Es raro. Hay guerras -no solamente la de Ucrania, ahora mismo probablemente estén bombardeando Yemen y Damasco, y todas las que estoy olvidando sin querer- y yo estoy aquí, en este pequeño rincón de mi casa donde siempre escribo, como si no pasara nada. Mi madre duerme (¿con qué soñarán los enfermos de Alzheimer, que en este otro lado no tienen memoria?) y yo estoy aquí, sentado en esta silla de Ikea, frente a una pequeña mesa blanca junto a mi cama. Los pajaricos de esta tarde, gorriones todos en fila sobre la farola al sol que hay frente a nuestro salón, a estas horas deben estar durmiendo en alguna parte que no conozco. Los jabalíes salen a alimentarse sin tener en cuenta la propiedad de los campos de maíz. Echo mucho de menos el mar cuando jamás viví en su orilla. Echo de menos algo que no sea todo esto. Echo muchísimo de menos a alguien que sea yo y al mismo tiempo no lo sea. Echo de menos a otro Jesús Miramón distinto, mejor y más tranquilo y responsable que yo.
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