Esta mañana, cuando hemos vuelto de caminar junto al canal, hemos visto frente a la puerta de nuestro piso una barquilla llena de tomates, berenjenas, pepinos y pimientos. Enseguida hemos sabido, porque no era la primera vez, que aquello era un regalo de Ángela, nuestra vecina del piso de arriba. Para nosotros no puede haber una sorpresa mejor: ni dulces ni diamantes ni nada: productos de su huerto recolectados y agrupados para nosotros.
Yo conozco a Ángela, debido a mi trabajo de atención al público y porque Barbastro al final es un pueblo, desde hace años. Está jubilada desde hace tiempo y sus regalos: calabazas una vez, un montón de puerros en otra ocasión, el de hoy, son totalmente generosos. Le digo: "Pero, Ángela, ¿cómo podemos devolverte estos regalos?", y ella dice: "No hace falta, es que el huerto es así, cuando da lo da todo a la vez". Yo pienso: "Sí, es verdad, los huertos lo dan todo a la vez, pero podrías dejar que lo que no fueses a consumir se pudriera en el suelo y lo fertilizase, en vez de agacharte para recogerlo y regalárselo a tus vecinos de abajo".
No hay nada más maravilloso que la generosidad gratuita, aquella que consiste en dar sin esperar recibir nada a cambio salvo, acaso, un "gracias" dicho desde el corazón. Eso, por nuestra parte, lo tiene garantizado.
Qué bonito es tener vecinos así, buenos sin que ellos sean plenamente conscientes de que lo son, naturales sin tonterías. Ángela conduce uno de esos vehículos que no requieren carnet de conducir, una especie de cápsula que hace mucho ruido en el garaje. No cuida su aspecto, no se maquilla, es mujer de muy pocas palabras, es el tipo de gente que me gusta, y no por sus regalos del huerto, que también, sino por su potente y anónima personalidad.
Somos una especie gregaria, sociable; yo, con todo lo cascarrabias que soy, no puedo evitarlo: mañana, cuando levantemos la persiana de nuestra pequeña oficina comarcal del Instituto Nacional de la Seguridad social de Barbastro y comience a entrar la gente, toda mi energía física y mental se concentrará en ayudarles. En nada más. Tal vez, en algún momento, piense en Ángela y los regalos de su huerto, y el círculo quedará cerrado.
miércoles, 4 de septiembre de 2019
Cuatro de septiembre
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4 comentarios:
que linda historia que no e mas que tu vida diaria. Así da gusto leer entradas, "naturales", las mas lindas...
Y un beso grande a tu vecina de mi parte...
De tu parte e imaginaria, porque no se dejaría. Ella es así. Pero cuenta tu beso como dado. Al dármelo a mi es como si se lo dieras a ella. Otro para ti.
Te leo, y espero comentarte con más tiempo, claro. Esta tarde vamos a tu pueblo, pero una visita breve aunque agradable. Un abrazo, Jesús.
Los comentarios no tienen importancia, José Luis. Si queréis hacerlos bien y si no también. A mí no me hacen falta, aunque los agradezco, claro. Cómo no.
Un abrazo.
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