domingo, 31 de marzo de 2019

Treinta y uno de marzo

Esta noche perdí una hora. Llevo tanto tiempo escribiendo este diario que seguramente todo lo que diga a partir de ahora ya lo dije antes: me perturba haber perdido una hora. Ahora mismo son las diez y veinticinco de la noche pero ayer, en este momento exacto del mundo, eran las nueve y veinticinco de la noche. Me cuesta comprenderlo y a la vez me ayuda a entender que todas las medidas que nos rodean a lo largo de nuestra vida son solamente eso: acuerdos colectivos, convenios, apaños. Medimos el tiempo según nos conviene, aunque él no haga lo mismo con nosotros.

sábado, 30 de marzo de 2019

Treinta de marzo

Hemos ido a visitar a mis padres caminando. Desde nuestra casa cuesta media hora más o menos. Me ha sorprendido un poco ver lo sucias que estaban las calles de Zaragoza, o tal vez fuese efecto de la luz, que se desvanecía poco a poco mientras se encendían las farolas. La gente tomaba copas y tapas en innumerables terrazas. Hemos pasado, tanto en la ida como en la vuelta, frente a un gimnasio donde podías ver a las personas corriendo en cintas móviles pues en vez de pared había un inmenso cristal.

Al llegar a la casa donde me crié nos hemos encontrado con mi hermano Carlos y Concha, nuestra cuñada queridísima. Ellos se han ido al cabo de un rato a buscar a mi sobrino Diego, que estaba en casa de un amigo, y Maite y yo nos hemos quedado con Jesús y Nati un rato más. Ochenta y tres y casi ochenta años. Hoy mi madre estaba mejor que la última vez que fuimos a verles, así que he vuelto a casa más animado, aunque con una consciencia muy clara de que ya hemos entrado, como hijos e hija, en una etapa muy concreta de nuestras vidas y, sobre todo, de las vidas de nuestros padres amados.

Al llegar a nuestro apartamento he venido al cuarto de mi hija con un bourbon con hielo y aquí estoy, escribiendo mientras escucho una obra que descubrí hace poco y desde entonces no puedo dejar de oír. Parece mentira que tras tantos años de música no la conociera, pero cuantas más existirán. Es el precio que pagamos: vivimos fugazmente, pero tal vez por ello lo hacemos con más intensidad.


 

viernes, 29 de marzo de 2019

Veintinueve de marzo

Estaba duchándome con la puerta del cuarto de baño cerrada cuando he oído golpear en la puerta a nuestro robot de limpieza Roomba. Han sido tres o cuatro golpes suaves, pero durante un momento he sentido algo entre la perplejidad y el miedo.

jueves, 28 de marzo de 2019

Veintiocho de marzo

No habrá en la historia del universo otro día exactamente igual al de hoy. Hace mucho tiempo leí un artículo que explicaba el tiempo del siguiente modo: un vaso de vidrio al borde de una mesa cae y se rompe en pedazos al golpear el suelo de la cocina. Eso es el tiempo. Podríamos recoger los restos de ese vaso y pegarlos uno a uno hasta reconstruirlo, pero ya no sería el que estaba, minutos antes, intacto al borde la mesa. Sería otra cosa. Lo comprendí enseguida. El tiempo es eso.

Cada día de nuestra vida es un vaso que cae en el sueño de la noche. En mi inútil rebelión contra la ciencia y la física estos textos podrían ser, de algún modo, un intento de recuperar lo posible sabiendo que es imposible. Es la reunión de algunos restos. Migas de pan en la oscuridad del bosque.

Puedo leer en este diario lo que sentía al ir a recoger a mi hijo al colegio cuando era pequeño y corría feliz hacia mí arrastrando la chaqueta por el suelo, y emocionarme al hacerlo. Pero aquel momento existió y murió. Nunca volverá a existir como nunca él será otra vez un niño ni yo un padre de cuarenta años. Y no pasa nada. Sólo escribo sobre ello. Todo es como debe ser. Doy testimonio nada más.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Veintisiete de marzo

En el cercano recinto ferial de Barbastro, más allá del Palacio de Congresos al otro lado del río, las cofradías de Semana Santa ensayan con sus tambores y bombos para la próxima Semana Santa, como cada año por estas fechas.

Hoy he leído que actualmente, en España, el verano dura cinco semanas más que en mil novecientos ochenta. Son datos que me aterran porque no soporto el calor. Odio el calor, me resulta obsceno y embrutecedor.

El perro de alguna vecina ladra y ella le grita, sin éxito, que deje de hacerlo. Comprendo que algo no está funcionando bien en esa relación.

Por otro lado mi vida personal está bien. Calmada. Tranquila cuando no pienso en el calentamiento global; tranquila cuando no pienso en las guerras actuales y anónimas que matan a civiles, a mujeres y niños como sucede en Yemen; tranquila cuando no pienso en las toneladas de plástico y basura que flotan en los océanos; tranquila cuando no pienso en las próximas elecciones y la posibilidad real de que la derecha más radical gobierne en mi país; tranquila cuando no pienso.

Es difícil no pensar. A mí me cuesta mucho aunque a veces, de hecho a menudo, soy capaz de conseguirlo: mirando una película, viendo un partido de fútbol, concentrado en el plato que estoy cocinando, hablando con mi mujer de cómo le ha ido la mañana. Durmiendo la siesta como quien muere temporalmente.

A veces me siento un explorador antártico: cuanto más avanzo en la ventisca menos sé hacia donde me dirijo. Suenan los tambores y bombos que ensayan su participación en la Semana Santa que rinde tributo a la crucifixión y resurrección de Jesucristo en Palestina hace dos mil años, y yo, mientras escucho su sonido rítmico e hipnótico, me imagino avanzando entre la nieve y el hielo de la Antártida, perdido sin saber todavía que lo estoy.

martes, 26 de marzo de 2019

Veintiséis de marzo

Escribo con una tranquilidad, acaso debida al cansancio físico, que incluso me sorprende. Hace años, no demasiados, este proyecto de escribir en este diario cada noche me hubiese producido cierta ansiedad, cierta inquietud. Ahora no es así. Imagino que esto debe significar algo bueno para mí: que he madurado, tal vez; que me he dado cuenta del verdadero interés de mis cosas y mis asuntos y mis pensamientos; que en realidad ninguna de mis palabras es tan importante, que se perderán en el silencio del espacio que contempla la aparición y desaparición de galaxias y planetas. Darme cuenta de lo pequeño que soy. Es importante saberlo.

lunes, 25 de marzo de 2019

Veinticinco de marzo

A veces echo mucho de menos el mar. Hace años escribí en este mismo diario que me gustaba el mes de marzo porque contenía la palabra "mar".

Echo de menos el mar y la época en la que conducía en invierno con Maite a mi lado por la retorcida carretera de Orriols, entre Banyoles, donde vivíamos, y L'Escala, rumbo a la antigua ciudad griega de Ampurias. Nunca olvidaré el sonido del motor del Alfa Romeo apurando las curvas. Éramos jóvenes y de todo este ahora en el Somontano de Huesca no sospechábamos nada; tampoco, todavía menos, de nuestros futuros hijos.

El sonido de las olas rompiendo en la orilla. Lo escribiré mil veces, un millón de veces; lo escribiré antes de morir, si soy capaz de ello: el sonido de las olas rompiendo en la orilla una y otra vez, una y otra vez.

domingo, 24 de marzo de 2019

Veinticuatro de marzo

El día se extingue despacio,
sin prisa, a la velocidad de
la fuerza de la gravedad que
empuja mi cama, la silla y la mesa
en la que escribo hacia
el núcleo de la tierra.

Nada extraordinario
sucedió hoy, algo
que mi cerebro colmado
de voces y sucesos
a lo largo de tantos años
agradece infinitamente.

Silencio y paz. Silencio
y este dejarse llevar
por la corriente sin remedio.

sábado, 23 de marzo de 2019

Veintitrés de marzo

Esta mañana, paseando con mi compañera junto al canal, he visto la primera amapola de dos mil diecinueve. Todo ha florecido antes de lo acostumbrado. Podíamos vislumbrar la nieve en la lejana cordillera, ya no en forma de cimas blancas sino en flecos rasgados descendiendo y desapareciendo en las laderas. Había mariposas y hormigas. Pájaros en un cielo sin nubes. Romero en flor. Aliagas amarillas como las primeras plantas que crecerán en Marte cuando hayamos colonizado el planeta muchos siglos después de mi muerte.

viernes, 22 de marzo de 2019

Veintidós de marzo

Es un hombre grande, alto y muy fuerte. Lo que convendríamos en llamar "un chicarrón del norte". Se levanta de noche, tan temprano que a veces desayuna cuando otros recenan. Luego sale de casa, se sube a su camión y parte rumbo a su próximo destino. Desde la cabina contempla el amanecer sobre la tierra, sobre los campos, sobre la carretera a menudo desierta, sobre paisajes de todo tipo, y a veces hace fotografías. Le gusta mucho su trabajo -creo que a mí también me gustaría.

Es un hombre grande, alto, fuerte, y su corazón y su sensibilidad son más grandes que él. En mi limitado círculo social tengo a cuatro o cinco hombres como símbolos de lo que significa ser un buen hombre, un hombre bueno, simplemente eso: bueno. Uno es él, junto a mi padre y mis hermanos y mi mejor amigo. Se llama Gustavo y es mi cuñado, el compañero de nuestra hermana pequeña. En mi familia todos le queremos muchísimo. Lo que no sé si él sabe es que, además de todo eso, es un poeta maravilloso.

jueves, 21 de marzo de 2019

Veintiuno de marzo

Con la hora de la cenicienta acercándose poco a poco me asomo a la ventana y contemplo el cielo en el que brillan algunas pocas estrellas, rebeldes contra la contaminación lumínica de mi pequeña ciudad. Aún así me atrevo a hacer una fotografía donde, para mi sorpresa, tras haber eliminado el flash, aparecen. La cuelgo en instagram, lugar que complementa a Las cinco estaciones en el proyecto de hacer un diario de este año dos mil diecinueve en el que cada día doy testimonio visual y textual de mi vida cotidiana. Aviso, la mayor parte de las fotografías son terriblemente malas, como sucede aquí con los textos. Pero es mi proyecto.

En mi casa la cena es un pequeño sálvese quien pueda. Ni siquiera cenamos juntos. Cada uno se prepara algo y cena cuando le viene bien. Yo me haré una tostada caliente con gorgonzola y anchoas, probablemente, pero Maite tiene brócoli y Carlos seguramente se hará huevos fritos con longaniza o algo así. Vamos por libre. Comemos juntos, eso sí, pero la cena es como un territorio de libertinaje, lo cual me encanta porque puedo estar aquí escribiendo sin presión de ninguna clase.

Pienso que es importante que existan momentos así, en los que cada uno, pese a formar parte de una familia, pueda hacer lo que le salga de las narices sin reproches sino más bien agradecimiento. Cuando mis hijos eran pequeños no podíamos permitírnoslo, obviamente, pero ¿ahora? Campi qui pugui. Campo abierto. Y me encanta. Bona nit, amigas y amigos míos. Buenas noches también a quien pase despistado por aquí. Sólo es un diario, nada más.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Veinte de marzo

Otra brazada
en mar abierto.

La tierra firme es un sueño
en nuestra cabeza: las cosas
que nos pasan allí, secos
bajo las nubes,
creando familias,
viendo crecer a nuestros hijos,
descubriendo nuevos amigos,
cenando en restaurantes,
leyendo libros, escribiendo
diarios, son un sueño.

Otra brazada
en mar abierto: respirar
oxígeno del aire y
expulsar en el agua
dióxido de carbono
en forma de burbujas
que quedan atrás.

martes, 19 de marzo de 2019

Diecinueve de marzo

Ahora mismo nuestro hijo de veintiún años está cocinando la cena, pollo con verduras. Lo veo en la cocina con el delantal y la tabla de picar y todo ordenado (no como su dormitorio, el centro abisal de un agujero negro) y me doy cuenta de cómo, sin darnos cuenta, ellos nos miraban cuando eran pequeños e, inconscientemente, tomaban nota.

He llamado a mi padre para felicitarle en el día del padre. Me ha preguntado si mis hijos lo habían hecho. Le he dicho que, en estas costumbres del día de tal o de cual, éramos los últimos de Filipinas. Le he dicho también que le quería muchísimo y era un ejemplo para mí, sobre todo ahora, cuando mi madre está enferma y él está ahí, al pie de todo; le he dicho que era la persona más buena que había conocido en mi vida y que me sentía orgulloso de ser hijo suyo.

No ha sido difícil porque todo era verdad. Han existido y existirán seres humanos extraordinariamente buenos sobre la tierra, y puedo afirmar sin duda alguna que mi padre, Jesús Miramón Martínez, es y será hasta el fin de los tiempos uno de ellos.

lunes, 18 de marzo de 2019

Dieciocho de marzo

Se me cierran los ojos de puro cansancio, que en mi caso es mental. No sé cuántas calorías consume el cerebro ni tengo ganas ahora de buscar esa información en internet. Las farolas de la calle junto a mi ventana tiñen las aceras de amarillo. Escucho música, bebo whisky, respiro y tecleo palabras en este cuadro en blanco de Blogger. No soy ajeno al mundo sino una partícula de él. Qué milagro. Qué responsabilidad.

domingo, 17 de marzo de 2019

Diecisiete de marzo

La tarde de domingo fluye lentamente entre altos árboles poblados por tucanes de picos de colores y monos capuchinos con el mismo peinado que yo.

Las nubes navegan a miles de kilómetros de altura sobre el sitio donde escribo, deshaciéndose y volviéndose a rehacer como nosotros no podemos. La luz languidece lentamente.

No tengo prisa, o mejor debería decir: no "siento" prisa. Ni siquiera ante el proyecto de escribir una entrada en este diario cada día.

He ido aprendiendo que da igual lo rápido o despacio que sucedan las cosas: el tiempo es algo ajeno a nosotros, impermeable a nuestras expectativas. El tiempo se ocupa de todo mientras sobre mi canoa se agitan las hojas de las palmeras y, de vez en cuando, delfines rosados de agua dulce asoman su aleta dorsal en el agua turbia.

sábado, 16 de marzo de 2019

Dieciséis de marzo

Hace un rato hemos vuelto de la casa de mi hermano gemelo, donde hemos celebrado una comilona familiar. El lugar, con todos los coches aparcados alrededor, parecía una de esas comidas italianas que salen en las películas sobre la mafia, salvo que en este caso todos éramos personas normales, hombres, mujeres, niñas, niños, y dos abuelos muy contentos de vernos a su alrededor. Mi hermano Javier es un experto haciendo paellas. La de hoy era para veinticuatro personas y estaba buenísima. También hemos comido longanizas de Graus que hemos llevado nosotros, chistorra casera de Navarra que ha traído mi hermana del pueblo, morcillas, queso, chorizo, en fin. Hemos vuelto con un táper de arroz de los que nuestra querida cuñada Ana, previsora, había comprado sabiendo que, como siempre, sobraría mucha comida.

No nos reunimos muy a menudo. La familia de mi padre y mi madre ha dado lugar a dieciocho personas y es difícil cuadrar las fechas. Creo que la última vez fue en Navidades. Eso sí, cuando lo hacemos nos lo pasamos muy bien. Maite y yo hemos sido los últimos en levantarnos de la sobremesa ¡y eran más de las nueve de la noche! Las sobremesas de mi familia son míticas. A todos nos gusta mucho opinar y hablar de lo humano y lo divino, y lo hacemos sin cortapisa alguna mientras tomamos café, comemos pasteles y bebemos whisky y gin-tonics. Hoy además estaba la pareja de mi sobrina, con la que hemos sabido que vive desde hace un mes en un piso en el pueblo de aquella, una mujer risueña, cariñosa y que nos tiene enamorados a todos. Patricia y Marta: sois maravillosas y os queremos muchísimo, ya lo sabéis. Os deseamos lo mejor para el futuro en esta nueva etapa. ¿Ya he dicho que sois maravillosas?

Ahora llega el bajón. Como hemos comido tanto no tengo hambre, aunque supongo que algo caerá antes de irnos a dormir. Me gustan estas reuniones familiares llenas de coches, mis padres ya muy mayores, mis hermanos y hermana, mi cuñado Gustavo (una de las personas más profundamente buenas que conozco), mis sobrinas y sobrinos, algunos todavía pequeños, la mayor ya con su compañera. La vida crece y el amor también. Somos una pequeña tribu, como diría Javier, unida por el amor y el respeto entre nosotros. Como alguna vez he escrito -y he escrito tantísimo que tengo la sensación de no escribir nada nuevo desde hace años-, días como hoy son los recuerdos del futuro, cuando las cosas sean distintas. Es como sembrar un huerto sin darnos cuenta. Bueno, aunque yo sí me doy cuenta, un poco, no puedo evitarlo.

viernes, 15 de marzo de 2019

Quince de marzo

Cinco estornudos, siete estornudos, diez estornudos seguidos, tal vez doce, sin poder parar. Ojos llorosos. Brotes atópicos en la piel. El calendario dirá lo que quiera, pero la primavera, para mi alérgica desgracia, ya ha llegado. Sé lo que me espera, me acompaña desde hace muchos años. Ella es así: bella y letal*.

---
* Igual he exagerado un poco en el último adjetivo. Todo lo demás es cierto.

jueves, 14 de marzo de 2019

Catorce de marzo

Otro día se apaga lentamente. Socialicé muchísimo por la mañana y por la tarde me recluí en el silencio, la siesta y esta mesa pequeña junto a mi cama, ahora. Este es mi momento. Nada extraordinario me sucedió, salvando el hecho de conocer a decenas de personas que no conocía y, de vez en cuando, sentir una conexión especial con ellas.

Por la mañana, yendo a trabajar, los aviones habían dejado líneas blancas de su rastro en el cielo azul. Un gato callejero salió de debajo de un coche, un macho con una oreja mordida, la cola rota y el aspecto de un pirata: un superviviente.

Delante de mí unas niñas sudamericanas en vez de caminar bailaban y saltaban rumbo al colegio, sus pequeñas melenas de un negro azabache moviéndose de un lado a otro, las mochilas rosas en su espalda. Me conmovieron hasta el hueso.

Al llegar a la agencia ya había dos personas esperando fuera. Les dije: "Abrimos la atención al público a las nueve".  Me contestaron: "Vale, vale, tranquilo, ya esperamos".

El día que ahora se apaga lentamente comenzaba entonces. Cada día es la metáfora de una vida, y lo mismo sucede al revés.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Trece de marzo

Las playas del oeste de Irlanda son orillas de conchas trituradas por las mareas y algas que la marea abandona en ellas. El cielo está nublado y la arena huele a cierta dulce y lenta putrefacción vegetal. Lo recuerdo.

martes, 12 de marzo de 2019

Doce de marzo

A menudo encuentro paz en la monotonía. Otras veces no, otras veces me gustaría tener una vida plena de aventuras y acontecimientos inesperados, pero hoy es un día para lo primero: rutina, retiro, tomarme una copa, escribir algunas palabras y luego irme a dormir.

Sé que me estoy haciendo mayor porque yo, que siempre odié dormir pues sentía que me robaba tiempo, ahora amo dormir, tal vez me he dado cuenta de que el tiempo no es nada, y también porque sueño mucho y frecuentemente recuerdo los sueños.

El tiempo de estar despierto y el tiempo de dormir es el mismo, pero en el primero los sucesos suelen ser, hasta cierto punto, previsibles, y en el segundo nunca sabes lo que va a ocurrir, vives en un lugar construido con basura mental, anhelos y viejos recuerdos ya olvidados. De día, en plena vorágine de trabajo, a veces echo de menos ese otro mundo aleatorio.

Cuando cada mañana suena el despertador me da mucha pena porque nunca volveré a visitar el otro lado tal y como lo dejé al abrir los ojos. Me da rabia no poder controlar ese fenómeno, y con eso me quedo.

A lo largo del día el cerebro, pese a mis esfuerzos, va olvidando lo soñado y al acostarme de nuevo, muy cansado como ahora mismo, una nueva historia vuelve a comenzar para no tener nunca un desenlace.

lunes, 11 de marzo de 2019

Once de marzo

Todos o casi todos los almendros han dejado caer los pétalos de sus flores y los frutos han comenzado a madurar.

Ayer los campos de cebada fulgían bajo el cielo azul con su característico color verde esmeralda cuando regresábamos de Zaragoza.

Ese color intenso y único durará unas semanas, una maravilla que siempre me ha fascinado tanto como en lo que se transformará: el milagroso amarillo casi dorado de la sazón y la cosecha.

sábado, 9 de marzo de 2019

Nueve de marzo

A veces me gusta pensar desde la estación espacial, como si yo estuviese allí entre sus habitantes, fantasma de mi imaginación. No os veo a nadie, ni siquiera a mí, que en realidad no estoy allí pero estoy aquí, tan lejos, una molécula invisible. Las imágenes de mi hogar son manifestaciones pictóricas en movimiento: continentes ocres, huracanes blancos, océanos azules. Sólo al llegar la noche, como sucede ahora, comienza a revelarse que existe vida y energía en mi planeta, y se hace presente a través de la luz que emiten las ciudades y pueblos. Zonas del planeta rebosantes de estrellas interconectadas entre sí y zonas del planeta oscuras como agujeros negros. Pero pronto daré la vuelta al planeta una vez más y volaré sobre la superficie iluminada por el sol, una superficie donde aparentemente no hay nadie, nadie matando y muriendo, nadie naciendo, nadie escribiendo nada.

viernes, 8 de marzo de 2019

Ocho de marzo

Escribo en la habitación de Zaragoza donde Maite pasó su adolescencia. Aquí estudiaba, aquí merendaba con sus amigas, aquí me hacía esperar mientras yo estaba abajo, en la calle. Ahora es el cuarto de Paula cuando viene a España -a Zaragoza- y está llena de cosas suyas: dibujos y recuerdos, fotografías de sus compañeros del laboratorio donde colaboró durante sus dos últimos años de carrera.

Me resulta enternecedor. Primero mi compañera, luego mi hija. Y pienso también en mi madre, en mis amigas, en las mujeres que atiendo cada día en el trabajo. Ellas mantienen el mundo en pie. En épocas de guerra y hambre las mujeres sacan adelante a sus hijos e hijas. Podría contaros historias increíbles sobre mujeres fuertes, generosas, mujeres con botas de goma viniendo de la granja de terneros, viudas que durante la crisis han mantenido a hijos y nietos haciendo de su magra pensión un milagro.

Siempre he pensado que si las decisiones políticas fuesen tomadas por más mujeres de lo que son ahora, copadas por los hombres y nuestra testosterona, las cosas irían mucho mejor. Ellas saben qué es crear vida y se lo pensarían dos veces antes de enviar a los jóvenes a luchar en guerras geoestratégicas.

Este planeta necesita más mujeres decidiendo en asuntos tan importantes como el cambio climático o la igualdad de género y entre continentes. Muchas más mujeres como la que dormía aquí hace treinta años, como la que duerme ahora mismo en Bergen, como la que duerme en su piso a sus casi ochenta años junto a mi padre de ochenta y tres, como mi hermana en mi pueblo, mis cuñadas, mis sobrinas preciosas, mis amigas del alma, nuestra vecina S. aquí en Zaragoza, que tiene llaves de nuestra casa heredada, una mujer maravillosa y valiente que, tras una relación de maltrato y violencia de género, ha logrado seguir adelante con su vida y sus dos hijos, que la quieren con locura. Maite y yo también la queremos mucho.

Lo mejor de la jornada de hoy es que la afluencia de mujeres y hombres a las convocatorias feministas en todas las ciudades de España han dejado en ridículo la que convocaron las derechas en Madrid. En ridículo. No suelo escribir de política en mi diario, intento preservarlo de eso y convertirlo en algo literario, poético, pero hoy no puedo. El veintiocho de abril debemos votar todos, todas, que no se quede en casa ni un solo voto progresista. Lo que tenemos enfrente es muy feo, muy garrulo, algo terrible. Hay que votar feminismo y justicia social. Sé que tal vez tengamos que taparnos un poco la nariz, pero existen elecciones históricas y ésta será una de ellas. Buenas noches y buena suerte.

jueves, 7 de marzo de 2019

Siete de marzo

Un día más con muchos rostros nuevos al otro lado de mi mesa de trabajo, y también algún que otro conocido. Por la tarde, después de la siesta, cociné estofado irlandés para mañana. Ahora es de noche. Tengo mucho sueño y una vida normal.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Seis de marzo

Acaba de tronar y granizar como si estuviésemos en verano. He pensado en los almendros en flor. Todas las flores al suelo. El cielo se ha vuelto de color naranja, como si fuésemos una colonia humana en Marte. La pequeña diferencia es que allí hoy no llueve a mares como si hubiera llegado el apocalipsis. Me alegro de que nuestro viejo coche esté en el garaje. Tormenta de verano antes de la primavera. Todo está cambiando. Esta noche dormiré bien.

martes, 5 de marzo de 2019

Cinco de marzo

Siempre o casi siempre escribo por la noche, cuando el día termina. Al fin y al cabo esto es un diario. Hoy no me sucedió nada fuera de lo común salvo saber de seres humanos que no conocía antes y dejaron una huella en mí. Personas de las altas montañas cubiertas de nieve, personas del llano de almendros en flor, vecinos de nuestra pequeña ciudad. Ese es el punto en el que siempre debo estar con los oídos bien abiertos y toda mi profesionalidad al servicio de quien se sentó al otro lado de mi mesa.

Sí, lo sé, soy un privilegiado. Poder ayudar y resolver dudas de personas como yo. No existe un día en el que no sea consciente de esa suerte y esa oportunidad.

Ladra un perro. El tiempo pasa. Hoy trabajé, como todos los martes, por la mañana y por la tarde, hasta las siete. Estoy muy cansado mentalmente y voy a acostarme a pesar de la hora tan temprana. Bona nit a tothom. Buenas noches a todas y todos. El perro sigue ladrando, pero sé que en cuanto ponga mi cabeza en la almohada despertaré en otro mundo.

lunes, 4 de marzo de 2019

Cuatro de marzo

El río continúa fluyendo hacia el mar frente a mi casa. La noche ha llegado. Mira las estrellas lejanas, tan lejanas que hace millones de años murieron y contemplas su luz viajando a través de distancias casi incomprensibles. Cena tranquilamente con tu familia o con tu gata, cena solo o no cenes nada antes de irte a dormir. Somos criaturas de un día.

domingo, 3 de marzo de 2019

Tres de marzo

Me desperté de la siesta
helado, encogido de frío. Si
al levantarme de la cama
me hubiese encontrado
en una colonia marciana
azotada por una tormenta de arena
no me hubiese extrañado
mucho más que
encontrarme en este piso de Barbastro,
Huesca,
Aragón,
España,
Europa,
la Tierra.

Vivimos un sueño y,
en ese sueño,
dormimos y
vivimos
más sueños.

sábado, 2 de marzo de 2019

Dos de marzo

Por la mañana fuimos a pasear por el campo como cada fin de semana. Costumbres. Al cabo de uno o dos kilómetros vimos a un lado del camino los cuerpos de dos raposas, dos zorros. Por el entorno y la anchura de la vía yo diría que era imposible que hubiesen muerto atropellados: campo a un lado, un canal de agua al otro, así que sospecho que fueron víctimas de cazadores que, camino de su coto, vieron a los animales y les dispararon. No, no me detuve a hacerles una autopsia, pero en cualquier caso ha salido en las noticias que un cazador de Huesca, un psicópata, mató a golpes a un zorro delante de la cámara del móvil de un compañero cazador. La sentencia ha sido absolutoria porque la ley considera maltrato sólo a los animales domésticos, a los que dependen de nosotros, no a los silvestres. Es una sentencia que ha causado revuelo pero ahí está. Me he acordado de ella al contemplar los dos zorros muertos a la derecha del camino. Piel preciosa de cuerpos muertos agitada suavemente por la brisa.

A ver, voy a ser muy claro: un cazador de verdad no mata zorros. No me agrada ninguno, pero un poco más los que cazan perdices, faisanes y animales que se comen. Un cazador que mata, seguramente desde el coche, a dos zorros para dejarlos ahí tirados, pasto de los gusanos, es un miserable cabrón que debería plantearse seriamente sus conceptos morales.

Hice fotografías a los cuerpos de los animales muertos. Maite me dijo que qué pensaba hacer con ellas, (en mi imaginación pensaba publicar una de ellas en Instagram). Hablamos y me convenció. Las borré del móvil. Hace años publiqué alguna semejante, pero hoy no. No tengo derecho. Eran fotografías tristes. Podéis imaginarlas. Dos zorros muertos por disparos en el margen del camino. Esas imágenes no eran necesarias. Tengo mucha suerte de vivir con una persona tan sensible e inteligente.

viernes, 1 de marzo de 2019

Uno de marzo

Por la tarde fui al supermercado a comprar víveres. Me gusta escribir víveres en vez de comida porque así es como si viviese en lo más profundo de Alaska. Pero era comida, lo admito. Y no vivo en Alaska, eso también lo admito. Mierda.

Qué gracia me han hecho los niños disfrazados. En un carro, de pie junto a la compra, había una niña preciosa con gafitas redondas vestida de princesa de Disney, y más allá, en otro pasillo, un niño con su rostro pintado de rojo y un disfraz de demonio, con sus blanditos cuernos de diablo en la cabeza. Y otro, un poco más mayor, con una especie de mono con cremallera delantera y barriga blanca representando un animal que ni entonces ni ahora mismo me siento capaz de identificar.

También había muchos adolescentes comprando alcohol. Chicas y chicos haciendo acopio de ron, vodka, refrescos y hielo. Me han inspirado ternura. Yo no he perdido repentinamente la memoria al hacerme mayor. En un momento dado una de las chicas le ha dicho a otra: "Llama a Yago para que entre con el carro". Yago era, evidentemente, el mayor de dieciocho años que les iba a sacar la bebida de la tienda.

Yo he seguido con mis cosas (entre las que se encontraba, por cierto, comprar alcohol), pensando en el carnaval. Nunca me gustó. No, no me gusta. Soy tan soso que lo encuentro innecesario e impostado, aunque sé que las personas que lo viven de verdad están en las antípodas de lo que yo pienso. El carnaval de Tenerife con esos trajes grotescos y gigantescos sobre una joven que se piensa afortunada por el privilegio, las chirigotas de Cádiz cantando todos a la vez cosas sobre la actualidad política vestidos para la ocasión y haciendo caras y extravagancias... No sé. Es que ni siquiera siento indiferencia: no me gustan. Cambio de canal en la televisión.

Pero lo respeto, sólo faltaría. Y conozco más o menos los antiguos orígenes del carnaval, cuando los esclavos se convertían en amos y los amos en esclavos, cuando todo se subvertía temporalmente en alegre chanza y orgías y comilonas; y luego, durante el cristianismo, como una especia de despedida de la alegría y la desvergüenza antes de los tristes días de la Semana Santa.

Lo respeto pero no me alcanza. Esa es la palabra: no me alcanza. No me dice nada. Sé que parezco un abuelo de noventa años no demasiado alegre pero así es: no me alcanza.

Eso sí, los niños disfrazados en el supermercado, inocentes, pequeños, me han enternecido de un modo inversamente proporcional a los sentimientos que me producen los hombres adultos disfrazados de putas.