Mientras mi hijo firmaba el contrato de alquiler del piso de Huesca donde vivirá el curso que comienza, el cielo se oscureció en pocos minutos y los peatones comenzaron a correr de aquí para allá. Yo, como buen chófer, contemplaba la calle a través del cristal de la inmobiliaria, ajeno a sus asuntos. La típica tormenta de finales de agosto, pensé.
De regreso a Barbastro gigantescas nubes de color ceniza y kilómetros de altura descargaban lluvia y granizo sobre la tierra recalentada levantando una espesa capa de vapor. Golpes de viento y agua me obligaban a corregir constantemente la trayectoria del coche. Los limpiaparabrisas barrían el cristal a la máxima velocidad. Durante varios kilómetros imaginé nuestra querida Picasso roja atravesando el paisaje del Somontano bajo la tormenta a vista de pájaro, a vista de avión, a vista de satélite. Pequeña, diminuta, minúscula.
lunes, 31 de agosto de 2015
La típica tormenta de finales de agosto
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