Aprovechando que mi pareja tiene fiesta en el instituto, la llamada "semana blanca", aunque ni siquiera sea una semana entera, me he tomado dos días libres y esta tarde hemos viajado a Zaragoza.
Después de cenar he venido a la habitación de mi hija a escribir y delante de mí tengo un corcho donde hay dibujos y pinturas suyas. Siempre le ha gustado mucho dibujar, y se le da muy bien. En otros tiempos hubiera sido una científica de las que dibujaban la materia de su estudio, como hacía Ramón y Cajal, autor de unos dibujos absolutamente extraordinarios.
Era ya de noche cuando hemos entrado en la gran ciudad y, como siempre, desde lejos brillaba como una colonia espacial. En Instagram sigo a la NASA y me gusta contemplar las fotografías que los astronautas hacen de la tierra. Los países desarrollados brillan en la cara oscura como árboles de navidad; los países pobres, los territorios despoblados y los pocos lugares vírgenes que quedan son espacios de oscuridad.
Siempre he pensado cuan íntimamente están ligados el arte y la ciencia. Ambos comparten dos afanes muy humanos: explorar y dar testimonio. Si volviera a nacer, además de pastor en la Patagonia, cocinero propietario de un pequeño restaurante cerca del mar pero no en el paseo principal, director de orquesta o simplemente músico profesional, agente forestal, arqueólogo, médico, enfermero, gaucho en la pampa argentina, cazador en Alaska, camionero australiano, piloto de Fórmula Uno, domador de caballos, pintor, astronauta, si volviera a nacer, digo, también me gustaría ser científico. Investigar lo inimaginablemente pequeño o lo inconmensurablemente grande. Sí. Aunque lo de ser pastor en la Patagonia tira mucho, la verdad.
jueves, 14 de febrero de 2019
Catorce de febrero
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