domingo, 30 de enero de 2022

Gorgona

Por alguna razón inexplicable esta mañana, antes de ir a Zaragoza, fui a lavar el coche a uno de esos lugares de mangueras a alta presión. Era temprano y hacía frío. Me caí al pisar la capa de agua congelada alrededor del coche. Fue una caída de comedia de los años veinte, todo largo en el suelo. Me hice daño en el costado izquierdo y, al soltar instintivamente la manguera, esta salió despedida al espacio exterior como si fuese un ser con vida propia. El suelo helado estaba tan resbaladizo que no encontraba la manera de ponerme en pie hasta que, como una babosa invernal, me acerqué al coche y, apoyándome en su parachoques, pude poco a poco erguirme. Miré a mi alrededor con ojos de hipopótamo y no había nadie. ¿A qué otro gilipollas se le iba a ocurrir lavar el coche con todo el territorio helado, a dos grados bajo cero?

Luego, con todo el pantalón mojado y sucio, además de un dolor en el costado izquierdo, fui a comprar algunas cosas al supermercado, regresé a casa, me cambié de pantalón y, una hora más tarde, conduje hasta el lugar donde escribo ahora: Zaragoza.

No voy a repetir lo de siempre aunque hoy, también, se ha repetido. La enfermedad de mi madre es terrible para todos y, sobre todo, para el ser humano más bueno y que más queremos sus hijos en el mundo, además de ella: mi padre. Al menos hoy Maite y yo le hemos podido dar la medicación y la hemos dejado dormida en la cama. Son tiempos, épocas, estratos geológicos que, como todos los demás estratos geológicos de la tierra, jamás podremos ahorrarnos.

Ahora escribo y, mientras lo hago, soy feliz porque abro las compuertas y puedo liberar parte del peso de mi corazón. Si respiro fuerte, como si alguna vez hubiera hecho deporte, me duele el costado izquierdo, pero como nunca he hecho deporte no hay problema. Me tomo un whisky con hielo. Maite duerme. Me resulta imposible imaginar qué estará sucediendo en el piso de mis padres, y siento una pena profunda pero no quiero dejarme arrastrar por ella. Prefiero la imagen de mí mismo resbalando sobre el hielo al lado de mi coche y la manguera de agua a alta presión volando a su aire como una gorgona liberada de la moneda en el pequeño cajero oxidado. El peatón que resbala en una cáscara de plátano. Risas. Aplausos.

3 comentarios:

fernando dijo...

Me alegra que seas capaz de tomarlo con humor,

¡Me gustaría haberte visto! No hubiese podido evitar la carcajada.

En un reciente viaje a Noruega fui cayéndome por todos lados y,aunque retrospectivamente me carcajeo pensando en la ridiculez y comicidad de las situaciones, en el momento me resultaron embarazosas.

Bromas aparte, me alegro mucho que no haya sido peor y que sigas tomando las cosas con el estoicismo y bonhomía que demuestras.

Un fuerte abrazo, Jesús.

Fackel dijo...

No sé qué es peor, si la caída en sí (con el riesgo de hacerse uno daño) o el ridículo que uno siente de sí mismo y aunque no haya testigos ante uno mismo. Pero ser consciente del sentido del ridículo y mientras no haya más perjuicio también ayuda. Lo sé por experiencia, que de despistes y errores de cálculo uno sabe mucho.

Jesús Miramón dijo...

Un abrazo, Fernando, y otro para ti, Fackel. Me podía haber roto algún hueso pero todo ha quedado en un moratón, así que contento.