domingo, 17 de marzo de 2019

Diecisiete de marzo

La tarde de domingo fluye lentamente entre altos árboles poblados por tucanes de picos de colores y monos capuchinos con el mismo peinado que yo.

Las nubes navegan a miles de kilómetros de altura sobre el sitio donde escribo, deshaciéndose y volviéndose a rehacer como nosotros no podemos. La luz languidece lentamente.

No tengo prisa, o mejor debería decir: no "siento" prisa. Ni siquiera ante el proyecto de escribir una entrada en este diario cada día.

He ido aprendiendo que da igual lo rápido o despacio que sucedan las cosas: el tiempo es algo ajeno a nosotros, impermeable a nuestras expectativas. El tiempo se ocupa de todo mientras sobre mi canoa se agitan las hojas de las palmeras y, de vez en cuando, delfines rosados de agua dulce asoman su aleta dorsal en el agua turbia.

2 comentarios:

Manuela Fernández dijo...

En el paisaje que describes no me extraña no tener prisa.
SAludos.

Jesús Miramón dijo...

Mañana lunes es más difícil, aunque no imposible. Pero esta tarde de domingo, ya noche a estas horas aquí en Barbastro, podemos imaginar cualquier cosa, lo que queramos. Es el juego.

Saludos, Manuela.