sábado, 14 de septiembre de 2019

Catorce de septiembre

Para escribir durante unos minutos hacen falta muchas horas de no escribir. Soy un radar mental. Escudriño mi exterior y mi interior constantemente, soy así desde que era apenas un niño, no es algo que provenga siempre de mi voluntad. Veo unos patos en el escaso caudal del río. Ropa tendida. Alfombras tendidas. Veo la matrícula de un coche: 5000 y a continuación la marca de un conocido whisky español. Veo en el escaparate del gran bazar chino del otro extremo de mi edificio los objetos tan absurdos y enormemente feos que venden. Cosas hechas con cartuchos de bala. Budas de todos los tamaños.

También para hacer una fotografía que dura un segundo se necesitan muchas horas de no hacer ninguna. Es un poco lo mismo. Tal vez algún día fotografíe el escaparate del bazar chino, o tal vez no. Porque detrás de todo ese tiempo de no escribir nada y no hacer ninguna fotografía, detrás de todo ese tiempo de no crear absolutamente nada, está el momento del sí, ahora sí. Sea porque se está haciendo tarde y el día termina, sea porque sabes en tu fuero interno que así ha de ser.

Aunque lo que hoy quiero consignar en este cuaderno de bitácora es lo siguiente: para transformar la vida cotidiana en un instante pertinente, significativo de algún modo, hace falta mucho aburrimiento aparente. Y digo aparente porque todos sabemos que el aburrimiento real no existe. Hay demasiadas cosas, demasiados ruidos, demasiada realidad a nuestro alrededor para que podamos aburrirnos de verdad. Yo, como todo el mundo, escucho y contemplo. Los colores me ciegan, los sonidos fuertes me aturden. Me asomo a la ventana de la cocina. Todavía hay nubes de insectos rodeando hipnotizados la luz de la farola de la acera. El frío se acerca. Desaparecerán.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Trece de septiembre

Ninguna felicidad, por
poco que dure, aunque
sea un leve soplo que
te despeina por sorpresa
durante unos segundos,
sobra.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Doce de septiembre

Todo se desarrolla con un orden que constantemente vibra, desconfía, duda antes de seguir adelante. Las decisiones más básicas como, por ejemplo, poner un pie delante del otro para caminar, y las más difíciles también. Llevo toda mi vida conviviendo con esa sensación. Todo vibra y existe en su temblor esencial, como los átomos. De acuerdo, seguramente no sé ni de qué estoy hablando, pero aspiro a hacerme entender por gente tan tonta como yo (que ya es difícil que existan).

Nada está quieto, ni lo feliz ni lo desgraciado. La parálisis real no existe salvo en algunos peces de la Antártida, que permiten que su sangre se congele sin daños para su resurrección. No es mi caso. Yo nací muerto y, sin embargo, desde entonces, la vida no ha hecho sino existir y vibrar a mi alrededor y dentro de mí sin más objeto que sobrevivir un poco más.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Once de septiembre

A estas horas en algún sitio mis parientes más cercanos hacen sus nidos en la copa de los árboles y se disponen a dormir. El agua de los arroyos del bosque es ligeramente roja. Los senderos de los elefantes quedan desiertos. El leopardo sale de caza. Las lejanas nubes que esta noche ocultan las estrellas confirman que no existe nada más.

martes, 10 de septiembre de 2019

Diez de septiembre

Llovió muchísimo durante poco tiempo, hubo truenos, el cielo se oscureció y después, poco a poco, la lluvia se alejó a otro lugar. Me gusta la lluvia, y el olor de después. Volví a casa con mis sandalias intentando no mojarme los pies. Reventado otra vez. Me cuesta tragar las cosas. Mañana iré a mi médica a que me eche un vistazo. Espero que sea una laringitis y ya está.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Nueve de septiembre

Hoy el día ha comenzado muy bien aunque he dormido poco porque anoche me quedé a ver el partido de Nadal en el Open de Nueva York, y eso que cuando me fui a la cama, cerca de las dos, todavía no había terminado, pero me tenía que levantar a las siete y media. Las vacaciones terminaron y vuelven los horarios y el orden, más o menos.

Hacia las once u once y media de la mañana sentí la aparición del amago de un momento complicado, pero pude salir adelante sin recurrir a nada, centrándome en las personas que tenía sentadas al otro lado de la mesa, aunque al llegar a casa estaba reventado.

El día acaba bien. Bendita siesta. Carlos trabaja de once de la noche a siete de la mañana en la bodega de Viñas del Vero mientras dure la vendimia. Se llevará para recenar arroz que ha sobrado de hoy. Cuando llega a casa su madre y yo nos estamos preparando para ir a trabajar y él se acuesta. Es raro. Una vida al revés.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Ocho de septiembre

Hoy, felizmente, han finalizado las fiestas patronales de Barbastro. Las noches volverán a ser silenciosas y los petardos, en su sentido literal, desaparecerán del escenario sonoro. O eso espero. Esta mañana el caudal del canal junto al cual solemos ir a pasear los fines de semana había descendido mucho. Sé que es la Confederación Hidrográfica del Ebro la que decide esas cosas. Hemos comido algunas moras maduras. En el cielo no había una sola nube, todo era azul. Le he dicho a Maite que los primeros habitantes de Marte, si nacieron en nuestro planeta, echarían muchísimo de menos el azul puro y maravilloso del cielo terráqueo, por no hablar del verde de árboles, arbustos y campos agrícolas. Este cielo azul de tierra adentro, que no tiene nada que ver con el de la costa o el de Bergen, en Noruega, parece más alta, más inmenso, más maravilloso, y sé que si yo fuese uno de esos primeros astronautas sería lo primero que echaría en falta, por muy bonito que sea el cielo de color melocotón marciano. Luego echaría en falta las plantas, el zumbido de los insectos, el vuelo de los pájaros. Pero debemos explorar otros mundos y aprender a vivir en ellos. La nave se hunde lentamente, muy lentamente, pero tenemos que buscar nuevos horizontes, algo que, por otra parte, siempre hemos hecho como especie; algo que llevamos impreso en nuestro ADN. No sé muy bien cómo he comenzado alegrándome del fin de las fiestas patronales de Barbastro para terminar escribiendo sobre la exploración espacial, pero qué importa. Este es mi diario. Larga vida y prosperidad 🖖.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Siete de septiembre

Voces en la calle que me impiden dormir. Bocinas de coches. Petardos. ¡Estamos en fiestas! ¡Viva! Cuanto más viejo me hago más las odio. Tanta convención social, esa obligación de hacer ruido y pasarlo bien haciendo ruido y jodiéndome a mí el sueño. Pero no puedo hacer nada. Cerraré los ojos y rezaré para que se cansen. Fiestas patronales... Yo las prohibiría todas. Soy un malo de James Bond. Todas. Y también la Navidad. A tomar por el culo la Navidad, las fiestas patronales y la madre que las parió a todas. Soy la alegría de la huerta.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Seis de septiembre

Hace horas que los pájaros que viven cerca del río, en la maleza y árboles del otro lado, se han retirado. Duermen. Cuando mañana amanezca cantarán como si se hubiesen vuelto locos, aunque lo único que estarán haciendo es lo que deberíamos hacer nosotros: dar gracias por un día más en este planeta, dar gracias por seguir vivos y capaces de cantar y bailar y besar y ser besados.

Con los pájaros, como con las flores y plantas, me sucede que los que más me gustan son los silvestres y sencillos: gorriones, lavanderas, tórtolas turcas, palomas comunes, verderoles, cardelinas o aviones comunes. Prefiero un pequeño gorrión comiendo los restos de un bocadillo en un parque que un pomposo flamenco o un águila imperial. Y sé que es absurdo, porque ni el flamenco es pomposo ni el águila imperial, pero me permito estas inocentes tonterías que no van a ninguna parte.

Dejo jugar a mis pensamientos y mis dedos sobre el teclado. A menudo no hay nada mejor que dejarse llevar por el agua, por el viento, por el tiempo, sin oponer ninguna resistencia. Se parece a rendirse a la música.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Cinco de septiembre

Después de treinta y cinco días de vacaciones hoy he vuelto al trabajo. A los diez minutos mis sensaciones han sido las de alguien que nunca se hubiera ido. Y, lo que es más preocupante pensando en mi todavía lejana jubilación: me he sentido estupendamente. Focalizar tu mente en los demás la desvía de ti mismo. ¿Qué pasará entonces cuando deje de trabajar si no me he muerto antes, algo que no descarto en absoluto? Que tendré un arduo trabajo por delante. Más arduo de lo que pensaba. Hoy me he dado cuenta de que echaba de menos el contacto con personas desconocidas que buscan información. Lo mismo estoy un poco loco (já, un poco), pero recuperar ese contacto me ha hecho mucho bien a todos los niveles.

Me doy cuenta de que lo que hago permanentemente es ordenar el caos y lo impredecible. Saber que mañana tendré que madrugar, ducharme y abrir nuestro pequeño puesto de información comarcal me tranquiliza, me ancla al suelo más fuertemente que la gravedad. Me doy cuenta, tengo la sensación, de que en cualquier momento podría salir volando, flotando hacia la estratosfera hsta terminar helado y muerto por asfixia girando alrededor de mi casa redonda y preciosa y azul, los ojos convertidos en cristal.

Ordenar el caos. Escribir una palabra detrás de otra con la ridícula ambición de expresar algo pertinente. Dar testimonio de la navegación como los antiguos capitanes.

La noche llegó y, como llegó, se irá para dar paso a la aurora de delicados dedos sonrosados. Porque el planeta gira y palpitan nuestros corazones, y recordamos, y olvidamos, y amamos; porque en lo más profundo de nuestro ser, en ese lugar que los poetas se empeñan en desvelar, no sé por qué, sabemos que ya estamos muriendo. Que ya estamos muertos. Que el caos no existe, y menos todavía lo impredecible. Que lo único que existe es aquella única certeza.

Por eso es necesario dar testimonio. Sé que todo lo que me rodea, lo que amo, lo que odio, lo que me es indiferente, desaparecerá, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? Estoy vivo ahora mismo. Contemplo el mundo con un asombro infinito.