lunes, 10 de enero de 2022

Una despedida

He ido al taller, me han dicho dónde estaba y me he acercado a ella con una bolsa para despedirme. Mi vieja y querida Citroen Picasso de 2004, con cuatrocientos mil kilómetros, ha dicho basta. Algo de la culata (siempre es algo de la culata y los balancines). Una avería demasiado cara para un vehículo que ya en los últimos meses nos había dado alguna que otra avería menor. Mientras recogía cosas de Carlos, que era su conductor ahora: dos balones de fútbol, un saco de dormir, cedés de música, una Play Station estropeada y veinte cachibaches más; mientras recogía las cosas, decía, he recordado muchos viajes, cómo eran mis hijos entonces, hace casi dieciocho años, cómo éramos sus padres. Nos salió muy buena la Picasso, esperaba que mi hijo pudiera hacerle quinientos mil kilómetros, pero no ha sido posible.

Siempre digo que mi religión es el animismo porque otorgo alma a las cosas, y no hablo de la naturaleza, no, hablo de objetos artificiales también: camisetas con agujeros, zapatillas de andar por casa, chaquetas de lana llenas de pelotillas, gafas, botas, ordenadores portátiles, coches. Lo que me gusta suele gustarme para siempre, no sé por qué.

He llamado a un desguace de coches que me ha recomendado el jefe del taller y me he encontrado con todo lo contrario: rudeza, poca educación, nula empatía. Me ha pedido que le enviara fotografías del coche y le he enviado fotos de las ruedas nuevas, de los asientos, incluso de la caja plegable que venía de serie en mi coche: piezas que creo que podría revender. Me ha dicho de malos modos que esas fotos no le servían para nada, que quería fotos del vehículo completo. Si no fuese porque un coche sólo puede darse de baja en uno de esos lugares y, porque además de una barbaridad medioambiental es un delito grave, quemaría la nave que tan felices nos hizo y tántos kilómetros nos permitió recorrer en España y fuera de España, un justo homenaje como se hacía con los barcos vikingos.

Es una tontería, lo sé. No sé lo que me digo. Espero al menos no tener que pagar para que una grúa se lleve nuestro coche para ser desguazado en piezas. No sé enfrentarme a personas que sólo respetan el dinero y tampoco sé regatear, nunca he sabido, no sé por qué.

Adiós, vieja amiga. En mi familia nunca te olvidaremos.

2 comentarios:

Epolenep dijo...

Oh, hasta a mi me da pena que te despidas de tu picasso... yo también soy animista, Jesús, tengo fotos con mis viejos coches antes de llevarlos al desguace... que sea el inicio de nuevos caminos, y un petó.

Jesús Miramón dijo...

¡Viva el animismo!