Hemos dejado a Paula en la terminal dos del aeropuerto de Barcelona y hemos seguido nuestro camino rumbo a Zaragoza. Un poco más allá de Lérida me sentía muy cansado y hemos parado en una estación de servicio donde he tumbado el respaldo de mi asiento y he dormido unos minutos. He soñado con buganvillas, y también con una chica en bikini que, en una playa, me devolvía con su pala una pelota tan alta que desaparecía en el cielo detrás de mí. He abierto los ojos totalmente recuperado. Maite me ha dicho que no he dormido casi nada, apenas cinco minutos. A mí me ha parecido media hora. Ha sido suficiente para conducir la hora que me quedaba hasta aquí. El tiempo es elástico y mentiroso.
Adiós, humedad ambiental de Palamós; hola, calor real de Zaragoza sin trucos, seco, soportable para mí, maravilloso. El mar está muy lejos pero aquí se puede respirar y la ropa no se pega a la piel. Meseta pura y dura. El verano que viene volveré a no recordarlo.
Estoy muy cansado, cansadísimo. Aunque sean poco más de las diez y media de la noche, cuando termine este apunte en el cuaderno de bitácora de esta vieja nave que ya va siendo Las cinco estaciones me iré a dormir. Caeré redondo. Vencido. Bona nit. Me rindo.
domingo, 11 de agosto de 2019
Once de agosto
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