Días de calor incipiente que me asustan, pero todavía lloverá e incluso nevará en los próximos días allí arriba, en las montañas. Vivo como sin querer y sigo adelante, movido básicamente por el amor y la curiosidad. O, lo que es lo mismo: soy un ser humano común que igual que escribo esto en mi dormitorio podría pensarlo en la jungla de Nueva Guinea mirando las brasas del fuego comunal junto a mi cabaña. La primavera se abre paso en el tiempo como las orugas que comen la madera muerta de los árboles enfermos. A mí nunca me gustó y ahora, con la edad, la necesito. Soy una oruga que se alimenta de la visión de los árboles verdes, los campos de cebada resplandecientes, los lirios silvestres, el canto de los pájaros que buscan pareja, el cielo azul que generosamente nos oculta la oscuridad del espacio estelar. Los años inclinan mi cuerpo hacia el núcleo de la tierra pero mi mirada sigue tan expectante e impresionable y maravillada como cuanto tenía trece años, exactamente igual. Me siento, más que humano, como un animal de madriguera. Salgo y entro, entro y salgo, husmeando. A veces a la luz de la luna.
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