viernes, 18 de febrero de 2022

Tulebras

Recientemente me he reencontrado en internet con mi primer amor de la adolescencia. Mi madre está enferma de Alzheimer. De la primera me enamoré como sólo se puede enamorar un chico de catorce años. A la segunda la amo como un hijo puede amar a su mamá. La vida tiene estas cosas. Pensé que a la primera la había perdido para siempre, pero es la segunda quien se va desvaneciendo lentamente frente a mí mientras mi corazón se rompe en pedazos.

La vida es algo extraño e impredecible: flotamos sobre ella al albur de las tormentas y las calmas chichas. Si pienso en mi primer amor la veo claramente frente a mí, su cuerpo y su rostro, hace cuarenta y cuatro años, en Tulebras. Amo a mi mujer y amo a aquella joven de Bilbao, como amo a mis hijos y también a mi mejor amigo de Girona. Me alegro de haberla encontrado y sigo adelante. La vida es una mochila invisible.

2 comentarios:

Fackel dijo...

A medida que transcurre el tiempo -nuestro tiempo o, mejor dicho, mi tiempo, pues solo puedo responder de mí mismo- más se consolida una figura en mi mente: la pérdida. La conquista, si se puede denominar así, de la edad que avanza es precisamente ausencias, carencias y olvidos. La pérdida.

Jesús Miramón dijo...

Absolutamente de acuerdo. Me gustaría salir de ese bucle pero me está costando mucho. Quiero pensar que todavía quedan cosas que descubrir, lo que me ha pasado con ese primer amor jamás pensé que sucedería, por ejemplo. Hay cosas que vivir. Pero ahora mismo me está costando mucho salir de ese sentimiento de pérdida que tan bien relatas.