A las seis menos diez llevo a mi hija a la estación de autobuses. Ya casi no me afecta o, al menos, no me afecta como al principio. Paula, de dieciocho años cumplidos en diciembre, ha emprendido su propio viaje y yo y su madre ocupamos el espacio, importantísimo, que debemos y queremos tener en su vida, no otro. Regreso a casa y al enfilar mi calle creo ver un avión común volando sobre los tejados. ¿Es posible que ya estén de vuelta?
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