martes, 5 de febrero de 2019

Cinco de febrero

Ya sabéis que los martes abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete. Son muchas horas atendiendo al público y salgo reventado. Muy, muy reventado. Imagino que mi creciente edad también tiene su importancia en ello.

Esta mañana, a última hora, he sentido el pitido agudo en mis oídos que precede a un ataque de pánico, pero he podido relajarme respirando despacio y controlándolo sin que la persona a la que estaba atendiendo se diera cuenta, espero. No lo creeréis pero cuando el tinnitus aparece le hablo mentalmente y le digo: suena lo que quieras, llena mi cerebro de ese La agudo y permanente, no podrás conmigo, vete a la mierda, me río de ti, me cago en ti, acúfeno de los cojones, no podrás conmigo. En serio, lo pronuncio mentalmente mientras fijo mi mente en lo que estoy haciendo. Combato fuertemente, salvajemente, sin que a mi alrededor nadie lo sepa. Y he aprendido a ganar batallas que antes perdía porque, concentrado a propósito en otras cosas mientras le insulto soezmente, de pronto el cabrón desaparece. Es tan extraño... pero no voy a perder un segundo más en él, que le den morcilla. Hasta la vista, baby.

Febrero avanza y, como sé lo rápido que desaparecerá el invierno, disfruto del frío en mi rostro caminando por la calle, esa sensación de despertar del todo en los cinco minutos que hay entre mi domicilio y mi mesa de trabajo. Amo el frío y sé que pasará. A veces voy a hacer recados y los alargo para pasear un poco más y sentirlo en mi frente, en mis pómulos, en mis patas de gallo, en mis ojeras antiguas desde la adolescencia. Febrero avanza y en nada estaremos en marzo, luego en abril y se acabó lo bueno. Volveremos a desnudarnos impúdicamente. Volveremos a sudar. Pero detente, Jesús, ¿qué cojones haces? Vive el momento. Hace frío. ¡Hace frío! ¡Goza!

Sin comentarios