domingo, 17 de abril de 2022

Demasiada luz

Hoy mi madre estaba tranquila, a veces dulce. Salimos por la mañana y fuimos hasta el final del Paseo de la Independencia de Zaragoza, que luego retrocedimos. Hacía calor, sobre todo para mí, que empujaba la silla de ruedas. Tomamos un vermú.

Por la tarde regresamos a su casa caminando a paso ligero. Tres kilómetros y medio por el camino más largo, pero bien: si mi mujer es feliz yo soy feliz. Fuimos a la Gran Vía con mis padres y llegamos hasta la plaza de San Franscisco para regresar al principio. Tomamos unas cañas con una bolsa de patatas fritas. La calle estaba llena de gente de todos los sexos, tamaños, aspectos, edades, yendo y viniendo. Mascotas, bicicletas por el carril bici, patines eléctricos, el cielo apagándose poco a poco.

De vuelta en la casa donde me crié dimos a mi madre la medicación y logramos ponerle el pijama a pesar de su resistencia inicial. Cenó bien. Maite y yo volvimos a nuestro apartamento caminando. Soplaba un cierzo fresco pero el ejercicio nos impedía sentir frío. Nos adelantó un camión de bomberos con las sirenas más agudas que yo hubiera escuchado nunca. Paso a paso dejábamos algo atrás y nos acercabámos al futuro. Levanté la mirada al cielo y no se veía una sola estrella. Zaragoza. Demasiada luz.

sábado, 9 de abril de 2022

Balada

La melancolía, como la tristeza, no lleva a ninguna parte, pero durante el viaje tiene el poder de producir cierto placer, un sometimiento emocional, un dejarse llevar, una entrega sensual. Es algo que saben bien las obras de ficción y también nuestra memoria. Es por eso que triunfan las baladas musicales y los poemas de amor no correspondido. Racionalmente no tiene mucho sentido pero, al mismo tiempo, analizándolo desde mi ignorancia infinita, ¿qué mejor modo que afrontar la insensatez de nuestra existencia, nuestras frustraciones y fracasos, que hallando cierto placer absurdo en el proceso? Nuestro cerebro sabe más que nosotros.

miércoles, 6 de abril de 2022

Nubes, olas, ríos

Los días fluyen mansamente, como el agua del río frente a mi apartamento. Los días fluyen mansamente a través de nuestras figuras y vidas invisibles. Y las nubes, a miles de metros de altura sobre este lugar en el mundo. Y los recuerdos. Nada quedará al final de todo. Pienso en una playa y en el sonido de las olas que llegan y se retiran dando paso a las que vienen detrás. Nubes. Olas. Ríos. Siento cierta nostalgia infantil de la edad en la que desconocía lo que ahora sé y, al mismo tiempo, agradezco la fortuna de haber llegado hasta aquí, a esta preciosa y anónima noche.

lunes, 4 de abril de 2022

Sin culpa

Son las once y cuarto de la noche y me siento normal. Disfruto de esta sensación, de la que me he dado cuenta antes de empezar de escribir: de hecho ha sido el motivo de comenzar a escribir, y es una sensación maravillosa. La noche gira lentamente hacia el día sobre esta pequeña ciudad, los perros de la vecina del piso debajo del nuestro dejaron de ladrar. Todo está bien. No soy un forastero ni nada semejante: pertenezco a esta realidad que no siempre comprendo del todo. Mis amores duermen. Los que sé que lo hacen y los que imagino que lo hacen. Yo me acostaré pronto, cuando haya terminado de escribir esta página de mi diario. Son las once y veinte de la noche y me siento bien, sin culpa, tranquilo. Ya casi había olvidado este milagro.

Del mundo

Que el mundo esté al revés no me sorprende porque yo siempre me he sentido al revés del mundo. Nieva en plena primavera en media España, una guerra europea resucita atrocidades que algunos habían olvidado. Pero debo acostarme porque mañana volveré a prostituir mi inteligencia y mi memoria legislativa, y mis emociones también. Mis emociones. Mis sentimientos. Inevitablemente.

sábado, 2 de abril de 2022

Abril

El viento nos trae el frío helado de las montañas nevadas en abril. Todos lo comentamos ignorando absolutamente el futuro.

lunes, 28 de marzo de 2022

Que brilla

A pesar del cambio de hora del último fin de semana la noche cubre el campo. Los jabalíes y garduñas y zorros cuyas huellas quedarán registradas en los charcos secos de los caminos, salen de sus madrigueras mientras en el cielo oscuro navegan las nubes que cubren la luz de la luna. Un poco más lejos, en la lejana y pequeña ciudad que brilla, en uno de sus edificios, un ser humano escribe estas palabras como si supiera algo.

domingo, 27 de marzo de 2022

Mar de los sargazos

Qué verdes están los campos de cebada junto a la autovía regresando de Zaragoza. El cielo está nublado. Todos los almendros transformaron sus flores en hojas y futuros frutos. El coche devora los kilómetros prácticamente solo mientras Maite corrige exámenes a mi lado sin marearse (tiene ese superpoder, entre otros). De vez en cuando una rapaz perfila su silueta en el cielo, las alas abiertas, mi ignorancia incapaz de darle un nombre. En el otro lado de la carretera grandes coches regresan con cosas en el techo. Vienen de las montañas donde todavía hay nieve. Es el mundo, no hay más misterio. El fin de semana en Zaragoza fue bien, mi madre estuvo dulce, su agresividad desaparecida, como su memoria. Un tranquilo mar de los sargazos. Qué bien dentro de la desgracia. Cómo somos capaces de adaptarnos casi a cualquier cosa y qué poder inmenso, aunque a veces tiemble débilmente, el del amor.

jueves, 24 de marzo de 2022

Debo dejarme atrás

He abortado el proyecto de escribir cada día. Me generaba estrés y ansiedad, algo de lo que voy sobrado desde hace unos años.

No sé por qué me propongo estas cosas: ni siquiera gano dinero con ellas y, respecto a lo demás, todo me importa una mierda, una mierda, en serio. Bueno, realmente todo no me importa una mierda, ¡pero sí casi todo!

Debo liberarme de mí mismo, debo dejarme atrás poco a poco, debo verme cada vez más pequeño en el horizonte del pasado hasta desaparecer.

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Actualización: es al revés, todo me importa muchísimo, de ahí la ansiedad y el sufrimiento.

viernes, 18 de marzo de 2022

Plutón

El eco del ataque de ayer permanece pero se va amortiguando poco a poco. Pasé una noche terrible, apenas dormí cuatro horas, y desperté cansado, que es una de las cosas peores que le pueden pasar a uno: despertar como si toda la noche hubiera estado luchando a muerte contra un oso de humo negro. Pero aguanté bien la mañana en el trabajo, atendí a una veintena de personas y, poco a poco, fui recuperando confianza.

El problema de los ataques o preataques de pánico es que pierdes confianza en tus herramientas mentales para hacer frente al estrés y el sufrimiento de los demás, y cuesta recuperarla después. Afortunadamente hoy es viernes y, a pesar de todo, podré domir un poco más y, sobre todo, serán dos días sin escuchar a decenas y decenas de personas con sus problemas y consultas individuales, todas muy importantes para cada uno de ellos y ellas, algo que comprendo perfectamente.

En temporadas así no siento que vivo sino que sobrevivo. Probablemente a lo largo de la historia de mi especie no ha existido ninguna diferencia entre una y otra cosa, pero ahora sí, y es algo que todos podemos percibir, al menos en los países del llamado "primer mundo". Sobrevivo.

Por otra parte soy tan feliz cuando me siento querido, y eso es algo que sucede cada día también. Mi mujer, mi hijo que vuelve de Zaragoza, mi hija a través del vídeo desde su apartamento en Bergen. Me quieren a pesar de ser quien y como soy, este nudo de emociones, contradicciones y sufrimiento por cosas que no deberían rozarme.

Ya es de noche. El eco del casi ataque de pánico de ayer se disuelve poco a poco en mi cerebro, ese planeta gris tan lejano como Plutón. No sé qué quiero, no sé cómo enfrentar el día a día ni la enfermedad de mi madre. Y sé que miles y miles de personas antes que yo estuvieron en esta misma situación. Y sé que todo pasará, aunque todavía no.