Ha llegado el verano. No me quejaré hasta que mi pequeño país alcance los cuarenta grados, algo que no tardará en suceder, pero por ahora me quedo con lo bueno: hay luz, hay vencejos que eliminaron las moscas que volaban en círculo en el interior de mi casa.
Pronto me mudaré -nos mudaremos- a otra más grande. Maite va a trabajar en Barbastro y, por increíble que parezca, será la primera vez en casi treinta años en la que los dos viviremos y trabajaremos en el mismo lugar. A través de una amiga hemos localizado un piso que estoy casi seguro de que nos va a interesar. El sitio donde vivo ahora es un pequeño apartamento de soltero.
Una vez hice cuentas y hemos vividos en catorce domicilios diferentes. Los dos somos empleados públicos y han tenido que pasar veintinueve años para que pudiésemos coincidir en la misma localidad. A los cincuenta y tres años. No me quejo. Cada día veo lo que les sucede a otras familias, trabajo para tratar de ayudarlas. Sería un criminal si me quejara.
Cada mañana tomo mi medicación: un antidepresivo y los ansiolíticos que me permiten atender a las personas que se sientan al otro lado de mi mesa con una sonrisa. Me ha costado mucho, pero finalmente la tomo sin darle vueltas a la cabeza. Facilitan mi vida y, a través de ese efecto, quiero creer que facilitan la vida de otras personas.
Sé que soy afortunado, un privilegiado sin ningún género de dudas. Tengo un trabajo que amo, una mujer que me ama y a la que yo amo con locura, tengo amor allí donde dirija mi mirada. He aprendido que mi salud mental no depende sólo de eso. Ya no me permito entrar en aquel bucle sin fin. Lo que me sucede es otra cosa que he de explorar dejando a un lado el amor y la felicidad. Es algo distinto que todavía no he descubierto: un territorio de genes y verdades y mentiras a mí mismo que seguiré explorando con un machete a través de la espesura.
El ventilador gira frente a mí como la hélice de un avión del siglo diecinueve. Despega. Despega.
martes, 28 de junio de 2016
Despega
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7 comentarios:
Creo que me alegro por todo. Un abrazo, hemos de vernos.
Sí. Te llamaré. Un abrazo fuertísimo.
Un gusto y una tranquilidad grande que los dos podáis trabajar y vivir en el mismo lugar. Me alegro mucho.
Y las pastillas, pues si te hacen falta y te sientan bien, ya está. A mí me sientan mal casi todas, pero hubo un tiempo en que me ayudaron a pasar un momento difícil.
Seguimos explorando y apreciando las cosas buenas que tenemos, amigo.
Un beso
Ay, Elvira, te debo una llamada desde hace tanto tiempo.. Perdóname. Un beso muy fuerte. (Te llamaré)
Una lucha admirable contada con gran fuerza, la de reconocer que necesitamos de ayuda y que eso es muy bueno.
Yo también me alegro de todo, Jesús. Mucho.
Un abrazo y ánimo con el calor.
Ángel, Porto, un abrazo.
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