domingo, 4 de agosto de 2019

Cuatro de agosto

Hoy, literalmente, no he hecho nada. Nada de nada, absolutamente nada. He madrugado porque últimamente madrugo mucho, cosas de hacerme más mayor, he desayunado y después no he hecho nada. Ni siquiera, horas más tarde, comida, porque teníamos judías verdes con patatas que trajimos de Barbastro y, con un tomate rosa, unas anchoas y unos huevos duros las he convertido en una ensalada fría. He visto la carrera de Fórmula Uno, una de mis pasiones desde siempre, y nada más. No he leído, no he escrito. Cuando ha terminado la carrera de coches he dormido una larga siesta en el sofá, eso sí. Pero nada más. Hace un rato he metido mi ropa en una maleta para el viaje de mañana y ya está. Es raro no hacer nada y, a la vez, me doy cuenta de que está bien. Tras las emociones de ayer me hacía falta no hacer nada hoy. Si no hubiese hecho tanto calor me hubiera ido a pasear con Maite, pero cuando ha vuelto me ha dicho que había hecho muy bien quedándome en casa, y ella me conoce mejor que nadie.

Es importante saber no hacer nada. No es fácil. Y, ojo, no hacer nada no es aburrirse, yo jamás me aburro porque, como todo el mundo, siempre estoy pensando. Pienso mucho, tal vez demasiado. Debería aprender a no pensar en nada. He intentado no pensar en nada muchas veces pero todavía no lo he conseguido, me dijeron que hacían falta maestros que me enseñaran y yo no quiero maestros, yo soy Robinson Crusoe.

No hacer nada, dejar pasar el tiempo tranquilamente, disfrutar de una carrera de coches, de un documental o sencillamente navegar por internet sin un destino definido, mariposeando aquí y allá, es maravilloso. Debería hacerlo más a menudo. Estoy de vacaciones.

2 comentarios:

andandos dijo...

A no hacer nada también estoy aprendiendo, pero cuesta bastante. Tanto calor ayuda. Hago planes, pero no realizó casi ninguno. Ya llegará el frío, espero.
Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Tenemos que aprender, José Luis, tenemos que aprender a no hacer nada.

Un abrazo desde Palamós.