Hace poco, no sé, cuatro o cinco años, no pensaba en la jubilación. Tengo cincuenta y ocho años y cumpliré cincuenta y nueve en mayo de este año. Durante las últimas vacaciones por primera vez he pensado que podría vivir perfectamente sin trabajar durante todo el tiempo. Me gustan tantas cosas que no me aburriría nunca, además de que poseo un secreto de mi generación que, por mi experiencia como padre, creo que ahora no tienen los jóvenes: sé aburrirme, no tengo problema en aburrirme. En mi infancia no había móviles ni entretenimientos durante las visitas a familiares en casas donde sonaba el reloj y pasaban las horas, así que aprendimos a estar allí sin más, comiendo alguna galleta del surtido de Cuétara y esperando volver a casa. Sé aburrirme perfectamente y hasta le he encontrado el gusto. Creo que ahora le llaman mindfulness. Sí, pienso en un futuro como jubilado y ya no me parece algo extraño ni raro: me veo alquilando una casita rural en Asturias durante los duros veranos de aquí y viviendo el resto del año en nuestro piso de Zaragoza, escribiendo, leyendo, viendo películas y series, dando paseos, cocinando y opinando de política en Tuiter. Tal vez muera antes, claro, de hecho si tuviese que imaginar mi futuro en atención a lo que veo en mi trabajo moriría la semana que viene: estamos rodeados de cáncer por todas partes, y por accidentes de tráfico, infartos, ictus, etcétera. Pero entonces me recuerdo a mí mismo que trabajo en una oficina de información de la Seguridad Social y que eso altera importantemente mi estadística. Sí: podría jubilarme mañana mismo, y me gusta mi trabajo. Pero son demasiados años escuchando voces distintas, problemas distintos; oliendo la pobreza, la displicencia, la ansiedad; demasiados años pasando en minutos de la alegría de una joven pareja que acaba de tener un bebé a la asombrosa serenidad de un enfermo deshauciado que viene con su mujer a preguntar cuánto le quedará de pensión de viudedad; demasiado tiempo siendo espectador de la fascinante pero a veces, muy pocas veces, decepcionante naturaleza humana. He aprendido a querernos, a quereros, a quererme: somos tan frágiles, estamos tan a merced de la fortuna. Sí, podría dejar esta marea atrás mañana mismo y volver a tierra para disfrutar de la mar desde la playa, paseando.
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3 comentarios:
Claro que sí, bien dicho.
"Creo que ahora le llaman mindfulness." jajaja!
Un beso
La frase que comenta Elvira es genial.
Te la tomo prestada.
Saludos.
¿A que sí? ¿A que vosotros también aprendisteis a aburriros cuando erais pequeños y no quedaba otro remedio? Eso se está perdiendo: estar y nada más, el mindfulness ese de las narices :-)
Un beso y un abrazo!
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