No puedo escribir porque todo me desborda. No soy capaz de comprender el mundo, y describirlo me hace mucho daño mentalmente, pues se suceden las guerras y las desgracias más terribles. En el trabajo la semana pasada una joven extranjera me contó que había intentado suicidarse, y me dijo cómo, y me explicó su sensación de derrota al despertar en el hospital. Todavía no he logrado olvidar sus palabras y lo que ellas y su cuerpo desprendían. Ya no puedo ver imágenes como las que se emiten en los telediarios: asesinatos a sangre fría, violencia, secuestros, bombardeos sobre la población civil. ¿Por qué ofrecen esas secuencias en las noticias? ¿Qué aportan salvo ansiedad y desesperación? Sí, hay también cosas buenas. Y procuro disfrutarlas, pero algo en mi interior tiembla. No se estremece: tiembla al darse cuenta de que todo puede cambiar en un momento. Mientras tanto sigo adelante. Me acuesto muy temprano. La semana próxima volaremos a Bergen, en Noruega, para estar con nuestra hija y su pareja durante unos días. Tengo ganas de abrazarla con mis brazos y mi barba de oso. Tengo ganas de dejar descansar mi vista sobre el mar del norte, tengo ganas de caminar a través de bosques y rocas, tengo ganas de cocinar comida rica para Paula y Alex, y para Maite y para mí también, claro. Tengo ganas de alejarme de aquí, de esto que me pasa desde hace semanas, meses, desde que comenzó la guerra de Ucrania, tal vez, ahora ya olvidada y donde siguen muriendo seres humanos de todas las edades, sobre todo jóvenes. No puedo comprender que ante la presencia del cambio climático que cambiará nuestro futuro como especie sigan sucediendo las mismas cosas que hace miles de años: las mismas guerras de religión, de territorios, de poder. Siempre me he considerado una persona optimista, pero la realidad me supera. ¿Cómo puede ser mi especie tan estúpida, tan irresponsable? ¿No sabe lo que se avecina? ¿No es capaz de entender nada?
viernes, 13 de octubre de 2023
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