martes, 27 de noviembre de 2007

Corteza

La mujer que se cruza conmigo en la acera es de baja estatura y luce una hermosa melena, negra como el azabache, sobre sus rasgos incas. Empuja con una mano el carrito de un bebé y en la otra empuña un teléfono móvil junto a su oído. Al llegar a mi altura está gritando: "¿Disculpas? ¿Disculpas ahora, desgraciado? ¡No tienes vergüenza, ni siquiera por tu hija tienes vergüenza!".

Cuando giro hacia el Puente del Amparo vuelvo a fijarme en el tronco del álamo majestuoso que se yergue al lado del kiosco de lotería: su corteza blanca está cubierta de antiguos signos abiertos a golpe de navaja, palabras cicatrizadas, ya incomprensibles.

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