martes, 3 de diciembre de 2019

Tres de diciembre

Ya han encendido los adornos luminosos de navidad en las calles de Barbastro. Afortunadamente son las mismas y modestas que en años pasados, no como en Vigo, Madrid o Málaga, donde han convertido la exhibición de bombillas en un espectáculo obsceno de malgasto de dinero y energía como no se había visto antes.

Las luces navideñas siempre me deprimen. La navidad en general me deprime, me entristece, tiene ese poder sobre mí. Absorbe el color de la vida y la transforma en una fiesta en blanco y negro, un acontecimiento de otras épocas. Bueno, no sé si esto le sucede a alguien más, no tiene importancia.

Hoy ha muerto una usuaria de nuestra agencia. Ángela. Le dieron tres meses de vida y ha aguantado un año. En la foto de la esquela que he leído en la plaza de la Diputación estaba más guapa y menos flaca que la última vez que la vimos. Era una mujer de carácter fuerte pero la enfermedad ha podido más que ella. Tenía cincuenta y siete años, uno más que yo.

Creo que hacerse mayor no consiste en madurar como ser humano, en ser más sabio o tener las ideas más claras, no, en realidad hacerse mayor es comenzar a ver por el rabillo del ojo cómo personas de tu edad van cayendo en la batalla, en el campo de minas, en el bombardeo invisible. La sensación de falsa inmortalidad de la juventud desapareció para siempre y, en cierto modo, no es malo que desapareciese. Es mejor la verdad que la mentira. Caminamos sobre los huesos de los muertos y cantamos sus canciones bajo la misma luna gélida que ayer contemplaban sus ojos.

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