Los chillidos de los niños en el parque se mezclan con el zureo de las tórtolas turcas. Una mosca se cuela en la casa zumbando como un pequeño bombardero que se hubiera perdido. La luz del sol se refleja en el suelo y me ciega, obligándome a dejar de escribir y levantarme para correr la cortina. Algunas de las fresas de las macetas han comenzado a madurar. Además de los aviones comunes que vi el otro día han regresado también los primeros vencejos de verdad, más grandes y oscuros que aquellos y con los que al principio siempre los confundía a pesar de ser tan distintos; es un espectáculo contemplar sus alas de guadaña ejecutando quiebros acrobáticos sobre los tejados y las antenas de televisión. Me pregunto si ya habrá despertado la salamanquesa que vive en mi terraza. Los días de invierno comienzan a ser algo remoto, lejano, casi legendario.
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