sábado, 9 de abril de 2011

99

Por la mañana sorprendo a un confiado verderol posado en uno de los dos hibiscos, gorjeando y trinando con un entusiasmo enternecedor. Por la tarde algunas palomas vienen a beber en los vasos de las macetas. El sol se traslada lentamente sobre mi casa, más allá de las nubes más altas, más allá del oxígeno, en el frío espacio donde nada respira ni canta.

viernes, 8 de abril de 2011

98

El verano no nos ahorró nada: ni las temperaturas africanas ni los campos amarillos ni los cielos casi blancos. El otoño tampoco nos ahorró nada: no nos ahorró la desaparición del sol a media tarde ni la hojarasca sobre las aceras ni las súbitas ventoleras de oscuros presagios. Nada nos ahorró el invierno: ni las melancólicas luces de Navidad ni los campos helados de escarcha ni el humo de nuestro aliento saliendo de nuestra boca como si fuese el alma escapándose. La primavera ha llegado y desde el primer día, por supuesto, no nos ha ahorrado nada: todo late, todo despierta y dice: «¡Mira, contempla esta resurrección!», mientras nuestro sistema endocrino, un año más viejo que el anterior, boquea tratando de adaptarse a tanta vida, tanta luz, tantas promesas que, sin compasión, se cumplirán.

jueves, 7 de abril de 2011

97

Dentro de tres o cuatro años un joven surfero saldrá del agua de una playa de California con algo adherido a su tabla, un pequeño rectángulo de plástico que limpiará con los dedos y le desvelará la imagen de un retrato familiar: una pareja de ancianos ataviados con sus kimonos ceremoniales, dos mujeres y un hombre vestidos con ropa occidental de color claro, una niña de largas trenzas negras, un niño con una gorra roja.

miércoles, 6 de abril de 2011

96

Me está costando mucho hacer frente a la nueva estación. Primero fue la alergia y ahora me despierto cansado por la mañana, voy a trabajar sin ilusión, salgo de la agencia agotado y así permanezco durante todo el día, sin ganas de nada, ni siquiera de escribir. De hecho estas pocas letras son solamente el combustible mínimo necesario para mantener mi proyecto al ralentí, sin que se apague.

martes, 5 de abril de 2011

95

Me estoy aproximando a ese momento de la vida en el que uno debería saber si se cumplieron sus ambiciones, si triunfó o fracasó estrepitosamente, si se equivocó mucho o sólo algunas veces.

lunes, 4 de abril de 2011

94

En medio de una consulta de trabajo con un conocido de Barbastro sale a colación el servicio militar. Él me comenta que fue una de las mejores épocas de su vida y que allí hizo amistades profundas. Yo le digo que no hice ni un solo amigo. «¿Ni uno solo?», pregunta sorprendido, «¡Eso sería porque no querrías!». «No lo sé», contesto seriamente, sabiendo que está pensando que la culpa fue mía, «de hecho he olvidado casi todo lo relativo a aquellos meses, es como un espacio en blanco». Cuando el ciudadano se levanta de la silla y sale de la agencia la cuestión sigue dando vueltas en mi cabeza. En realidad yo tampoco me explico cómo es posible que no hiciese amistades en circunstancias teóricamente tan propicias para ello, porque de hecho debo hacer un gran esfuerzo para recordar dos o tres nombres y sus rostros desdibujados por el tiempo. El paisaje que rodeaba el polvorín que custodiábamos, sin embargo, sí permanece intacto en mi memoria: campos de labranza, sembrados de cereal, pinares de repoblación, colinas bajas y un cielo muy alto y limpio. El primer día que llegué me pareció más una granja que un cuartel. En el centro había una balsa de agua donde abundaban las ranas y las culebras de escalera. En verano, durante las guardias nocturnas, las paredes blancas de la garita, iluminadas potentemente por los focos, atraían a decenas de insectos de especies diferentes: mosquitos, escarabajos, saltamontes, mantis religiosas de aspecto maléfico, mariposas nocturnas de cuerpos de terciopelo.

domingo, 3 de abril de 2011

93

A las seis menos diez llevo a mi hija a la estación de autobuses. Ya casi no me afecta o, al menos, no me afecta como al principio. Paula, de dieciocho años cumplidos en diciembre, ha emprendido su propio viaje y yo y su madre ocupamos el espacio, importantísimo, que debemos y queremos tener en su vida, no otro. Regreso a casa y al enfilar mi calle creo ver un avión común volando sobre los tejados. ¿Es posible que ya estén de vuelta?

sábado, 2 de abril de 2011

92

Paso la tarde en la buhardilla, que es mi reino. Allí duermo la siesta tirado en el sofá mientras en la terraza se abren lentamente las flores de las fresas. Bajo mi columna vertebral gira el planeta a la luz del día.

viernes, 1 de abril de 2011

91

Por la mañana, congestionado, mocoso y lacrimoso, incapaz de estar medio minuto sin un pañuelo, abandoné el trabajo. Hacía muchos días laborables que no volvía a casa de improviso, y al entrar en la cocina sorprendí una luz diferente, más clara, más hospitalaria de lo que recordaba. Durante un instante tuve la sensación de entrar en el plató de una película fuera del horario de rodaje.

jueves, 31 de marzo de 2011

90

Esperando en la consulta de mi otorrino leo en una revista que el escritor John Cheever decidió alistarse en la Armada tras el ataque japonés de Pearl Harbour. Casualmente un comandante había leído alguno de los relatos de aquel soldado raso, publicados en el Harper’s Bazaar o el New Yorker, y decidió ponerlo a escribir para una revista del ejército, salvándole así, seguramente contra su voluntad, de una más que probable muerte en combate en la playa Utah durante las primeras horas del desembarco aliado en Normandía, el fatal destino de muchos de los compañeros de barracón de Cheever. Leo esta información y me recuerdo paseando con mi familia por esa playa en agosto de dos mil siete, preguntándome cuántos futuros músicos, carpinteros, profesores, panaderos, conductores, científicos, albañiles, pescadores, cuántos futuros escritores y granjeros murieron allí sin haber tenido tiempo de intentarlo, víctimas todos ellos, como los supervivientes, como Cheever, como yo mismo sentado en esta sala de espera, del azar.