo una vez al día, ese es mi compromiso hasta el treinta y uno de diciembre. Y leer, que es algo que tengo muy abandonado.

Continúo de vacaciones. Creo que, a pesar de alguna llamada al móvil de trabajadoras sociales y gestorías, ya he desconectado del todo de mi trabajo. Mañana me acostaré en Zaragoza. Me compré dos gafas nuevas que debo ir a buscar. Una de ellas tiene unas lentes de sol que se acoplan magnéticamente a la montura.

Las cosas van sucediendo a su tiempo, según su necesidad, y lo único que podemos hacer es disfrutar incluso de eso. Disfrutar tranquilamente.

viernes, 9 de agosto de 2019

Nueve de agosto

Estoy solo en el apartamento. He bajado la temperatura del aire acondicionado. Me he servido un whisky con mucho hielo. Ni siquiera he puesto la televisión. Sólo estoy aquí, disfrutando de una temperatura aceptable desde un punto de vista humano, tratando de escribir algo pertinente.

Mi hija no acaba de comprenderlo, piensa que como estoy de vacaciones debería aprovechar más el tiempo, salir con ellas a pesar del calor y conocer calas del camino de ronda que bordea el mar. Aunque luego, como ahora mismo, regresan y me dicen: "conociéndote, tú no lo hubieras soportado, hace muchísimo calor". ¿Y entonces?

No entiende que yo estoy bien aquí, en este lugar nuevo para mí, distinto al que habito diariamente, escribiendo, pensando, estando. No necesito "hacer" nada especial. Todo a mi alrededor me parece especial salvo caminar sudando a chorros, algo que se parece más a una tortura insufrible que a cualquier otra cosa.

Se enfada conmigo porque no me comprende. Y yo me enfado con ella por lo mismo, le digo: "respétame como soy", y todavía se enfada más. Paula, de veintiséis años, es una mujer de mucho carácter, muy apasionada, y yo, su padre, estoy en otra fase de la vida con mis cincuenta y seis. He entrado en una etapa, un territorio tan inexplorado como los anteriores, en el que quiero poder hacer o no hacer lo que quiera, sin juzgar ni ser juzgado (aunque a estas alturas me importa muy poco, por no decir nada en absoluto, lo que los demás puedan pensar de mí). Me quedan algunas décadas de vida; nadie, yo tampoco, sabe cuántas. Quiero vivirlas a mi ritmo, a mi manera. Y si Paula, mi hija, piensa que estoy desperdiciando el tiempo, me da igual. No es capaz de comprenderlo como yo a su edad probablemente tampoco hubiera podido. El tiempo, a nada que se tenga imaginación o la necesidad de dar testimonio de lo que sucede, nunca se desperdicia. Sólo se consume.

jueves, 8 de agosto de 2019

Ocho de agosto

Bajo el agua el mundo es distinto. Con mi hija al lado esta mañana hemos buceado en las rocas a la derecha de la cala El Castell, una playa virgen que se salvó de la especulación inmobiliaria y turística gracias a que los vecinos de Palamós se opusieron a la construcción de un campo de golf y diversas urbanizaciones. Ahora es un lugar que recuerda cómo debió ser en su día la costa brava.

El caso es que hemos estado buceando allí un buen rato. Había peces limón, gobios, hemos visto un pulpo, doradas, peces que ella y yo llamamos arcoíris porque su cuerpo contiene todos los colores pero cuyo nombre real desconocemos. Un paraíso donde, bajo el agua, sólo escuchaba el leve crujido de los animales comiendo en las algas de las rocas y el sonido de mi respiración en el tubo de plástico. Paula a veces se lanzaba hacia abajo y descendía dos, tres metros. Yo, que estoy operado de sinusitis, sólo lo he hecho en dos ocasiones porque enseguida se me tapan los oídos y me da miedo. No sé cuánto rato habremos estado allí, señalándonos el uno al otro cuando veíamos algo interesante, dejándonos mecer por las olas, ajenos al exterior. Esto es lo que venía buscando.

Por la tarde hemos ido a la lonja. Habíamos ido en los ochenta, cuando vivimos en Bañolas, y también he notado la diferencia. Ahora es un espectáculo para turistas. ¡Gambas de Palamós a noventa y siete euros el kilo! Los turistas extranjeros compraban de todo, pero hemos estado haciendo cuentas y cada gamba salía como a cinco o seis euros. Yo comprendo a los vendedores: agosto, Palamós lleno hasta arriba de holandeses, franceses y alemanes con un alto poder adquisitivo ¿cómo no aprovechar la oportunidad? Pero yo no pago ochenta euros por dieciséis gambas, por buenas que estén. Tal vez en invierno los precios sean diferentes. La verdad es que me he llevado un pequeño chasco.

Luego hemos ido a pasear por el barrio viejo, lo que fue Palamós hace siglos, ahora calles pintorescas con restaurantes y tiendas de ropa y heladerías. Después de un rato yo tenía mucho calor y me he venido a casa. Maite y Paula, ahora, mientras escribo, todavía están por ahí, inasequibles a la temperatura y la humedad. He puesto el aire acondicionado a veintidós grados mientras me duchaba con agua fría y ahora lo he subido a veintitrés. Me he servido una cerveza helada. Del día de hoy me quedo con el largo rato que he pasado buceando en la cala con mi hija. Ese casi silencio bajo el agua a ratos fría en función de las corrientes, la bella fauna marina allí, tan ajena a nosotros y nuestras relaciones familiares y nuestras vacaciones y nuestras vidas.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Siete de agosto

Todavía no me he acostumbrado a la humedad de la costa. Quienes nacimos tierra adentro lo pasamos mal sometidos a ella. Menos mal que el apartamento que hemos alquilado tiene aire acondicionado porque no sé si podría dormir sin su ayuda. Donde sí se está bien es dentro del mar. Entrando y saliendo, siempre fresco a pesar del sol y la humedad.

Palamós se ha convertido desde los ochenta en una ciudad más grande que Barbastro; una ciudad, Palamós, que en verano se transforma en un caos de tráfico de coches y personas en las aceras de las calles y paseos principales. Nosotros vamos a bañarnos temprano y nos retiramos cuando comienza a llegar la gente, como hemos hecho siempre, pero Palamós ya no es el lugar que conocí cuando vivíamos en Banyoles hace más de veinte años, o al menos yo no lo recuerdo así. Aunque es inevitable: cuando Maite y yo nacimos en el planeta vivían tres mil millones de personas y ahora somos casi ocho mil millones. Es algo exponencial salvo en la España pobre y agraria, sin turismo ni playas, donde la población disminuye cada día hasta vaciar del todo territorios enteros. Sucede en Teruel, sucede en Soria, sucede en muchas provincias del interior.

Pero estoy de vacaciones y lo que quiero y necesito es relajarme, descansar, nadar y bucear en el mar, que es una de las cosas que más me gusta hacer, y comer bien y dormir largas siestas. Ni siquiera tengo ganas de hacer largas excursiones y visitar otros lugares. Mañana iremos a Cala Castell, a quince minutos en coche. A las nueve o nueve y media. A las once y media o doce de vuelta a casa pasando por el supermercado para improvisar la comida. Me apetece hacer un suquet de peix. Compraré la típica picada, que aquí ya venden preparada en un sobre; patatas y pescado y tomate, y también caldo de pescado. Con un buen vino blanco Bach Viña Extrísima seco bien frío estará buenísimo (o eso espero).

Me encanta cocinar en vacaciones porque puedo permitirme recetas lentas, hechas con productos frescos y servidas al momento. Cocinar para Maite y Paula, y también para mí. ¿Puede haber algo mejor después de haber buceado junto a mi hija junto a las rocas que envuelven la cala mirando peces y respirando a través de nuestros tubos de plástico? Creo que no. Me'n vaig a dormir. Bona nit.

martes, 6 de agosto de 2019

Seis de agosto

Segundo día en Palamós. Por la mañana nos hemos bañado en el mar mientras Paula dormía. Me gusta hacerme el muerto boca arriba y dejarme mecer por las olas, me relajo tanto que podría dormirme así (aunque imagino que esa posibilidad, físicamente, no es posible), y lo hago tan bien que Maite, que estaba a mi lado, se ha asustado y me ha dado un empujón diciéndome que realmente parecía muerto. Eso significa que me quiere. Yo también a ella. Tranquilamente, sin aspavientos. Nuestra nueva sombrilla es de color azul. He cocinado unos espaguetis a la vongole de escándalo. Escribo esto solo en el apartamento. Ellas se han ido a pasear. Un ochenta y siete por ciento de humedad no es para mí. Escribo esto al refugio del aire acondicionado. Las vacaciones, sobre todo para gente como yo, también tienen su punto de desequilibrio y adaptación. Diré también: el whisky con mucho hielo también está bien rico y frío. Esta noche cocinaré tortilla de patatas. Quiero que Paula, antes de que regrese a Noruega, recupere grasa, engorde, deje de ser aunque sea durante unos días la ratoncita flaca que es ahora. Voy a ponerme a ello después de escribir esta entrada en el diario. Mi modo de agradecer la vida es escribir y cocinar. Es la manera que hace que, para mí, merezca la pena.

lunes, 5 de agosto de 2019

Cinco de agosto

Trato de concentrarme durante unos segundos en las olas que rompen en la playa y se van para dar paso a las siguientes. Es difícil porque estoy en la playa de Palamós, rodeado de centenares de personas, familias, niños pequeños, Maite y Paula detrás de mí esperando, gaviotas de dos o tres especies distintas aparentemente dispuestas a descuartizarnos a todos si cerramos los ojos durante más de veinte segundos.

Corre marinada pero la humedad de la costa hace que los treinta grados de temperatura sean para mí un infierno que me empapa de la cabeza a los pies. Afortunadamente el apartamento que hemos alquilado tiene aire acondicionado, pero es el primer día y estoy muy cansado. El Jesús Miramón que devoraba kilómetros como si no hubiese un mañana ya no existe, fue tragado por un agujero negro hace mucho tiempo y sigue siendo tragado por ese mismo agujero negro ahora mismo, en esta vivienda de Ana y Carlos, una encantadora pareja de Gerona.

Hoy apenas nos hemos mojado los pies caminando por la orilla, pero mañana espero poder bañarme de verdad. Nada como sentir la fuerza del mar levantando y bajando un elefante marino flotante como yo; nada como deslizarme sobre su superficie en una cala de rocas contemplando el fondo respirando a través del tubo de plástico, asombrado de este mundo absolutamente insólito.

domingo, 4 de agosto de 2019

Cuatro de agosto

Hoy, literalmente, no he hecho nada. Nada de nada, absolutamente nada. He madrugado porque últimamente madrugo mucho, cosas de hacerme más mayor, he desayunado y después no he hecho nada. Ni siquiera, horas más tarde, comida, porque teníamos judías verdes con patatas que trajimos de Barbastro y, con un tomate rosa, unas anchoas y unos huevos duros las he convertido en una ensalada fría. He visto la carrera de Fórmula Uno, una de mis pasiones desde siempre, y nada más. No he leído, no he escrito. Cuando ha terminado la carrera de coches he dormido una larga siesta en el sofá, eso sí. Pero nada más. Hace un rato he metido mi ropa en una maleta para el viaje de mañana y ya está. Es raro no hacer nada y, a la vez, me doy cuenta de que está bien. Tras las emociones de ayer me hacía falta no hacer nada hoy. Si no hubiese hecho tanto calor me hubiera ido a pasear con Maite, pero cuando ha vuelto me ha dicho que había hecho muy bien quedándome en casa, y ella me conoce mejor que nadie.

Es importante saber no hacer nada. No es fácil. Y, ojo, no hacer nada no es aburrirse, yo jamás me aburro porque, como todo el mundo, siempre estoy pensando. Pienso mucho, tal vez demasiado. Debería aprender a no pensar en nada. He intentado no pensar en nada muchas veces pero todavía no lo he conseguido, me dijeron que hacían falta maestros que me enseñaran y yo no quiero maestros, yo soy Robinson Crusoe.

No hacer nada, dejar pasar el tiempo tranquilamente, disfrutar de una carrera de coches, de un documental o sencillamente navegar por internet sin un destino definido, mariposeando aquí y allá, es maravilloso. Debería hacerlo más a menudo. Estoy de vacaciones.

sábado, 3 de agosto de 2019

Tres de agosto

Hoy hemos tenido una comida familiar muy especial. Mi madre cumplió recientemente ochenta años y hoy nos hemos reunido absolutamente toda la familia: ellos, sus hijos y parejas, sus nietos y las parejas de sus nietos. Veintidós personas aparecidas y unidas entre sí en este mundo como consecuencia de que los jóvenes, casi niños, que fueron se enamoraran y decidieran emprender juntos esta aventura tan extraña y en ocasiones absurda.

Ahora mi madre no está bien. Tiene problemas de salud y mi padre la cuida. Ella cumplió, como digo, ochenta años y él tiene ochenta y tres. Les hemos regalado una fotografía milagrosa en la que aparecen bailando hace sesenta y cinco, cuando empezaron a salir ella con quince y él con dieciséis. La fotografía, en blanco y negro, la enviamos a imprimir en un ancho bloque de madera y, como no se la esperaban, les ha gustado mucho. Mi padre, al ver a su compañera con quince años, se ha roto un poco; mi madre, víctima de su enfermedad, no ha reaccionado demasiado, se sentía un poco confundida, pero luego ha pasado a darnos un beso a cada uno para agradecernos que estuviésemos allí con ellos.

La comida, como siempre en el restaurante El lechugero de Cascante, Navarra, maravillosa: ensalada de escarola con anchoas y foie, canelones de bogavante, zamburiñas, y de segundo espalda de ternasco al horno o chuletón o rodaballo o merluza rellena de chipirones en su tinta. Hemos comido bien, hemos bebido bien, nos hemos reído, hemos llorado un poco con la entrega de la fotografía, y ahora, ya en nuestro apartamento de Zaragoza, puedo decir que creo en el amor duradero. En mi familia más cercana lo tengo a mi alrededor, y cuando nos reunimos me doy cuenta de la suerte que hemos tenido todos nosotros. No es frecuente. Yo estoy con Maite desde los dieciocho o diecinueve años y tengo -tenemos los dos- cincuenta y seis, y la quiero muchísimo; mis hermanos lo mismo, ¡pero si hasta mi hijo, con veintidós, lleva con su chica tres años o más y están la mar de bien por ahora! Por cierto, ella ha conocido en esta comida por primera vez a la familia Miramón al completo, algo que me gusta mucho porque ya la sentía como parte de nuestra pequeña familia y ahora, desde hoy, también de la grande.

El día termina y estoy cansado. Los problemas de salud de mi madre me preocupan, pero hace tiempo que los sufre y eso hace que, de algún modo, vayamos aceptándolos. Afectan a su capacidad cognitiva y, aunque hay días que está mejor, otros no tanto. Mi padre lo sabe bien. El joven de la fotografía que baila con ella la cuida sesenta y cinco años después (y veinte personas más) con un amor tranquilo e inmenso, como es él.





viernes, 2 de agosto de 2019

Dos de agosto

A las once y media iremos a buscar a Paula a la estación de Delicias, en Zaragoza. Es precioso que un barrio -y una estación de tren y autobuses- se llame Delicias. El lenguaje y las palabras son preciosos, tesoros pequeños que utilizamos constantemente sin darnos cuenta de su potencia, de su poder.

Atardece lentamente en el privilegiado horizonte urbano frente a nuestro piso, libre de edificios. No sé si mi hija vendrá cenada, pero voy a hacer a una pizza casera de atún y champiñones. Y también ha quedado algo de las alcachofas con guisantes y jamón que comimos al mediodía. Y tenemos tomates rosa de Barbastro, y mozarella de búfala, y albahaca, y paté, y fuet, y jamón bueno. En mi familia la comida es una religión.

Pero hace calor. Escribo estas letras al auxilio de un ventilador (en Zaragoza no tenemos aire acondicionado, algo que tendremos que resolver más temprano que tarde). Me ha gustado mucho escribir: "escribo estas letras al auxilio de ". Me ha hecho sentir, durante unos segundos, heredero de una larga tradición de náufragos. Aunque, ¿quién no es un náufrago si se mira en el espejo? Hoy en Tuiter leí algo que me gustó mucho: "Tú eres tu problema". Por supuesto que sí. Mírate en el espejo ahora mismo y dite a ti mismo que no eres ni tu problema ni un náufrago. Luego recuerda el sabor de la comida, la alegría del amor, el sexo, los sueños.

jueves, 1 de agosto de 2019

Uno de agosto

El primer día de vacaciones siempre estoy nervioso. No sé por qué. He pagado el impuesto de circulación de la vieja Picasso, le he pasado la revisión de la ITV, he comprado dos panes integrales con cereales en la panadería de Mohamed, y toda la mañana estaba nervioso. Me cuesta acostumbrarme a estar de vacaciones. Siempre me pasa. Soy un hombre, como ya os habréis dado cuenta, de rutinas, de hábitos (no todos buenos). He pasado por la oficina para recoger una cosa y he atendido a dos personas de paso. Luego me ha llamado una gestoría a mi móvil y les he resuelto la duda y les he enviado por mi correo un formulario que necesitaban y yo sabía dónde buscar. Y así.

Ahora estoy en Zaragoza. En Barbastro ha quedado Carlos, que está trabajando en una bodega para sacarse unos euros mientras piensa en su futuro como bombero forestal. Le hemos pedido que cuide del apartamento durante estos días, pero yo, que también tuve veintidós años, sé perfectamente en lo que está pensando. No pasa nada.

Sopla el cierzo de pared a pared en nuestro piso de Zaragoza. Es un gustazo. En el barranqué, que es como le llamamos a Barbastro los que vivimos allí, no suele haber viento porque precisamente es el fondo del río Vero, una hondonada en el terreno. Pero aquí, en Monsalud en Zaragoza, un poco más altos que el el resto de la ciudad, el cierzo corre que da gusto y me refresca mientras escribo estas líneas. En invierno es terrible, pero en verano es un consuelo cuando llega la noche.

Mi primer día de vacaciones y mi primer mes entero de vacaciones en muchos muchos años. Este verano ha coincidido que ni mi compañera ni mi compañero querían tomarse un día en agosto, así que he aprovechado. ¿Recordaré algo cuando regrese dentro de un mes (si no ha pasado algo que me haya hecho regresar antes)?

Esta noche intentaré dormir bien. En Zaragoza suelo dormir mejor que en Barbastro. Escribir escribo igual. Creo que podría escribir en cualquier parte del mundo con las mismas carencias y los mismos posibles y diminutos hallazgos. Miro a mi alrededor y doy testimonio de la casi nada. De lo casi invisible. Ese es mi proyecto.