La noche cubre la tierra. El lugar del mundo que habito. Los edificios donde las ventanas están iluminadas. La noche llega sin que le importen nuestros problemas, nuestro miedo, nuestra existencia siquiera -ella, la noche, existe desde el principio de todo, no como nosotros.
Siento una gran compasión hacia la especie a la que pertenezco. Somos tan frágiles. Pero, aunque no sirva de nada, podemos dar testimonio. Vivimos en desiertos de arena y en desiertos de hielo. La compasión se mezcla con la admiración, sabiendo que tal sentimiento le da absolutamente igual a la naturaleza.
Escucho el Réquiem de Mozart, la música conocida inundando mi cerebro. Maite ya duerme. Mi corazón parece disolverse ante tanta belleza. La música, la música. La noche cubre la tierra con su capa de estrellas que ya no existen. Barbastro comienza a retirarse a sus aposentos. Yo lo haré pronto. A esto llamamos vida, y sí, lo es, sin duda alguna lo es. Esta poca cosa que contempla un universo infinito.
lunes, 9 de marzo de 2020
Esta poca cosa
miércoles, 4 de marzo de 2020
Yo no sé nada
Me he recortado la barba y duchado ahora para no tener que hacerlo mañana al despertarme. Bueno, la barba me la recorto cada quince o veinte días (hoy ha sido una masacre, había dejado pasar un mes y parecía un náufrago). Me siento ante mi portátil y puedo sentir lo bien que huelo: a champú, a gel de baño. Hasta me he servido un whisky con hielo. Mis problemas, por supuesto, no han desaparecido con la ducha. No olvido lo que me rodea. No me alejo de lo que se avecina, cómo hacerlo, pero es diferente hacerlo recién duchado, limpio como una patena y antes de ir a dormir, que hacerlo al final del día sucio, ansioso y sin sueño.
Yo no sé nada. Nada. He contactado con un nuevo psicólogo porque necesito ayuda, eso es algo que sé muy claramente. Esta tarde hablé con él para concertar la primera cita y en esa charla intercambié con él más comunicación que con mi última psicóloga en doce sesiones. Tengo esperanza. Esperanza en que me ayude a gestionar mis emociones, la profunda tristeza del Alzheimer de mi madre, mis propios problemas, lo que soy en este mundo absurdo y a la vez, a pesar de todo, tan hermoso y fascinante. Ya veremos.
Yo no sé nada. La vida me arrastra mientras intento tomar nota de ella. Soy uno de esos dibujantes que los barcos de exploración llevaban a bordo en siglos pasados, artistas que lo mismo dibujaban pájaros desconocidos que medusas o estrellas de mar con todos sus detalles.
Es de noche y es tarde. Sí, pienso mucho en mi madre y en mi padre, pero esos pensamientos intento incluirlos en el conjunto habitual de las cosas en las que pienso habitualmente. ¿Por qué no podemos dejar de pensar, de interpretar, de imaginar? No imagino paz mayor que liberarnos de esa condición tan humana sin desaparecer, aunque creo que algo semejante es absolutamente imposible.
La noche avanza. Yo no sé nada. Cerraré los ojos agotado y los abriré mañana por la mañana. Allí estará despierta y en pie la misma tristeza. La misma ignorancia.
lunes, 2 de marzo de 2020
Se pierde en la niebla
Mi madre está muy enferma, y lo está de una de las peores enfermedades que pueden apoderarse de nosotros: la que poco a poco nos arrebata los recuerdos, la memoria, el reconocimiento de la realidad. Es terrible y hoy he sufrido durante todo el día tras leer los comentarios de mis hermanos en el grupo que tenemos. Me duele tanto, me produce tanta tristeza y esta infame sensación de injusticia cuando pienso en lo que mi que madre ha sido: su genio, su brillante inteligencia, su capacidad de entender y analizar en una palabra cualquier situación.
Nos espera una época muy dura, e inmediatamente pienso en mi padre, que la cuida, que convive con ella, que no quiere saber nada de otras soluciones alternativas. Mi padre, que a sus ochenta y tres años está al pie del cañón como siempre lo estuvo; mi padre, el mejor ser humano que he conocido en toda mi vida. Asistir a su tristeza y desolación al ver cómo su compañera se pierde en la niebla me rompe el alma. Me destroza. Lloro y no sirve de nada. Pienso y no sirve de nada. Escribo y no sirve absolutamente de nada.
Lo único que me ayuda es saber y constatar que sus hijos nos queremos y les queremos. Esto lo afrontaremos juntos, aunque algunos vivamos más lejos que otros. Siempre supe que esta etapa de la navegación llegaría, pero uno nunca está preparado. Nunca lo está en realidad, nunca lo estamos, jamás. La vida no funciona así porque siempre, incluso aunque nos neguemos a aceptarlo con gestos pueriles, la vida siempre es esperanza, y cuando esta comienza, casi sin darnos cuenta, a desaparecer, asoma otra verdad tan poderosa como aquella: la vida es amor. Me aferro a ese amor mientras navegamos. El amor es la verdad, la única verdad.