No me canso nunca de muchas cosas, algunas confesables y otras no tanto. Hoy he soñado que iba a montar a caballo en la Gran Vía de Zaragoza, lo cual ya es un poco raro, pero ese momento, por mil causas absurdas y tontas, nunca llegaba, el caballo se alejaba, se cruzaban personas en mi camino, aunque siempre tenía la esperanza de que acabaría poniendo mi bota en el estribo izquierdo y acabaría cabalgando sin prisa entre la gente. A pesar de despertarme sin lograrlo me he despertado con una sonrisa en los labios. Una compañera de trabajo ya jubilada siempre decía, para mi sorpresa, que nunca había conocido a alguien tan optimista como yo. Igual tenía razón, de algún modo desconocido para mí. Nunca me canso de los caballos, de la jungla, de la arquelogía y, dentro de ésta, de la prehistoria; no me canso de la historia bélica, no me canso del cine clásico, no me canso de la ciencia ficción (he visto películas tan malas que jamás lo creeríais, pero eran de ciencia ficción); no me canso de cocinar, de conducir, de respirar humo por la boca en invierno, del sonido de las olas del mar en las playas yendo y viniendo; no me canso de ver vídeos de la NASA de cohetes despegando hacia el espacio, ese magma de fuego a presión necesario para alejar la nave de la fuerza gravitatoria de la tierra, al principio aparentemente despacio y luego más deprisa hasta desaparecer entre las nubes del cielo. También me fascinan los submarinos (he visto películas terribles porque sucedían en submarinos). De las cosas inconfesables de las que tampoco me canso nunca no puedo permitirme hablar, pero sólo diré una cosa: son mucho menos originales que las confesables.
domingo, 20 de febrero de 2022
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Sin comentarios
Publicar un comentario