Se me cierran los ojos. En el trabajo hemos regresado al horario de invierno y los martes atendemos al público, además de por la mañana, también de cuatro a siete de la tarde. Si de normal salgo reventado, los martes me arrastro hasta mi casa. La edad pasa factura, y las ocho intensas horas de atención directa a los ciudadanos, y el anochecer temprano al salir a la calle.
Ojalá sueñe con caballos, con barcos, con naves espaciales, con las cosas que me gustan. Y si no sueño con ellas que mañana no recuerde nada pero despierte limpio mentalmente, descansado, a punto para una nueva etapa de mi viaje. Ahora, casi desnudo, tras el siguiente punto y final depositaré mi gran, gran cabeza en la almohada, y desapareceré.
martes, 24 de septiembre de 2019
Veinticuatro de septiembre
lunes, 23 de septiembre de 2019
Veintitrés de septiembre
Me angustia pensar en la navidad. Y no porque este año la celebremos en mi casa: disfruto cocinando para las personas que quiero, pero cada año que pasa odio más la navidad. No la necesito y no me produce absolutamente ninguna ilusión. Ninguna. Y tanto es así que ahora, cuando todavía no ha terminado septiembre, ya comienza a darme manía.
No aludiré a la fiesta del consumismo desbocado, etcétera, no. Es el conjunto. Las luces en las calles, los adornos, los putos villancicos, los belenes. Añoro un futuro, si añorar el futuro es posible, en el que mi compañera y yo podamos no celebrar la navidad y retirarnos durante esos días a una pequeña casa rural en el bosque sin comida especial, sin regalos ni noticias navideñas, sólo días normales en los que pasear y dormir a rienda suelta y nada más.
¿Que por qué no lo hacemos ahora? Es fácil de comprender: por amor, porque mis padres viven. Ellos crecieron en la terrible posguerra civil española y en sus vidas la navidad es un acontecimiento muy importante. Da igual que nos reunamos tres o cuatro veces al año toda la familia: la navidad es la navidad y debe celebrarse. Mientras ellos permanezcan en este mundo, y espero que sea durante muchos años, acataré sus tradiciones porque les amo. Y al escribir esto lo cruzo con lo que escribí en el párrafo anterior: "Añoro un futuro", y algo se rompe en mi corazón al darme cuenta de que en ese futuro ellos no estarán. No añoro su ausencia, lo haré en su momento o quién sabe, tal vez otros me añoren a mí. Es difícil escribir sobre estas cosas sin contradecirse o enredarlo todo sin querer, pero creo que se entiende lo que quiero decir, a pesar de mis limitaciones para hacerlo.
El caso es que esta tarde he pensado en la navidad sin venir a cuento, en su relativa cercanía, y me he angustiado un poco. Sólo me calmará pensar los menús y, sobre todo, cocinarlos. No me complicaré la vida, somos demasiadas personas. Eso sí, en honor a mi madre los fritos -calamares a la romana, empanadillas, croquetas- no faltarán. Las navidades de mi familia son imposibles sin ellos.
domingo, 22 de septiembre de 2019
Veintidós de septiembre
He bajado la basura a los contenedores hace un momento. No había nadie en la calle. He hecho tres o cuatro fotografías sin flash, me gustan mucho las fotografías nocturnas sin flash, casi siempre. Los ginkgos de la otra acera ya tienen frutos, son absolutamente redondos y de color crema. Poca agua en el río y muchas algas agitándose en dirección al mar. Hierba crecida en las riberas. No he visto murciélagos. Los pájaros duermen en la pequeña espesura que crece al otro lado. Por las mañanas, al salir el sol, organizan una ruidosa algarabía que, mientras me da rabia por despertarme, alimenta poderosamente mi esperanza. Pero ahora, cuando la noche inicia su viaje, he vuelto a casa, he venido a esta habitación, me he sentado frente al portátil y he escrito: "He bajado la basura a los contenedores hace un momento", y después todo lo demás.
sábado, 21 de septiembre de 2019
Veintiuno de septiembre
Agradezco a los dioses de la lluvia, el pan, los charcos después de la lluvia; agradezco a los dioses de las duchas y el sexo y las lubinas a la plancha, y también a los dioses del whisky y la siesta y la ignorancia, que hoy no haya sucedido nada especial. Un sábado tranquilo y casi aburrido. Ojalá pudiera firmar un contrato con todos ellos, y me he dejado centenares de dioses, por no decir miles, que me aseguraran que el resto de todos los sábados de mi vida, no digo ya todos los días de la semana, sólo los sábados, serán tan tranquilos y sin noticias como el de hoy. Mi alma agradece la nada más que a todo.
viernes, 20 de septiembre de 2019
Veinte de septiembre
Hay algo un poco ridículo en esta idea mía de escribir un diario. Y tan ridículo como antiguo, porque los escribo desde que era adolescente: tengo una caja llena de cuadernos que, probablemente, nadie leerá nunca. O tal vez sí, mis hijos, antes de vender la casa, como en las películas. No sé.
A un amigo músico y fotógrafo a quien hace mucho tiempo que no veo, pero eso tiene solución, siempre le decía que lo que más temía de esta experiencia de escribir con lectores eran dos cosas: no caer en la cursilería y, sobre todo, resultar pertinente. Escribir cada día algo pertinente es, como mínimo, tan difícil como hacer cada día una fotografía pertinente. Y por pertinente, en ambos casos, me refiero a que signifiquen algo, que tengan cierto sentido y, sobre todo en lo escrito, cierta claridad y elegancia.
No voy a engañarte: no me siento orgulloso de todo de lo que he escrito a lo largo de mi vida, pero sí de muchos textos, sí de mi oficio, sí de una voluntad que existe desde que cumplí doce años. A estas alturas ya sé que nunca seré un escritor profesional, pero por suerte no lo necesito y, un defecto a añadir a muchos otros, carezco de ambición.
Todo está bien. Mis cuadernos y libretas que abarcan desde mis dieciséis años hasta que nacieron los blogs sobrevivirán más que estos últimos. Están guardadas en alguna parte, en alguna caja. Incluso durante el servicio militar, que cumplí con dieciocho años, escribía un diario en mis ratos libres. Este blog desaparecerá el día que colapsen los satélites y toda la tecnología que no existía entonces sufra un apagón.
Y cuando pienso en esa posibilidad caigo en la cuenta de que importa bien poco. Leí hace años que en un vertedero del Egipto antiguo se había encontrado la carta enviada a su madre y su hermana por un legionario egipcio desde las fronteras de Germania. Les reprochaba que no le hubiesen escrito y no se hubieran preocupado de si estaba bien o si había muerto. Recuerdo que al leerlo pensé en el viaje que esa carta había hecho desde Germania hasta Egipto, y en cuántas no podremos leer jamás. Cartas, diarios, poemas. El tiempo es largo y un parpadeo al mismo tiempo. Si escribo cada día lo hago para cumplir mi propósito de este año dos mil diecinueve y te aseguro que no es fácil, sobre todo cuando tu mayor temor es que tus palabras sean no pertinentes, no significantes, inútiles y cursis. Pero navegar es esto: seguir adelante a pesar de todo.
jueves, 19 de septiembre de 2019
Diecinueve de septiembre
Que el cambio climático es una evidencia científica creo que nadie, salvo el actual presidente de Estados Unidos, lo duda. Los últimos glaciares del Pirineo desaparecen a una velocidad galopante y los fenómenos meteorológicos desastrosos son cada vez más frecuentes. Los agricultores y apicultores que atiendo en mi trabajo lo confirman.
Pero hay algo en el relato de lo que está sucediendo que siempre rechina en mis oídos. Es esa alusión a la acción del ser humano como si nosotros fuésemos algo ajeno al planeta. El cambio climático es producto de la tierra. Concretamente de la proliferación desmesurada de una de las millones de especies que han existido en ella: nosotros. No somos alienígenas. Somos compañeros de viaje y evolución de absolutamente todas las especies que existen en la tierra, desde las anémonas más antiguas y primitivas hasta los chimpancés, pasando por insectos, peces, hongos y líquenes. No será (o sería) la primera vez que el éxito se traduce en destrucción. Ha pasado muchas veces. La tierra, nuestro pequeño planeta azul, sobrevivirá hasta ser engullida por el sol.
Pero no nos dejemos llevar por el vértigo. Hagamos lo posible para ralentizar lo inevitable o, si tenemos lo que hay que tener, colonicemos otros mundos. No existe otra posibilidad si queremos sobrevivir. Como cada ser humano individual, cuando nacemos comienza a correr la cuenta atrás. Si queremos que esto no sea así como especie deberemos alejarnos de nuestro hogar y buscar otros. La cuenta ya ha comenzado a correr y creo que nada podrá detenerla.
miércoles, 18 de septiembre de 2019
Dieciocho de septiembre
Son las ocho y media y ya empieza a hacerse de noche. Me he arreglado un poco la barba, da más trabajo que afeitarse pero lo hago una vez al mes o cada dos meses, cuando la gente comienza a darme monedas por la calle y pedirme que baile a cambio de un tetrabik de vino. Si no fuese por mi compañera sería un desastre total. Una mañana se plantó y me dijo que no podía ir a atender al público con un vaquero viejo con agujeros en la zona de los huevos -vale: testículos.
Yo siempre le hago caso. Bueno: casi siempre. Es muchísimo más inteligente que yo. Aunque a veces me ha tirado camisetas a la basura porque tenían agujeros minúsculos, tan pequeños que casi no se veían. Yo me aferro a las cuatro cosas que me gustan, y lo hago como una lapa, como un koala. Soy animista y creo que todo tiene un alma, sobre todo los tejanos y las camisetas viejas, y también las sartenes, los cuchillos, el calzado que se cae a trozos. No lo puedo evitar. Soy un fanático del animismo, un talibán del aprecio a las pequeñas cosas que me gustan sin límite de tiempo, porque lo que me gusta me gusta para siempre. Voy por el tercer par de botas Panama Jack clásicas, iguales que las primeras que adquirí hace veinte o treinta años. Agradezco que las sigan fabricando. Me gustaban entonces y me gustan igual ahora. A eso me refiero.
Pero lo importante es que me he arreglado la barba frente al espejo y ahora podría incluso participar en una tertulia política en televisión. Después de lo que ha sucedido para desembocar en nuevas elecciones saldrían dos gorilas y me harían desaparecer del plató. Estoy tan enfadado que no tengo palabras. Pero si quiero ser honesto de verdad diré lo siguiente: dije que en el caso de que esto sucediese no iría a votar, pero sí votaré. Nos jugamos demasiado. Y volverá a pasar lo mismo. Qué mierda. Me voy a preparar la cena, salmón al horno con patatas y vino del Somontano. Que le den por el culo a todo. Pero no.
martes, 17 de septiembre de 2019
Diecisiete de septiembre
A mí, trabajando, me sucede que casi todo el mundo me parece interesante y hermoso, independientemente de su género o su edad. Mi manera de demostrárselo es atenderles con profesionalidad y un poco de cariño y empatía. Fuera de la agencia comarcal no me ocurre, sólo me pasa allí. No sé si mi mente, después de tantos años atendiendo ciudadanos, ha generado esa capacidad para hacerme más fácil satisfacer sus necesidades de información o porque soy sencillamente así. Sí, sé exactamente a qué suena lo que he escrito. ¿Alguien lo dudó alguna vez?
Anotado por Jesús Miramón a las 22:28 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 16 de septiembre de 2019
Dieciséis de septiembre
Con ligeras variaciones, días frescos y días todavía cálidos, el verano va quedando atrás. Yo me alegro porque lo odio, pero comprendo que es una de las cinco estaciones y debe suceder para que todo tenga sentido. ¿A quién quiero mentir? Lo digo por decir: si pudiésemos pasar directamente de la primavera al otoño sería feliz.
Soy infantil, lo sé. Soy mortal, lo sé. No me gustaría morir en verano, sudando; ojalá muera en invierno, al aire libre, y mi último suspiro deje una diminuta nube visible flotando en el espacio y desapareciendo frente a mi boca entreabierta. Morir dos veces.
domingo, 15 de septiembre de 2019
Quince de septiembre
Como tantas otras veces, me he despertado de la siesta pensando que era por la mañana y no por la tarde. Todavía queda un poco de domingo. He dado gracias a los pequeños dioses inventados.