Estoy solo en el apartamento. He bajado la temperatura del aire acondicionado. Me he servido un whisky con mucho hielo. Ni siquiera he puesto la televisión. Sólo estoy aquí, disfrutando de una temperatura aceptable desde un punto de vista humano, tratando de escribir algo pertinente.
Mi hija no acaba de comprenderlo, piensa que como estoy de vacaciones debería aprovechar más el tiempo, salir con ellas a pesar del calor y conocer calas del camino de ronda que bordea el mar. Aunque luego, como ahora mismo, regresan y me dicen: "conociéndote, tú no lo hubieras soportado, hace muchísimo calor". ¿Y entonces?
No entiende que yo estoy bien aquí, en este lugar nuevo para mí, distinto al que habito diariamente, escribiendo, pensando, estando. No necesito "hacer" nada especial. Todo a mi alrededor me parece especial salvo caminar sudando a chorros, algo que se parece más a una tortura insufrible que a cualquier otra cosa.
Se enfada conmigo porque no me comprende. Y yo me enfado con ella por lo mismo, le digo: "respétame como soy", y todavía se enfada más. Paula, de veintiséis años, es una mujer de mucho carácter, muy apasionada, y yo, su padre, estoy en otra fase de la vida con mis cincuenta y seis. He entrado en una etapa, un territorio tan inexplorado como los anteriores, en el que quiero poder hacer o no hacer lo que quiera, sin juzgar ni ser juzgado (aunque a estas alturas me importa muy poco, por no decir nada en absoluto, lo que los demás puedan pensar de mí). Me quedan algunas décadas de vida; nadie, yo tampoco, sabe cuántas. Quiero vivirlas a mi ritmo, a mi manera. Y si Paula, mi hija, piensa que estoy desperdiciando el tiempo, me da igual. No es capaz de comprenderlo como yo a su edad probablemente tampoco hubiera podido. El tiempo, a nada que se tenga imaginación o la necesidad de dar testimonio de lo que sucede, nunca se desperdicia. Sólo se consume.
viernes, 9 de agosto de 2019
Nueve de agosto
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6 comentarios:
cada cosa y actitud a su tiempo... los dos tienen razón jaja... en fin, saludos...
Un saludo, y gracias por comentar.
Tenemos tan interiorizado el consumismo que hasta las vacaciones se han converido en otra forma de acumular.
Sigue disfrutando.
Un abrazo, aunque con el calor mejor una ligera palmada en la espalda.
Un abrazo, Fernando.
(Una ligera palmada en la espalda no, que, como un gilipollas, me he quemado con el sol)
Nada como el aloe para las quemaduras.
Un abrazo pues.
Gracias por el consejo. Ay.
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