A veces echo mucho de menos el mar. Hace años escribí en este mismo diario que me gustaba el mes de marzo porque contenía la palabra "mar".
Echo de menos el mar y la época en la que conducía en invierno con Maite a mi lado por la retorcida carretera de Orriols, entre Banyoles, donde vivíamos, y L'Escala, rumbo a la antigua ciudad griega de Ampurias. Nunca olvidaré el sonido del motor del Alfa Romeo apurando las curvas. Éramos jóvenes y de todo este ahora en el Somontano de Huesca no sospechábamos nada; tampoco, todavía menos, de nuestros futuros hijos.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla. Lo escribiré mil veces, un millón de veces; lo escribiré antes de morir, si soy capaz de ello: el sonido de las olas rompiendo en la orilla una y otra vez, una y otra vez.
lunes, 25 de marzo de 2019
Veinticinco de marzo
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2 comentarios:
Es un sonido divino. Nos arrulla y tranquiliza.
Un beso
Ah, sí, es maravilloso. Mare mar. Un beso.
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