martes, 26 de febrero de 2019

Veintiséis de febrero

Hoy ha hecho un calor impropio de estas fechas. Cuando me dirigía a la Agencia a las cuatro parecía primavera y he sentido pavor. Ha sido una tarde movida. He estado con un profesor murciano que trabaja en Barbastro de interino casi una hora intentando instalarle un certificado digital en su Macbook Air. Como yo también utilizo esos ordenadores he pensado que sería muy fácil, pero cuando ya llevábamos más de tres cuartos de hora y su computadora decía que el Certificado Digital no era fiable, le he preguntado: "¿No habrás instalado un antivirus, verdad?". Y sí, lo había instalado. ¡Un antivirus en un mac, algo absurdo! Ha desactivado todas las medidas de seguridad y, no sin alguna dificultad, al final se ha ido con su Certificado Digital instalado, algo necesario para acceder a bolsas de trabajo en otras comunidades, etcétera. Me ha dado la mano tres veces. Es de Totana. Un buen chico, veintinueve años aunque aparentaba veinte.

Ya estoy, de hecho hace años que lo estoy, en esa fase. Ahora comprendo cuando mi suegro decía que se había encontrado a un mozo, y éste tenía sesenta años. ¡A mí me pasa lo mismo! Para mí alguien de cuarenta años es un chico. Incluso de cincuenta. Qué poder inmenso tiene el tiempo para cambiar la perspectiva y la proporcionalidad de las cosas.

Volviendo a casa a las siete de la tarde, con el cerebro casi derretido después de tantas horas de atención al público, me he cruzado con Kinda, a quien conozco desde que vine a trabajar aquí. Tiene la nacionalidad española desde hace ya unos cuantos años. Hemos charlado unos minutos. ¿Qué tal tu familia? Bien. ¿Y la tuya? Bien, bien, Jesús. Iba en bicicleta y ha desmontado para charlar conmigo un momento. ¿Trabajas?, le he preguntado. "Sí", ha dicho con una sonrisa blanca en su rostro oscuro, "todo está bien".

Descendiendo la cuesta junto al río que lleva a mi casa he visto el coche de mi hijo aparcado junto a la acera. La toalla que utiliza en el gimnasio estaba en el asiento del copiloto, imagino que todavía húmeda. Es un desastre. Tiene veintiún años y un corazón más grande que este edificio, pero en cuanto a esos detalles es un desastre total y absolutamente. Su dormitorio es territorio tabú. Yo no puedo entrar porque me gusta el orden y aquello es como una habitación engullida por un agujero negro inmovilizada en el tiempo. Ni siquiera yo podría describir tal caos con precisión.

La noche ha llegado y la noche se irá. Estoy muy cansado. Intentaré leer algo antes de dormirme, pero sé que en la segunda página del libro desapareceré del mundo.

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