lunes, 26 de agosto de 2019

Veintiséis de agosto

Mientras conducía hacia Zaragoza a través del desierto que la rodea, en las inmensas y lejanas nubes negras fulgían los relámpagos. Sin embargo, ya aquí, en el dormitorio de mi hija, constato que no llueve aunque tal vez lo haga esta noche.

Es muy difícil medir las distancias y altitud de las nubes. Una vez leí que los cúmulo nimbos que flotan en el cielo a menudo lo hacen a muchos kilómetros de altura. Los rayos que yo creía sobre Zaragoza desde el coche tal vez centelleaban a mucha más distancia.

Cuando he volado en avión sobre ellas siempre me he sentido un viajero espacial, sobre todo cuando, como ha sucedido en alguna ocasión, la nave ha tenido que introducirse en la tormenta para poder aterrizar y lo que era paz absoluta de pronto se ha convertido en un tramo de turbulencias, lluvia y oscuridad. Esos cambios radicales en la atmósfera me demuestran que habitamos "realmente" un planeta. El único en el que, por ahora, podemos sobrevivir y dar testimonio de ello. De vez en cuando necesito pruebas materiales de todo eso.

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