Hace horas que los pájaros que viven cerca del río, en la maleza y árboles del otro lado, se han retirado. Duermen. Cuando mañana amanezca cantarán como si se hubiesen vuelto locos, aunque lo único que estarán haciendo es lo que deberíamos hacer nosotros: dar gracias por un día más en este planeta, dar gracias por seguir vivos y capaces de cantar y bailar y besar y ser besados.
Con los pájaros, como con las flores y plantas, me sucede que los que más me gustan son los silvestres y sencillos: gorriones, lavanderas, tórtolas turcas, palomas comunes, verderoles, cardelinas o aviones comunes. Prefiero un pequeño gorrión comiendo los restos de un bocadillo en un parque que un pomposo flamenco o un águila imperial. Y sé que es absurdo, porque ni el flamenco es pomposo ni el águila imperial, pero me permito estas inocentes tonterías que no van a ninguna parte.
Dejo jugar a mis pensamientos y mis dedos sobre el teclado. A menudo no hay nada mejor que dejarse llevar por el agua, por el viento, por el tiempo, sin oponer ninguna resistencia. Se parece a rendirse a la música.
viernes, 6 de septiembre de 2019
Seis de septiembre
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