Veo vídeos de personas que construyen con sus propias manos unas cabañas bellísimas en los bosques más salvajes de Canadá, y viven allí cultivando y cazando su comida, estación tras estación -las cinco. Veo vídeos de personas que viajan con su furgoneta de segunda mano alrededor del mundo, durmiendo el año pasado en una playa de la Patagonia y ahora en las montañas del Atlas marroquí. Yo estoy en Zaragoza y dentro de un rato haré lo que tengo que hacer, que no tiene nada que ver con la Patagonia ni con las montañas de Marruecos. No pasa nada. Me miro en el espejo y veo otro viaje más lento pero igualmente salvaje y cruel. Allí no hay bosques de secuoyas ni profundos cañones creados por el agua durante miles y miles de años en la roca roja; allí solamente se refleja el fruto del viaje de la vida en mi cuerpo y mi rostro. Lidio con ello. Sí, me gustaría vivir en una cabaña en medio de un bosque canadiense y saber cazar y utilizar el hacha y no depender de nada ni de nadie; me gustaría mucho estar muy lejos de cualquier lugar, de cualquier conocimiento.
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