martes, 5 de octubre de 2010

Quinto día

Las excavadoras y camiones de las obras de la autovía descansan inmóviles bajo las estrellas. Los padres, agotados al cabo del día, acuestan a sus hijos pequeños cumpliendo escrupulosamente los rituales precisos. Las camareras del Chanti limpian el local, pasan una bayeta por la barra y la cafetera, apagan las luces y salen a la calle. El camión de la basura avanza, se detiene, avanza y vuelve a detenerse para que los dos trabajadores que viajan detrás se descuelguen con agilidad y vuelquen en su interior el contenido de los depósitos verdes. Cerca de Monzón el agua del río Cinca fluye bajo el puente que cruzaré mañana rumbo al trabajo. Hay una comadreja atropellada en la carretera de las viñas de Barbastro, su piel suave como plumón se mueve agitada por el viento nocturno.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cuarto día

Tengo cuarenta y siete años y siempre he tenido ideas políticas. Me he batido el cobre muchas veces hasta acabar agotado y cubierto de polvo. Creo que jamás convencí a nadie de nada, y no me sorprende, lo acepto como algo normal porque tampoco a mí me convenció nunca nadie. Ahora sé que no merece la pena gastar toda esa energía, toda esa concentración mental, es una pérdida de tiempo hablar con quien, a menudo, en su fuero interno te desprecia, debatir con quien al mirarte ve la caricatura previa que dibujó en su mente. Me costó años aprender esto y descubrirlo supuso un alivio instantáneo. Continúo teniendo ideas políticas, por supuesto, y las defiendo a mi modo, tranquilamente, cada día de hecho, pero ya no me enzarzo en obscenas peleas cuerpo a cuerpo, ya no trato de convencer a nadie de nada porque sé que es imposible. La vida es breve como el día. Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.

domingo, 3 de octubre de 2010

Tercer día

La lluvia despertó al viejo rapsoda, que se levantó y se acercó a la galería colgante sobre el mar. Las voces de los muertos continuaban susurrando en sus oídos. Tomó asiento frente al escritorio, prendió la lámpara de aceite y la sangre volvió a correr sobre la tierra mientras los gritos de las viudas se elevaban al otro lado de las murallas.

sábado, 2 de octubre de 2010

Segundo día

Cerca de las dos de la madrugada, mientras tomaba una copa en el Chanti con mis compañeros del coro, sonó mi teléfono móvil. Desconocía el número que aparecía en la pantalla pero era mi hija, que me llamaba desde Barcelona. Apenas podía oír su voz en medio del inconfundible ruido de una fiesta. Me decía, desde el móvil de una amiga, que había perdido su teléfono y me ocupase rápidamente de bloquearlo, que es lo que hice sin necesidad de hablar con nadie, limitándome a marcar los números que una voz robótica me ordenaba desde el otro lado. Poco después, para alivio de los trabajadores del Chantilly, salíamos a la frescura de la noche. Octubre. Jamás había pensado en esa palabra. Octubre. Paula.

viernes, 1 de octubre de 2010

Primer día

Al amanecer calló el grillo que desde hace semanas canta en algún lugar de la terraza. Anoche salí a grabar en el teléfono su voluntad incansable, tan ajena a la mía. Pronto llegarán los días fríos. La mañana es gris. Octubre comienza a suceder.


Canto de un grillo en mi terraza, 30 de septiembre de 2010, 8:59 de la noche.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Después del ensayo

Después de casi dos meses de vacaciones musicales me ha costado un poco vestirme y salir a la calle un viernes por la noche para ir a ensayar. Quédate en casa, idiota, deja la coral y ahórrate estos compromisos, ¿qué necesidad tienes de complicarte la existencia? ¿no ves que vivirías más tranquilo y sin obligaciones? El viento de la calle ahoga la voz de mi conciencia y camino los pocos metros que me separan del local de ensayo. Las compañeras que ya han llegado me saludan. ¡Anda, te has dejado barba! Sí, bueno, dejé de afeitarme en vacaciones y así está la cosa, ¿cómo ha ido el verano? Muy bien, ¿y tú? También, también, sí, de maravilla. La directora se sitúa de pie junto al piano y nosotros nos repartimos de izquierda a derecha en semicírculo y por cuerdas: sopranos, tenores, contraltos y bajos. Instalo un atril frente a mí y coloco en él mi carpeta negra, que no he tocado desde el uno de agosto. La abro mecánicamente, mis ojos se posan sobre los pentagramas y recuerdo por qué estoy aquí. Las partituras, todas las partituras, siempre son bellas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Aguaceros interruptus

Despierto de la siesta aturdido y confuso. Uf, ha sido demasiado larga, profunda, impropia de un día laborable. Me siento en la cama frente al espejo del armario y contemplo un hipopótamo. Oh, dioses, qué gordo estoy. Tengo la boca seca y decido bajar a la cocina y servirme una Guinnes bien fría en uno de los vasos oficiales de la marca que compré en Dublín. ¡Servirte una Guinnes! ¿Así adelgazarás, vago de bellota? Oh, cállate, por favor, cállate y déjame en paz. La casa está desierta, ¿dónde se ha metido todo el mundo? Mientras me sirvo la pinta con el cerebro al ralentí, aunque no tan al ralentí como para no inclinar cuidadosamente el vaso, comienzo a recordar que ella tenía cita en la peluquería y él clase de inglés. Sí. Todo está bien. Fuera el cielo es oscuro. El bochorno que nos ha acompañado durante todo el día no acaba de descargar. Odio estos aguaceros interruptus.

martes, 21 de septiembre de 2010

Repiquetea

Llueve a la luz del sol. No es la primera vez que lo presencio: brilla el sol y la lluvia repiquetea sobre todas las cosas, indiferente a ellas y a mí.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Alas invisibles

Salgo de Barcelona cuando el tráfico en sentido contrario comienza a crecer, es domingo por la tarde y los viajeros del fin de semana vuelven a casa. Por la mañana llevé a Paula al colegio mayor donde residirá durante su primer curso de estudios universitarios. En el viaje no paraba de hablar, qué entusiasmada, qué feliz y radiante estaba de salir al mundo, de iniciar un nuevo camino, nuevas experiencias y exploraciones. Yo también me sentía feliz, feliz por ella. Después de dejar las maletas en la habitación hemos cruzado la ciudad y los dos nos hemos ido a comer al Port Vell. Tras dar un paseo contemplando los barcos y los turistas hemos regresado a la residencia y la he dejado en la puerta. «Cuídate mucho, cariño», le he dicho. «No te preocupes, papá, estaré bien», ha dicho ella, sonriente. Nos hemos dado un beso y me he ido.

De Innisfree [5/2004 - 5/2005]:

Viernes 17 de septiembre de 2004

SIN TÍTULO

Forro los libros del nuevo curso con plástico autoadhesivo. El proceso es semejante a una pesadilla. Si me descuido por aquí la esquina se pega sobre sí misma por allá, y cuando acudo presto a despegarla, en otro lugar del libro, que ahora parece inmenso como un continente, lo mismo vuelve a suceder. P. me observa con cara de sueño, ligeramente sorprendida de mi torpeza. Su hermano duerme desde hace un rato. Yo mascullo maldiciones en voz baja pero al cabo de lo que parecen interminables horas la pila de volúmenes ya ha sido forrada, por llamarlo de algún modo. Con las burbujas de aire que han quedado atrapadas en la chapucería podría sobrevivir durante un mes una estación espacial. Mientras me sirvo un whisky mi hija las pincha con una aguja de coser. "Lo he hecho lo mejor que he podido, cariño", le digo. "Bah, está muy bien, papá", dice ella deshaciendo las ampollas con minuciosidad de cirujana. Observo la cola de caballo de su cabeza, sus delgados codos apoyados en la mesa, los delicados omoplatos donde asoman las alas invisibles que un día la alejarán de mí.