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domingo, 27 de octubre de 2019

Veintisiete de octubre

Yo soy muy sensible a los cambios horarios. Todo mi cuerpo sabe que ahora son las siete y veinte, no las seis y veinte. Me costará algunos días, muchos días, acostumbrarme. Es lo que le pasa a todo el mundo, por otra parte. Imagino.

Todavía siento los efectos de la comilona de ayer. Y lo mejor es que en el frigorífico me esperan restos guardados en sus correspondientes tupperware (caldereta y caracoles). Debí engordar dos kilos.

La comida familiar se celebraba por los cumpleaños de mi padre y mi hermano Carlos, ambos en octubre, ochenta y tres y cincuenta años respectivamente (aunque aparentan setenta y cuarenta, los cabrones). Pero todos tuvimos regalo. Mi hermana Susana y nuestro querido cuñado nos regalaron a todos unas camisetas maravillosas. (A mí por otro lado mi cuñada Ana me regaló una taza muy especial que guardaré con mucho cariño). Echamos de menos a nuestros dos hijos, uno en el estrecho de Magallanes, otra volando a Bergen, pero ya somos tantas personas que resulta difícil congregar a todos. Aunque salvo ellos y la novia de nuestro sobrino Javi, un pedazo de pan de casi dos metros de altura, estuvimos todos, incluso Patricia y Marta vinieron desde Briones, en La Rioja.

Y mañana lunes. Y después martes, Y miércoles. Pero esta camiseta mítica la tenemos todos, incluso mis padres, los abuelos, y sus nietos, mis sobrinos, y sus parejas, todos. Y es maravillosa.  Gustavo, Susana, gracias. Tenemos un apellido especial porque somos especiales. ¡Garrote!

De izquierda a derecha: cincuenta y ochenta y tres años.

Carlos Miramón mi hermano y Jesús Miramón mi papá.

Todos hemos recibido una camiseta tan maravillosa como esa.

Mi esperanza reside en que comparto sus genes,
aunque no su maravilloso aspecto.

jueves, 10 de octubre de 2019

Diez de octubre

Apenas desciende un hilo del río que debería fluir enjaulado en su canal de hormigón. Las algas de agua dulce son como el largo cabello de una Ofelia eternamente muerta. Los días de esta ciudad de provincias, como el pequeño caudal del río Vero, transcurren lentamente pero sin detenerse nunca. Hoy Malika, una mujer a la que conozco desde hace muchos años, me ha regalado una caja con unos tomates rosa de Barbastro de su huerta absolutamente maravillosos. Estos gestos, que yo siempre que no son necesarios porque simplemente hago mi trabajo, en el fondo me conmueven. Son tan gratuitos, tan de verdad. Malika y su marido recogieron estos tomates, los seleccionaron -estoy seguro porque son perfectos-, los metieron en una caja y pensaron en mí. Cuando me jubile, si todavía vivo para entonces, recordaré estas pequeñas cosas, estas conexiones entre personas tan distintas e iguales al mismo tiempo.

Creo firmemente, desde la privilegiada atalaya que me ofrece mi puesto de trabajo, que el único objetivo político o simplemente de futuro viable para nuestra especie es la comunión entre todos nosotros, que ya existe esporádicamente, que ya se demuestra en catástrofes naturales, que es consustancial a nuestra evolución como seres sociales. Todo lo que vaya en contra de esa comunión sencilla, sin aspavientos, sin señalar con cinismo las diferencias y señalando con fraternidad tantas cosas que nos unen; todo lo que vaya en contra de eso es mi enemigo número uno: el racismo, el clasismo, el nacionalismo -que suele reunir las dos características anteriores-; el desdén por el dolor de los demás, el egoísmo, etcétera: esos son mis enemigos y jamás me cansaré de combatirlos. Jamás.

Los tomates rosa de Malika.

sábado, 3 de agosto de 2019

Tres de agosto

Hoy hemos tenido una comida familiar muy especial. Mi madre cumplió recientemente ochenta años y hoy nos hemos reunido absolutamente toda la familia: ellos, sus hijos y parejas, sus nietos y las parejas de sus nietos. Veintidós personas aparecidas y unidas entre sí en este mundo como consecuencia de que los jóvenes, casi niños, que fueron se enamoraran y decidieran emprender juntos esta aventura tan extraña y en ocasiones absurda.

Ahora mi madre no está bien. Tiene problemas de salud y mi padre la cuida. Ella cumplió, como digo, ochenta años y él tiene ochenta y tres. Les hemos regalado una fotografía milagrosa en la que aparecen bailando hace sesenta y cinco, cuando empezaron a salir ella con quince y él con dieciséis. La fotografía, en blanco y negro, la enviamos a imprimir en un ancho bloque de madera y, como no se la esperaban, les ha gustado mucho. Mi padre, al ver a su compañera con quince años, se ha roto un poco; mi madre, víctima de su enfermedad, no ha reaccionado demasiado, se sentía un poco confundida, pero luego ha pasado a darnos un beso a cada uno para agradecernos que estuviésemos allí con ellos.

La comida, como siempre en el restaurante El lechugero de Cascante, Navarra, maravillosa: ensalada de escarola con anchoas y foie, canelones de bogavante, zamburiñas, y de segundo espalda de ternasco al horno o chuletón o rodaballo o merluza rellena de chipirones en su tinta. Hemos comido bien, hemos bebido bien, nos hemos reído, hemos llorado un poco con la entrega de la fotografía, y ahora, ya en nuestro apartamento de Zaragoza, puedo decir que creo en el amor duradero. En mi familia más cercana lo tengo a mi alrededor, y cuando nos reunimos me doy cuenta de la suerte que hemos tenido todos nosotros. No es frecuente. Yo estoy con Maite desde los dieciocho o diecinueve años y tengo -tenemos los dos- cincuenta y seis, y la quiero muchísimo; mis hermanos lo mismo, ¡pero si hasta mi hijo, con veintidós, lleva con su chica tres años o más y están la mar de bien por ahora! Por cierto, ella ha conocido en esta comida por primera vez a la familia Miramón al completo, algo que me gusta mucho porque ya la sentía como parte de nuestra pequeña familia y ahora, desde hoy, también de la grande.

El día termina y estoy cansado. Los problemas de salud de mi madre me preocupan, pero hace tiempo que los sufre y eso hace que, de algún modo, vayamos aceptándolos. Afectan a su capacidad cognitiva y, aunque hay días que está mejor, otros no tanto. Mi padre lo sabe bien. El joven de la fotografía que baila con ella la cuida sesenta y cinco años después (y veinte personas más) con un amor tranquilo e inmenso, como es él.





martes, 16 de julio de 2019

Dieciséis de julio

Por la mañana fuimos a visitar un rato a mis padres. El próximo veintinueve de julio mi madre cumple ochenta años y el siguiente sábado tres de agosto nos reunimos toda la familia en el restaurante El lechugero de Cascante, en Navarra, mi pueblo y el de mis antepasados. Regentado por mis amigos de veranos adolescentes, Carmelo en sala y Angelines en la cocina, mi familia lo celebramos todo allí, y algo tan bonito como cumplir ochenta años no podía ser una excepción. Se da también el caso de que los fundadores originales del restaurante y hostal, que al principio era una tasca, son amigos íntimos de mis padres desde la infancia hasta hoy.

Mi madre nos ha dicho que le hacía mucha ilusión reunirnos a todos ese día, y entonces yo he recordado que mi iPhone me había enviado el día anterior uno de esos recuerdos que recopila la aplicación de fotografías, y precisamente eran fotografías de mis bisabuelas, mis abuelos y también de mis padres cuando se conocieron, con apenas quince años. Hemos estado viéndolas. A ratos señalaban: este está muerto, esta también, este muerto, este muerto... Yo me partía de risa. Sois unos supervivientes, les he dicho, sabiendo que, como todos, algún día dejarán de serlo. Le he guiñado el ojo a mi padre, que estaba contento de ver a mi madre tan lúcida y tan majica hoy, y le he dicho: Papá, a este paso la mamá no deja vivo a ninguno.

Ha sido un rato agradable. Había fotos maravillosas.  Qué guapos y qué jóvenes eran estos dos seres extraordinarios a los que todavía puedo abrazar y besar y oler.  Y qué poco podían imaginar que tendrían cuatro hijos, tres nueras, un yerno y diez nietos que les quieren, más las parejas de mis sobrinos y sobrinas y mis hijos. La vida creciendo como una enredadera.


domingo, 30 de junio de 2019

Treinta de junio

Hacía tanto calor que esta mañana me he ido a pasear en coche yo solo (para Maite pasear en coche no tiene sentido).  He tomado un camino de la carretera que nunca había explorado y he avanzado por él lentamente, pues no estaba en muy buen estado. El aire acondicionado de nuestra querida y vieja Picasso refrescaba su interior con una eficiencia impropia de un coche de catorce años, y era agradable atravesar los campos de cereal, mucho más allá del territorio del canal por donde solemos caminar cuando el tiempo lo permite.

Los campos de cereal, tanto cuando son de color verde esmeralda al principio de la primavera como cuando están en sazón y el viento los mece en forma de olas, hoy, ya cosechados, habían cumplido su ciclo. Paula los echa mucho de menos allí en Noruega: los campos de cereal y los cielos azules.

Finalmente el camino se complicaba y me he detenido frente a una extensa propiedad en medio de la cual, como suele suceder en los Monegros, más al Sur, el agricultor había respetado un pequeño y humilde árbol solitario.

Me gusta pensar que es un un gesto de respeto. Siempre me conmueven esos árboles protegidos por el propietario, que perfectamente hubiera podido acabar con él para aprovechar esos pocos metros de tierra. Es algo que siempre me llamó la atención. Creo que tiene que ver más con la poesía que con la agricultura.


sábado, 29 de junio de 2019

Veintinueve de junio

Hace un rato he acudido a la inauguración de la nueva mezquita de Barbastro, que está justo al lado del bloque de pisos donde vivo. Me han enseñado el interior del edificio, un pequeño trozo de Marruecos en nuestra ciudad, y han sido tan hospitalarios y solícitos conmigo que he vuelto a casa con un montón de comida de la que habían sacado a la calle en dos largas mesas. A los musulmanes de aquí los conocía a casi todos, por no decir a todos, y ellos me conocían a mí. En la calle habían dispuesto dos largas mesas con una cantidad ingente de comida hecha en sus propias casas, lo he probado casi todo, sabores distintos, cúrcuma, especias que no conozco, semillas de sésamo, miel, muchos dulces muy muy dulces. Me conmovía el cariño con el que me han trataban: "¡Jesús, prueba esto! Jesús, ¿otro té? (Qué rico el té con hierbabuena, nunca lo había probado y me he tomado tres) Jesús, ¿has comido calabacines rellenos? Están muy buenos. ¡Jesús, bebe un poco de limonada, que ésta está recién sacada del congelador y se calentará enseguida!" Imagino que sufrían al verme sudar, pero allí sudábamos todos y todas.

Era un día muy especial para su comunidad, y habían venido desde Fraga, Monzón, Binéfar, Graus; incluso desde lugares tan lejanos como Zaragoza y Tarragona. Se apenaban de que no hubiera acudido más gente no musulmana, aunque el nuevo alcalde sí lo había hecho antes de que yo llegara y había pronunciado unas breves palabras de concordia y convivencia, muy bien según me han contado. Yo les he comentado que con semejante calor todavía me parecían muchos los que habíamos respondido a la invitación, y asentían con la cabeza. "Qué mala suerte con el calor", decían, y añadían: "Pero no pasa nada, los que habéis venido sois nuestros amigos".

Ha sido una bonita experiencia echar un vistazo a una comunidad muy desconocida y, en cierta manera, injustamente estigmatizada por quienes se niegan a conocer otras culturas y otras religiones, ya no hablo por los directamente racistas. Y lo digo yo, que me declaro ateo sin complejos. Eso sí, puedo asegurar que la fama del islam hospitalario es absolutamente merecida hasta extremos abrumadores. Al irme les he dicho: "Un millón de gracias. Ya sabéis dónde encontrarme".





jueves, 20 de junio de 2019

Veinte de junio

Ha durado apenas diez o quince minutos, pero el cielo se ha oscurecido de repente y ha comenzado a caer granizo y lluvia, y un viento que agitaba los árboles, truenos viajeros que, como llegaron, se fueron.

Una tormenta de verano en junio. Las alarmas de algunos coches aparcados en la calle han comenzado a sonar. ¿Era para tanto? El pequeño río frente a nuestro apartamento de pronto ha crecido diez o quince centímetros.

El olor de la vegetación y la calle después, cuando volvíamos a tender la ropa que a toda velocidad habíamos retirado antes, en plena granizada, era maravilloso: una mezcla anisada de hierba, asfalto y hojas de árboles. Me gustan las tormentas.



martes, 28 de mayo de 2019

Veintiocho de mayo

Hoy he cumplido cincuenta y seis años. Es algo que me fascina, porque mi frontera imaginaria durante mi juventud era el paso de un siglo a otro. Más allá era terra incógnita y aquí estamos, diecinueve años después.

Hasta antes de ayer no me gustaba celebrar mi cumpleaños. Ya sabéis que soy un tipo duro, de piel de elefante e hígado de cachalote, un hombre sin sentimientos, sin pasado ni futuro, un forastero entrando a caballo en un pueblo olvidado de Dios. Pero sutilmente poco a poco ha ido desapareciendo el pueblo, el caballo, mi hígado de cachalote y mi piel de elefante. Estoy en esa fase humana en la que me alegra cumplir un año más por una sola razón: podré seguir explorando, conociendo, escribiendo, haciendo fotografías, atendiendo a personas de todo pelaje y condición; podré seguir conduciendo mi vieja Picasso, podré viajar, podré oler el aire de la pequeña ciudad después de una furiosa tormenta de lluvia y granizo.

La vida es estar. La muerte es no estar después de haber estado. Hoy cumplo años porque estoy. Y recuerdo a usuarios y usuarias mías de mi trabajo que ya no están. Seres humanos de cuyas familias conocía y a quienes tuve que atender cuando partieron, a veces dejando niños pequeños sin madre o sin padre. La vida es estar y la muerte es no estar.

Ya sabes que los martes trabajamos por la tarde y mientras regresaba de la agencia me fijé en la cantidad de plantas que crecen en las aceras, en cualquier resquicio, en cualquier oportunidad. Después llegué a mi calle y me fijé en la luz del sol sobre la hierba junto al río Vero canalizado que cruza Barbastro, un río que sólo parece tal cosa cuando en las montañas llueve mucho o comienza el deshielo. El sol iluminaba las buenas hierbas como si fuesen diosas griegas y yo, desde la acera, las contemplaba consciente de estar allí en vez de no estar.

domingo, 14 de abril de 2019

Catorce de abril

Como cada fin de semana que pasamos aquí, en Barbastro, fuimos a caminar junto al canal. Los pájaros se llamaban de árbol en árbol. Los campos de cebada regalaban el verde esmeralda que pronto se apagará, igual que las amapolas y las aliagas amarillas. El cielo estaba nublado, con lo cual cualquier fotografía que hiciera sería maravillosa, pero habíamos venido a caminar vigorosamente nuestros seis kilómetros en algo menos de una hora ida y vuelta y sólo pude hacer una. Nos cruzamos con una pareja de ciclistas a quienes saludamos y nos saludaron amablemente. A veces la vida es algo sencillo.

viernes, 22 de marzo de 2019

Veintidós de marzo

Es un hombre grande, alto y muy fuerte. Lo que convendríamos en llamar "un chicarrón del norte". Se levanta de noche, tan temprano que a veces desayuna cuando otros recenan. Luego sale de casa, se sube a su camión y parte rumbo a su próximo destino. Desde la cabina contempla el amanecer sobre la tierra, sobre los campos, sobre la carretera a menudo desierta, sobre paisajes de todo tipo, y a veces hace fotografías. Le gusta mucho su trabajo -creo que a mí también me gustaría.

Es un hombre grande, alto, fuerte, y su corazón y su sensibilidad son más grandes que él. En mi limitado círculo social tengo a cuatro o cinco hombres como símbolos de lo que significa ser un buen hombre, un hombre bueno, simplemente eso: bueno. Uno es él, junto a mi padre y mis hermanos y mi mejor amigo. Se llama Gustavo y es mi cuñado, el compañero de nuestra hermana pequeña. En mi familia todos le queremos muchísimo. Lo que no sé si él sabe es que, además de todo eso, es un poeta maravilloso.

jueves, 4 de enero de 2018

Palacios

Por la mañana, antes de levantar la persiana de mi negocio, miro a través de la ventana. Todo está en sombra menos las zonas más altas iluminadas por el sol reciente. Su luz nueva convierte el edificio más feo en un palacio.


martes, 6 de enero de 2015

Penínsulas

Por la mañana fuimos a dar un paseo por el campo a la derecha de la carretera de Berbegal, unos cuantos kilómetros más allá del hospital de Barbastro. Hacía mucho frío y el suelo estaba blando, casi tierno. Al respirar exhalábamos humo, una de las maravillas invernales que más me gustan desde que tengo conciencia. El camino cruzaba campos de olivos en cuyas lindes crecían enebros y encinas carrascas. En el horizonte se elevaba el Monasterio del Pueyo y detrás, aparentemente cerca, la cordillera cuajada de cimas blancas. Al cabo de un rato llegamos a un gran viñedo limpio como los huesos de un cordero. Había huellas de jabalí que yo, cual un khoisan cualquiera, señalaba con mis manos envueltas en guantes de lana. En las zonas de sombra permanecía el hielo de la madrugada creando inversos mapas de penínsulas, islas y estrechos propicios para emboscar antiguos imperios que se creyeron eternos. A lo lejos se escuchaba el eco de los coches en la autovía.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Vedijas

He visto cómo el viento agitaba las hojas del jazmín y he salido a la terraza. Sobre el perfil del pueblo coronado por el campanario de la iglesia de San Pedro se cernían, ajenas a la existencia de mi especie y sus obras, un grupo de nubes oscuras, vedijas flotantes sobre una súbita melancolía sin motivo aparente. Si el verano me provoca semejantes sentimientos ¿qué será de mí cuando llegue el otoño?


lunes, 28 de marzo de 2011

87

Por la tarde, de regreso del trabajo por la carretera comarcal A-133, he aparcado en un camino y he dado un breve paseo para despejar mi cabeza de tantas voces y problemas y preguntas. Sólo se escuchaba el viento sobre los campos de cebada que se extendían suavemente a mi alrededor.

Campos de cebada, 28 de marzo de 2011.

jueves, 24 de marzo de 2011

83

Y mientras en Libia los hombres se disparan y en Japón familias enteras comparten polideportivos con una paciencia difícil de creer, yo dejo que la tarde se convierta lentamente en un estado mental, a medias entre la atención precisa para atender a quien pueda venir y algo parecido a soñar que estoy aquí.

Barbastro por la tarde, 24 de marzo de 2011.

jueves, 10 de marzo de 2011

69

Suelo del lavadero de coches, Binéfar, 10 de marzo de 2011.

lunes, 28 de febrero de 2011

59

Obras de la autovía entre Huesca y Lérida,  28 de febrero de 2011.