Trato de concentrarme durante unos segundos en las olas que rompen en la playa y se van para dar paso a las siguientes. Es difícil porque estoy en la playa de Palamós, rodeado de centenares de personas, familias, niños pequeños, Maite y Paula detrás de mí esperando, gaviotas de dos o tres especies distintas aparentemente dispuestas a descuartizarnos a todos si cerramos los ojos durante más de veinte segundos.
Corre marinada pero la humedad de la costa hace que los treinta grados de temperatura sean para mí un infierno que me empapa de la cabeza a los pies. Afortunadamente el apartamento que hemos alquilado tiene aire acondicionado, pero es el primer día y estoy muy cansado. El Jesús Miramón que devoraba kilómetros como si no hubiese un mañana ya no existe, fue tragado por un agujero negro hace mucho tiempo y sigue siendo tragado por ese mismo agujero negro ahora mismo, en esta vivienda de Ana y Carlos, una encantadora pareja de Gerona.
Hoy apenas nos hemos mojado los pies caminando por la orilla, pero mañana espero poder bañarme de verdad. Nada como sentir la fuerza del mar levantando y bajando un elefante marino flotante como yo; nada como deslizarme sobre su superficie en una cala de rocas contemplando el fondo respirando a través del tubo de plástico, asombrado de este mundo absolutamente insólito.
lunes, 5 de agosto de 2019
Cinco de agosto
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