Se encontraba en medio de un pequeño bosque. El viento agitaba las copas de hojas amarillas convirtiéndolas en un gran sonajero y haciendo que algunas de ellas se desprendiesen y cayesen sobre él. Podía sentir el olor del suelo de hierba cubierto de hojarasca. Cantó un pájaro.
Despertó. Abrió los ojos a la tenue oscuridad de la cabina e inmediatamente volvió a cerrarlos tratando de recuperar el sueño durante unos segundos más, siquiera un instante, pero ya era demasiado tarde, los árboles y el viento se habían desvanecido. Se irguió en la cama y contempló el cosmos a través del ojo de buey. Ni él ni sus padres habían conocido los viejos bosques de la tierra, ¿de dónde provenían aquellos sueños, unas imágenes tan vívidas? Consultó la hora. Pronto entraría de guardia en uno de los puentes de proa. Qué destino tan amargo era el suyo, haber nacido y estar condenado a morir en una de las arcas, prisionero y esperanza al mismo tiempo. Serían sus tataranietos quienes tuviesen el privilegio de llegar a un mundo nuevo en el que les esperaban los descendientes de los colonos exploradores que habían partido antes que ellos, dos siglos atrás. Por lo que sabía no se encontrarían con bosques de hojas amarillas agitadas por el viento, aunque sí con inmensos océanos de un azul que no podía imaginar pero sí soñar. Se puso en pie, se dio una ducha seca y, dando la espalda a la oscuridad y las estrellas, salió del camarote rumbo a sus obligaciones.
viernes, 5 de noviembre de 2010
La primera estación
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4 comentarios:
To be continued... Eso espero.
Un beso
No, Elvira, en principio no (pero esas arcas siguen navegando a través del espacio, rumbo al futuro de nuestra especie). Un beso.
Un buen relato de ciencia ficción, que da que pensar si algún día, seguramente, toda una generación tendrá que vivir en naves para poder trasladar la especie a otros planetas más habitables. De momento, y como sabes, ya se están haciendo pruebas en la NASA de permanencia en el espacio
Bueno, existe una certeza: nuestro planeta, como nosotros, no es eterno. La única opción para nuestra supervivencia será, tarde o temprano, la exploración y la colonización, como así ha sido desde el principio. Claro que, según parece, mucho antes del fin natural de la tierra nos ocuparemos nosotros mismos de acabar con las condiciones de vida de nuestro único hogar. Somos así de gilipollas.
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