Anteayer por la mañana había una liebre en el jardín que rodea el pequeño edificio donde trabajo. Al principio pensamos que era un conejo común pero no, era una liebre con las características manchas oscuras en la punta de las orejas, una verdadera y esbelta liebre de ojos como uvas de moscatel. Tras los primeros instantes de perplejidad imaginé que alguien la habría encontrado en el campo en primavera, cuando era un adorable lebrato, y al hacerse adulta en la casa, sin ánimo para matarla y comérsela, pensó, por absurdo que parezca, que sería una buena idea dejarla en nuestro jardín antes del amanecer. Esas cosas suceden. Ahora, mientras algunos peatones la señalaban con asombro, la liebre corría de un lado a otro tratando de esconderse bajo los arbustos, detrás de las escaleras contra incendios, entre el contenedor de basura y la pared. Dejé de mirar un instante y cuando volví a hacerlo el animal se había esfumado como si nunca hubiera existido. Todo el día estuve atento a los ventanales por si acaso volvía a aparecer, también ayer de vez en cuando, y hoy también ya un poco menos, ya casi nada.
jueves, 2 de diciembre de 2010
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8 comentarios:
Es fácil lograr la serenidad cuando se está atento a las pequeñas cosas. Como una liebre asustada en un entorno ajeno a ella.
Gracias por decirlo (lo de que es fácil; la historia de la liebre; y cómo las pequeñas cosas desaparecen de nuestra atención, para que quede abierta a otras).
No sabía la diferencia entre conejo y liebre, salvo que a esta última se la suele guisar con chocolate...
Yo tuve una liebre pequeñita en casa, hasta que se hizo grande. La encontró mi padre, buscando setas en el monte. Cuando creció (rapidísimamente, por cierto), la devolvimos al mismo sitio. No me dio pena (yo tendría 9 o 10 años,no más), era el trato para que mi madre cediera. Pero la recuerdo con mucho cariño.
En la parte de atrás de donde trabajaba yo antes, y que casi linda con el campo, había muchos conejos, y la gnte salía a tomarse el bocadillo y la cerveza, se sentaba en la plataforma y jugaba a divisar desde alli conejos en los matorrales
La verdad es que me han pasado más cosas insólitas con animales (que siempre me han fascinado, yo de pequeño quería ser Félix Rodriguez de la Fuente).
En cierta ocasión regresaba por mi calle de tirar la basura en los contenedores cuando escuché un ruido violento y extraño, parecido al galope de un caballo. Me di la vuelta y ¿sabéis qué vi? ¡Un jabalí lanzado a toda velocidad en mi dirección! Me hice a un lado y el animal, que me pareció grande como un toro, pasó como una centella a mi lado, resoplando, los ojos espantados, las cortas crines del cuello erizadas. Al final de mi calle, tan céntrica como para albergar el ayuntamiento de Binéfar hasta que se mudó al nuevo edificio, el jabalí giró a la izquierda y su galope se alejó. Luego supe que había entrado en el jardín de los padres de un amigo, rompiéndoles la puerta, antes de volver a huir hacia otra parte.
Un animal salvaje en medio de nuestras calles siempre plantea preguntas, siempre nos recuerda cosas importantes, cosas anteriores a nuestra presencia.
Teresa, al menos vosotros tuvisteis el detalle de devolverla al campo. A saber cómo terminó la liebre de Barbastro (atropellada por algún coche, atrapada por un perro, simplemente de frío -esta mañana estábamos a tres bajo cero).
Diva, yo comí una vez un riquísimo civet de liebre, un guiso donde se utiliza la sangre del animal, en un restaurante de la sierra de Prades, en Tarragona. Hace muchos años y era por estas fechas, había niebla y hacía mucho frío. Qué caliente y rico estaba.
Hola, Miguel, cerca de aquí hay una sierra modesta y anónima, la sierra de San Quílez. Ahora voy menos pero antes iba mucho, casi cada fin de semana. Allí hay muchísimos conejos, muchos muchos. Eso sí, liebre nunca vi ninguna. Águilas y azores, un zorro dos veces, y muchos conejos.
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