jueves, 4 de julio de 2019

Cuatro de julio

Al otro lado de la línea
está el suave susurro del
aire acondicionado y
mi inminente acercamiento a la cama
para dormir todo lo posible,
lo mejor posible y
lo más lejos posible.

Esta noche me apetece
la expedición que
desde hace años
viaja hacia un planeta
con posibilidades de
convertirse en un nuevo hogar.

Cierro los ojos.
Soñaré con eso.

miércoles, 3 de julio de 2019

Tres de julio

La línea que separa
los días se aproxima
y yo todavía no
he escrito nada. Pero

ahora eso
ya es mentira.

martes, 2 de julio de 2019

Dos de julio

Día raramente tranquilo en el trabajo. Incluso hemos podido hablar entre nosotros y yo salir a la calle para sacar dinero de un cajero automático. La temperatura ha descendido pero no lo suficiente para mí. Ahora, exactamente a las diez veintidós de la noche, hay veintiocho grados. No lo suficiente para mí, que soy feliz cuando todo el mundo tiene frío. Pero lo acepto, lo acepto como acepto mis taras, mis defectos, mis muchos defectos, aunque últimamente intento mejorar algunos de ellos, los más graves que, por vergüenza, no mencionaré aquí.

Como decía, hoy tuvimos un día relativamente tranquilo en la Agencia Comarcal de la Seguridad Social de Barbastro. Tres informadores y una ordenanza (subcontratada, qué vergüenza que la Administración recurra a estas malas prácticas). Se llama María, tiene la edad de mi hijo y es maravillosa, trabajadora, una mirada azul, limpia y sonriente, siempre de buen humor, buena, generosa, un ser humano de los que merece la pena que se crucen en tu camino. Y portera de fútbol, por cierto, en el equipo de Peña Ferranca de Barbastro. Y muy buena portera, según me han dicho. Un amor. Los tres funcionarios que quedamos en el fuerte la queremos mucho. Ojalá esté con nosotros mucho tiempo.

Al final la vida es esto, navegar conociendo paisajes, experiencias vitales, personas, situaciones concretas, cruces de vidas ajenas que dejan un eco y te enseñan o, a veces, desaprenden; cruces de vidas que iluminan la tuya con una luz que nunca hubieras imaginado.

En mi empresa, el Instituto Nacional de la Seguridad Social, hay compañeros que odian la atención al público, que la probaron y no pudieron con ella. Yo no podría hacer otra cosa, y no les critico. Te tiene que gustar, tienes que estudiar constantemente los cambios legislativos vertiginosos que últimamente se nos vienen encima (somos informadores, somos la primera línea), pero, sobre todo, lo más importante de todo para mí: tienes que sentir curiosidad por la naturaleza humana y querer ayudar. Querer ayudar es lo más importante, y, en mi caso concreto, querer conocer y aprender de las experiencias y presencias vitales de quienes se sientan al otro lado de mi mesa.

He tenido problemas derivados de mi trabajo. Estrés. Ansiedad. Gustosamente pago el precio por lo que me devuelve: conocimiento directo y sin filtros de mi propia naturaleza, compasión, paciencia, amor sin sujeto concreto, amor a mi especie, a quienes caminan tranquilamente por la calle sin saber que, con sus pequeños actos cotidianos, que yo conozco porque me los cuentan, son héroes y heroínas de las de verdad. Cuando mañana me levante y vaya a trabajar lo haré agradeciéndolo. Quién sabe qué seres humanos extraordinarios se sentarán frente a mí.

lunes, 1 de julio de 2019

Uno de julio

Suenan petardos. O cohetes, no sé. El barrio donde vivo es el de San Fermín (también es casualidad) y creo que esta semana o la que viene son, lógicamente, las fiestas. Una calle ya la han cerrado para instalar unas ferias de niños con tiovivos y esas cosas.

Quien me conoce sabe que odio las fiestas colectivas, las patronales, las de navidad, las del barrio, las del Pilar: todas. Forma parte de mi carácter, que ya se veía venir en la adolescencia, de viejo gruñón.

Odio las fiestas colectivas, incluidos los festivales de música, etcétera, y nunca entenderé por qué siempre se celebran en verano, cuando más calor hace y la aglomeración de personas intensifica ese calor y convierte la realidad en un infierno de sudor y empujones. Las fiestas deberían celebrarse en invierno. El verano en estas latitudes es incompatible con cualquier actividad que no sea pasiva, solitaria y, mejor que a la sombra, bajo el aire acondicionado.

A menos que estés de vacaciones y junto al mar o en la alta montaña, claro, que actualmente no es mi caso. Y otro petardo, venga. Odio los petardos, asustan a los animales y no sirven más que para molestar a todo el mundo. Sé muy bien dónde metería con un palo los petardos y cohetes de quienes los tiran, incluso podría hacer un dibujo. Oh, misericordia.

domingo, 30 de junio de 2019

Treinta de junio

Hacía tanto calor que esta mañana me he ido a pasear en coche yo solo (para Maite pasear en coche no tiene sentido).  He tomado un camino de la carretera que nunca había explorado y he avanzado por él lentamente, pues no estaba en muy buen estado. El aire acondicionado de nuestra querida y vieja Picasso refrescaba su interior con una eficiencia impropia de un coche de catorce años, y era agradable atravesar los campos de cereal, mucho más allá del territorio del canal por donde solemos caminar cuando el tiempo lo permite.

Los campos de cereal, tanto cuando son de color verde esmeralda al principio de la primavera como cuando están en sazón y el viento los mece en forma de olas, hoy, ya cosechados, habían cumplido su ciclo. Paula los echa mucho de menos allí en Noruega: los campos de cereal y los cielos azules.

Finalmente el camino se complicaba y me he detenido frente a una extensa propiedad en medio de la cual, como suele suceder en los Monegros, más al Sur, el agricultor había respetado un pequeño y humilde árbol solitario.

Me gusta pensar que es un un gesto de respeto. Siempre me conmueven esos árboles protegidos por el propietario, que perfectamente hubiera podido acabar con él para aprovechar esos pocos metros de tierra. Es algo que siempre me llamó la atención. Creo que tiene que ver más con la poesía que con la agricultura.


sábado, 29 de junio de 2019

Veintinueve de junio

Hace un rato he acudido a la inauguración de la nueva mezquita de Barbastro, que está justo al lado del bloque de pisos donde vivo. Me han enseñado el interior del edificio, un pequeño trozo de Marruecos en nuestra ciudad, y han sido tan hospitalarios y solícitos conmigo que he vuelto a casa con un montón de comida de la que habían sacado a la calle en dos largas mesas. A los musulmanes de aquí los conocía a casi todos, por no decir a todos, y ellos me conocían a mí. En la calle habían dispuesto dos largas mesas con una cantidad ingente de comida hecha en sus propias casas, lo he probado casi todo, sabores distintos, cúrcuma, especias que no conozco, semillas de sésamo, miel, muchos dulces muy muy dulces. Me conmovía el cariño con el que me han trataban: "¡Jesús, prueba esto! Jesús, ¿otro té? (Qué rico el té con hierbabuena, nunca lo había probado y me he tomado tres) Jesús, ¿has comido calabacines rellenos? Están muy buenos. ¡Jesús, bebe un poco de limonada, que ésta está recién sacada del congelador y se calentará enseguida!" Imagino que sufrían al verme sudar, pero allí sudábamos todos y todas.

Era un día muy especial para su comunidad, y habían venido desde Fraga, Monzón, Binéfar, Graus; incluso desde lugares tan lejanos como Zaragoza y Tarragona. Se apenaban de que no hubiera acudido más gente no musulmana, aunque el nuevo alcalde sí lo había hecho antes de que yo llegara y había pronunciado unas breves palabras de concordia y convivencia, muy bien según me han contado. Yo les he comentado que con semejante calor todavía me parecían muchos los que habíamos respondido a la invitación, y asentían con la cabeza. "Qué mala suerte con el calor", decían, y añadían: "Pero no pasa nada, los que habéis venido sois nuestros amigos".

Ha sido una bonita experiencia echar un vistazo a una comunidad muy desconocida y, en cierta manera, injustamente estigmatizada por quienes se niegan a conocer otras culturas y otras religiones, ya no hablo por los directamente racistas. Y lo digo yo, que me declaro ateo sin complejos. Eso sí, puedo asegurar que la fama del islam hospitalario es absolutamente merecida hasta extremos abrumadores. Al irme les he dicho: "Un millón de gracias. Ya sabéis dónde encontrarme".





viernes, 28 de junio de 2019

Veintiocho de junio

Anoche me desperté a las tres y cuarto de la madrugada sudando como un pollo y no logré volver a dormirme hasta las seis y media, con lo cual fue cerrar los ojos y, sonar el despertador. Entretanto me di una ducha de agua fría que se secó sobre mi cuerpo en dos minutos.

La sensación de ir a un trabajo tan exigente mentalmente como el mío sintiéndote al cincuenta por ciento de tu capacidad es terrible. Ha sido una de mis peores mañanas de trabajo de los últimos años, pero he sobrevivido sin víctimas colaterales.

Por la tarde he ido a Monzón con Maite, donde tenía que hacerse una resonancia magnética. Cuando hemos salido de la clínica, el termómetro de la vieja Picasso marcaba ¡cuarenta y siete grados! Era como habitar una de las primeras colonias humanas de Marte.

Hoy necesito dormir bien, así que volveré a hacerlo en el sofá cama del salón con el aire acondicionado puesto. No me gusta contaminar ni gastar tanta energía, pero es que necesito dormir una noche entera de un tirón. Lo necesito de verdad.

jueves, 27 de junio de 2019

Veintisiete de junio

Cinco y media de la madrugada. Veinticuatro grados. Duermo sobre la cubierta del colchón con todo abierto. Mi calle en general es poco transitada, hasta hace un rato sólo se escuchaba el croar de las ranas junto al río, pero acaba de pasar alguien silbando, probablemente camino del trabajo. Me ha hecho sonreír.

miércoles, 26 de junio de 2019

Veintiséis de junio

El calor ha llegado sin piedad, a galope tendido, haciendo desfallecer las hojas de los árboles. Pertenezco a una especie resistente, tal vez demasiado resistente, pero las primeras embestidas duelen. Habitamos el ártico y los desiertos, pero en Barbastro no estamos acostumbrados a esas cosas.

Anoche dormí en el sofá cama del salón con el aire acondicionado a veintitrés grados. A ver qué pasa hoy. Tengo conciencia ecológica, en casa reciclamos, etcétera, pero me gusta dormir seis o siete horas seguidas, soy así de caprichoso (véase la ironía idiota).

El verano ha venido para quedarse. Pensábamos ir a Zaragoza el fin de semana pero los meteorólogos han vaticinado cuarenta y cuatro grados el sábado. ¡Cuarenta y cuatro grados! Allí no tenemos aire acondicionado, así que aquí nos quedamos, quietecicos y tranquilos. Eso sí, dudo que podamos ir a dar nuestros paseos junto al canal. El verano ha llegado. Ningún año nos perdona.

martes, 25 de junio de 2019

Veinticinco de junio

Se acabó la cortisona. A pesar de las advertencias de mi dermatóloga he ganado casi dos kilos en tres semanas. Eso sí, mi dermatitis ha desaparecido, estoy curado al cien por cien. La próxima vez no esperaré a ir a su consulta. Estoy bien. También debo confesar, para ser sincero, que no cumplí mis buenos propósitos del principio, que duraron apenas una semana. Pero es que me quiero y quiero quererme. Y quererme es mimarme. Y mimarme es saltarse a veces ciertas reglas.

El martes termina como comenzó. Sin ruido. Sólo el del ventilador que gira incansable. Tenemos aire acondicionado en el salón (por llamarlo de algún modo), pero estoy mucho mejor en este pequeño rincón junto a la cama. Nací para vivir en una celda y soñar con sistemas planetarios.