Para escribir durante unos minutos hacen falta muchas horas de no escribir. Soy un radar mental. Escudriño mi exterior y mi interior constantemente, soy así desde que era apenas un niño, no es algo que provenga siempre de mi voluntad. Veo unos patos en el escaso caudal del río. Ropa tendida. Alfombras tendidas. Veo la matrícula de un coche: 5000 y a continuación la marca de un conocido whisky español. Veo en el escaparate del gran bazar chino del otro extremo de mi edificio los objetos tan absurdos y enormemente feos que venden. Cosas hechas con cartuchos de bala. Budas de todos los tamaños.
También para hacer una fotografía que dura un segundo se necesitan muchas horas de no hacer ninguna. Es un poco lo mismo. Tal vez algún día fotografíe el escaparate del bazar chino, o tal vez no. Porque detrás de todo ese tiempo de no escribir nada y no hacer ninguna fotografía, detrás de todo ese tiempo de no crear absolutamente nada, está el momento del sí, ahora sí. Sea porque se está haciendo tarde y el día termina, sea porque sabes en tu fuero interno que así ha de ser.
Aunque lo que hoy quiero consignar en este cuaderno de bitácora es lo siguiente: para transformar la vida cotidiana en un instante pertinente, significativo de algún modo, hace falta mucho aburrimiento aparente. Y digo aparente porque todos sabemos que el aburrimiento real no existe. Hay demasiadas cosas, demasiados ruidos, demasiada realidad a nuestro alrededor para que podamos aburrirnos de verdad. Yo, como todo el mundo, escucho y contemplo. Los colores me ciegan, los sonidos fuertes me aturden. Me asomo a la ventana de la cocina. Todavía hay nubes de insectos rodeando hipnotizados la luz de la farola de la acera. El frío se acerca. Desaparecerán.
sábado, 14 de septiembre de 2019
Catorce de septiembre
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