sábado, 3 de agosto de 2019

Tres de agosto

Hoy hemos tenido una comida familiar muy especial. Mi madre cumplió recientemente ochenta años y hoy nos hemos reunido absolutamente toda la familia: ellos, sus hijos y parejas, sus nietos y las parejas de sus nietos. Veintidós personas aparecidas y unidas entre sí en este mundo como consecuencia de que los jóvenes, casi niños, que fueron se enamoraran y decidieran emprender juntos esta aventura tan extraña y en ocasiones absurda.

Ahora mi madre no está bien. Tiene problemas de salud y mi padre la cuida. Ella cumplió, como digo, ochenta años y él tiene ochenta y tres. Les hemos regalado una fotografía milagrosa en la que aparecen bailando hace sesenta y cinco, cuando empezaron a salir ella con quince y él con dieciséis. La fotografía, en blanco y negro, la enviamos a imprimir en un ancho bloque de madera y, como no se la esperaban, les ha gustado mucho. Mi padre, al ver a su compañera con quince años, se ha roto un poco; mi madre, víctima de su enfermedad, no ha reaccionado demasiado, se sentía un poco confundida, pero luego ha pasado a darnos un beso a cada uno para agradecernos que estuviésemos allí con ellos.

La comida, como siempre en el restaurante El lechugero de Cascante, Navarra, maravillosa: ensalada de escarola con anchoas y foie, canelones de bogavante, zamburiñas, y de segundo espalda de ternasco al horno o chuletón o rodaballo o merluza rellena de chipirones en su tinta. Hemos comido bien, hemos bebido bien, nos hemos reído, hemos llorado un poco con la entrega de la fotografía, y ahora, ya en nuestro apartamento de Zaragoza, puedo decir que creo en el amor duradero. En mi familia más cercana lo tengo a mi alrededor, y cuando nos reunimos me doy cuenta de la suerte que hemos tenido todos nosotros. No es frecuente. Yo estoy con Maite desde los dieciocho o diecinueve años y tengo -tenemos los dos- cincuenta y seis, y la quiero muchísimo; mis hermanos lo mismo, ¡pero si hasta mi hijo, con veintidós, lleva con su chica tres años o más y están la mar de bien por ahora! Por cierto, ella ha conocido en esta comida por primera vez a la familia Miramón al completo, algo que me gusta mucho porque ya la sentía como parte de nuestra pequeña familia y ahora, desde hoy, también de la grande.

El día termina y estoy cansado. Los problemas de salud de mi madre me preocupan, pero hace tiempo que los sufre y eso hace que, de algún modo, vayamos aceptándolos. Afectan a su capacidad cognitiva y, aunque hay días que está mejor, otros no tanto. Mi padre lo sabe bien. El joven de la fotografía que baila con ella la cuida sesenta y cinco años después (y veinte personas más) con un amor tranquilo e inmenso, como es él.





6 comentarios:

andandos dijo...

Me ha gustado mucho, Jesús, todo. Creo que he estado una vez en el Lechugero.
Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Sí, me lo dijiste, y comiste muy bien. Gracias, José Luis, la verdad es que el día de ayer estuvo lleno de emociones, fue muy bonito.

Un abrazo.

fernando dijo...

Muy bonito,Jesús.
Me alegro mucho por todos ustedes. Es maravilloso poder compartir esos momentos en familia y sentir esa corriente de cariño que nos recorre cuando sentimos unidad.
Un fuerte abrazo

Jesús Miramón dijo...

Muchas gracias, Fernando. Un abrazo.

Elvira dijo...

¡Qué bonito, qué guapos, qué suerte! Suerte cultivada y cuidada, pero también hace falta suerte.

Un beso

Jesús Miramón dijo...

La suerte es muy importante, eso es una verdad como un templo. Gracias, Elvira, un beso.