Hay historias personales que no por repetidas dejan de conmoverme hasta el tuétano. El otro día conocí en el trabajo a una persona divorciada que había regresado para atender a su antiguo marido en estado terminal. Como en casos anteriores, siempre protagonizados por mujeres, me dijo que no podía permitir que él muriese solo, aunque ello significara dejar temporalmente a un lado su renovada vida personal y profesional. También lo hacía por el hijo que habían tenido en común, ya adulto: no podía consentir que fuese él quien cargase en solitario con el peso de circunstancias tan duras y penosas. Así, tras muchos años sin convivencia, cuidaba ahora cada día del hombre de quien había dejado de estar enamorada. Mientras me contaba su situación no pude evitar sentir una profunda admiración hacia aquella mujer de melena pelirroja y ojos claros tras unas gafas ligeras de montura metálica. El cansancio físico y mental asomaba en las ojeras y en la comisura de la boca, pero en su espíritu latía con fuerza aquella discreta generosidad de las personas comunes que hacen que el mundo sea un lugar más bello que el que nos muestran cada día las portadas de los periódicos.
miércoles, 11 de febrero de 2015
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2 comentarios:
Chapeau! Y gracias por contárnoslo tan bien.
Un beso
Un beso, querida Elvira.
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