Cada mañana es más de noche, camino del invierno. ¿Cómo es posible que todavía continúen sorprendiéndome estas cosas? Suenan las campanadas mecánicas de la iglesia de San Pedro. En la calle comienza a regresar, poco a poco, la luz. Nada de esto me resulta verdaderamente familiar: ni los pájaros que ruidosamente dan la bienvenida al sol, ni el café, ni mi pequeño clan yendo de aquí para allá, entre los cuartos de baño y la cocina. Me pregunto si llegaré a acostumbrarme alguna vez.
jueves, 18 de octubre de 2007
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4 comentarios:
¿A la vida, Jesús?
Un abrazo.
La vida es la cosa más extraña que pueda uno imaginarse. La cosa más absurda, más impredecible. Tal vez resulte científicamente imposible acostumbrarse a ella. Un abrazo.
Por lo poco que voy conociéndote, no creo, Jesús. Y así está bien, sospecho que de eso se trata :)
¡Anda, Juan, qué sorpresa más agradable! Bueno, es que, como digo en el comentario anterior, es imposible acostumbrarse. Si viviésemos mil o dos mil años tal vez, pero viviendo solamente ochenta o noventa (con suerte), ¿cómo podríamos hacerlo?
Un abrazo :-)
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