Veintinueve de febrero: algo que sucede cada cuatro años, desde que el papa Gregorio XIII, en 1582, decidió perfeccionar el calendario anterior, el que Julio César, hace dos mil años, creó para precisar la imperfecta rotación de la tierra alrededor del sol, estableciendo un retraso temporal cada 128 años. Pero toda esta información da igual, la he buscado en la red. Febrero tiene 28 días salvo cada cuatro años, cuando tiene 29. Y eso demuestra dos cosas: la ficción temporal en la que vivimos y nuestro afán por la exactitud matemática, por encontrar un orden donde no siempre existe. Años bisiestos, se llaman, pero no se diferencian absolutamente en nada a un pestañeo, un olvido repentino, una gran memoria, una noche de sueño profundo. El tiempo somos nosotros. Los calendarios sirven para recordarnos citas con el médico o cumpleaños, pero el tiempo, el verdadero, el que fluye, somos nosotros.
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