jueves, 3 de marzo de 2022

Viktor

Hoy en el trabajo he atendido a Viktor. Conozco a su madre, Olga, y también a su hermana, Svetlana, desde hace muchos años. Ha venido para tramitar una Incapacidad Permanente a instancia del Instituto Nacional de la Seguridad Social al amparo del convenio bilateral entre España y Ucrania. Hemos hablado. Su hermana ahora mismo está allí con su marido y su suegra, que está incapacitada, lo cual les impide venir a España. Los niños están aquí, con su abuela. En un momento dado de la conversación se le han humedecido los ojos y, claro, a mí me ha pasado lo mismo.

Me ha enseñado fotografías que le envía su hermana: edificios destruídos totalmente, árboles arrasados por las bombas: lo que vemos cada día en las noticias, aunque esas fotos las había hecho Svetlana desde allí.

"Si no estuviera enfermo estaría allí luchando, cerca de mi hermana, defendiendo mi país", me ha dicho. Y se ha puesto a llorar de impotencia y dolor. He salido de detrás de mi mesa y la mampara y le he cogido la mano y el brazo. No soy inmune al dolor de los demás. Se ha calmado poco a poco. Luego se ha ido y me he asomado a la ventana que hay tras mi silla para observarle. Cojeaba ligeramente, los hombros hundidos, un ucraniano enfermo en Barbastro, un pueblo al norte de Aragón, en España. Su hermana durmiendo y viviendo en un sótano. La vida, que hace semanas era una vida normal como la nuestra, con terrazas llenas de gente, cines, restaurantes, comercios, destruida en dos días. Me he dado cuenta de que le daba vergüenza llorar y le he cubierto un poco con mi cuerpo antes de despedirnos.

Nada está escrito. Nada. Ni la paz ni la guerra ni el futuro ni nada de nada. Por eso escribo.

miércoles, 2 de marzo de 2022

Cosas bonitas

Hoy me siento tan cansado que creo que no esperaré a la medianoche para abandonar en el último momento del baile una de mi botas como un ceniciento cualquiera. Me acostaré temprano para lo que son mis (malas) costumbres e intentaré soñar con cosas bonitas: bosques, caballos, el mar, un río escoltado por fresnos y rosales silvestres. La primavera está a la vuelta de la esquina. Con la edad he aprendido a amarla.

martes, 1 de marzo de 2022

Los prados verdes

Sólo aspiro a una vida normal, mantener la vida normal que tengo. Hace unas semanas a una persona de Barbastro le tocaron diez millones de euros en la lotería. Mi querida compañera de trabajo Esther dijo literalmente: menudo ladrillazo en la cabeza, y le comprendí perfectamente.

Una vida normal. Días buenos y días malos. Dinero suficiente para comer y beber bien, la gasolina del coche, sustituir los calzoncillos que se rompen, siempre por el mismo puñetero sitio. Amor diario, no extraordinario: amor diario y pequeño, ese que riega los humildes y hermosos prados verdes.

lunes, 28 de febrero de 2022

Como la lluvia que no llega

Trabajo en una agencia de la Seguridad Social a pie de calle informando al público, y los lunes suelen ser terribles. No sé, es como si durante el fin de semana a los ciudadanos nos diese por pensar: ¿Y si me jubilo?; ¿y si este verano me voy de vacaciones y me ha caducado la tarjeta sanitaria europea?; ¿en qué ha cambiado la ley general de la seguridad social a partir del uno de enero de este año?; ¿cuántos años cotizados tengo?; me queda un mes para dar a luz, ¿qué tendré que hacer para percibir la prestación de maternidad?; voy a contratar a una empleada de hogar, ¿cómo lo hago?.

Es sin lugar a dudas, junto al martes, el día más complicado, porque la mayoría de las personas acuden sin cita previa y, como vienen desde pueblos y lugares distantes -mi agencia es comarcal y atiende a un territorio inmenso- y no tenemos corazón para no atenderles, terminamos derrengados y con un estrés tremendo. No me quejo, me gusta lo que hago, pero los lunes salimos todos sin saber ni cómo nos llamamos, con el cerebro derretido.

En una trinchera como la mía se palpa muy bien cómo está la población, cuáles son sus preocupaciones. Noto intensamente que la crisis económica de dos mil ocho y después la pandemia ha dejado un rastro profundo, mucha ansiedad, muchas tragedias de salud y también económicas, mucho nerviosismo y miedo al futuro. Es algo que supongo que sucede en toda España: se respira inquietud e incertidumbre, y sólo ha faltado la invasión de Ucrania por parte del sátrapa Putin para alimentar la desesperanza.

Después de tantos años trabajando en esto, en vez de endurecerme mi empatía y mis neuronas espejo se han hiperdesarrollado, con lo que a menudo salgo hecho polvo de la oficina de información no ya por la carga de trabajo, que es muy grande, sino por las cosas que me han contado, el tono de las voces, la tristeza o la desesperación.

A menudo, allí o también en Zaragoza, me gustaría poder ser un ladrillo emocional, muchas veces lo he deseado y he maldecido no saber serlo. Pero estas cosas son como la lluvia que no llega, las nubes blancas a kilómetros de distancia de la superficie desde donde las miro, aunque por su tamaño parezcan más cerca; estas cosas son como el latido permanente de mi corazón o la respiración inconsciente de mis pulmones: forman parte de mi naturaleza.

domingo, 27 de febrero de 2022

Lo mejor que sé hacer

Este fin de semana, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos quedado en Barbastro. Hemos ido a pasear por el campo. Todos los almendros estaban en flor. Hoy es domingo: el último día que me duché fue el viernes antes de ir a trabajar. Emocionalmente ha sido un masaje maravilloso (y sé cómo puede sonar esto a quien no tenga familiares enfermos cerca, pero ya me da igual, yo sé). Lo mejor es que he podido dedicarme a lo que mejor sé hacer: no hacer nada exactamente.

sábado, 26 de febrero de 2022

Pajaricos

Es raro. Hay guerras -no solamente la de Ucrania, ahora mismo probablemente estén bombardeando Yemen y Damasco, y todas las que estoy olvidando sin querer- y yo estoy aquí, en este pequeño rincón de mi casa donde siempre escribo, como si no pasara nada.

Mi madre duerme (¿con qué soñarán los enfermos de Alzheimer, que en este otro lado no tienen memoria?) y yo estoy aquí, sentado en esta silla de Ikea, frente a una pequeña mesa blanca junto a mi cama.

Los pajaricos de esta tarde, gorriones todos en fila sobre la farola al sol que hay frente a nuestro salón, a estas horas deben estar durmiendo en alguna parte que no conozco. Los jabalíes salen a alimentarse sin tener en cuenta la propiedad de los campos de maíz.

Echo mucho de menos el mar cuando jamás viví en su orilla. Echo de menos algo que no sea todo esto. Echo muchísimo de menos a alguien que sea yo y al mismo tiempo no lo sea. Echo de menos a otro Jesús Miramón distinto, mejor y más tranquilo y responsable que yo.

viernes, 25 de febrero de 2022

Guerra

En plena guerra de la extinta Yugoslavia Maite estaba embarazada de Paula, nuestra hija mayor, hace treinta años. Eran nuestros últimos días en Banyoles y recuerdo que, durante una consulta con su ginecólogo, salió el tema de aquella guerra terrible. Aquel hombre, muy agradable y profesional, torció el gesto y nos comentó que ya no podía ver las noticias en la televisión porque se sentía impotente al no poder hacer nada para evitarlo. Yo entonces lo comprendí a medias: ahora lo comprendo del todo. Él dijo, y lo recuerdo perfectamente: ¿Qué debo hacer, dejar a mi familia e ir allí a combatir contra los serbios? ¡Ni siquiera sé cómo funciona un arma de fuego, sólo soy médico!

Sí, ahora le comprendo bien. Hay momentos de la vida en los que la información sólo te genera impotencia. Y no sucede sólo con las guerras, también con las hambrunas, los naufragios nocturnos y terribles de migrantes que buscan un futuro mejor, tanto dolor y desesperación en el mundo.

Putin, el presidente de Rusia, dio la orden de invadir Ucrania la pasada madrugada. No las zonas supuestamente prorrusas del Donbass, no, todo el país. Ahora mismo están a treinta y cinco kilómetros de Kiev. Y yo, que ya tengo una edad, puedo comprender el marco teórico de todo: Rusia no quiere a la OTAN y su poder nuclear en sus límites fronterizos, Rusia quiere mantener su influencia en las regiones que fueron parte de su territorio, y si para ello debe romper con el derecho internacional y la soberanía de Ucrania, está dispuesta a hacerlo y, de hecho, así ha sido. Putin ha hecho lo mismo que Hitler hizo en Polonia, y me resulta profundamente desesperanzador que en este siglo se repita el horror del siglo pasado. Y todavía me parece más desesperanzador que haya personas de izquierdas que defiendan a Putin, que bien podría ser un personaje de cómic, ridículo y malo acariciando un gato, cuando es un dictador que encarcela a sus contrincantes políticos, si no les envenena antes, y niega los derechos de las personas LGTBI.

He escrito que ya tengo una edad. He asistido a varias guerras. La de Yugoslavia, al suceder en Europa, fue especialmente terrible, y esta afirmación es injusta pues no fue más terrible que las que durante los últimos treinta años se han dado en Asia, África y demás lugares del mundo. En Yemen Arabia Saudí, apoyada por los Estados Unidos, bombardea y asesina a civiles, niños incluidos. Por no recordar la guerra de Irak basada en la mentira de las armas de destrucción masiva que luego trajo la de Afganistan, un triste y cruel país para las mujeres del que ya nadie se acuerda después de que los talibanes la ganaran y los países occidentales abandonaran a su población a su amarga y desgraciada suerte.

Y a pesar de todo me sigo conmoviendo. Me sigo enfadando e indignando. Siempre he dicho que yo no soy pacifista sino pacífico. Asesinaría a dentelladas y con las uñas, como un animal rabioso, a quien amenazase a las personas que amo. La invasión de Ucrania es una violación a plena luz del día delante de toda la Unión Europea y la OTAN. Y Putin es el responsable, el violador, el criminal, el dictador de facto de un país inmenso que, en su día, venció al fascismo. No sé qué sucederá en los próximos días. Ahora mismo los soldados ucranianos combaten en un aeródroma cercano a la capital, Kiev, contra el intento ruso de establecer una cabeza de puente con fuerzas especiales. Es la guerra. Entre mis usuarios en el trabajo hay ciudadanos ucranianos que llevan muchos años residiendo en España, algunos prorrusos y otros lo contrario, pero creo que con lo sucedido desde ayer ya todos se sienten ucranianos. Tengo ganas de que vengan a mi agencia por cualquier otro tema y hablar con ellos sobre esto.

Me voy a la cama, tarde como siempre, sin el estruendo de las bombas, sin la amenaza de la guerra, sin necesidad de recoger las cosas más importantes y salir corriendo de mi país huyendo de la violencia y la muerte. Cerraré los ojos y dormiré sin miedo, aunque con el corazón encogido.

jueves, 24 de febrero de 2022

Playa

Otro día se acerca a la orilla para acariciarla y retirarse dejando sitio al siguiente. Yo hoy no soy el mismo que ayer y también rompo en la orilla y vuelvo a chocar contra ella. El tiempo la acaricia y yo rompo en ella porque no sé ser de otro modo. Palabras y palabras y palabras. ¿A quién quiero engañar? Todo, absolutamente todo, lo ignoro.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Como si el mundo lo fuera todo

Siempre me he complicado mucho la vida. Desde que era un adolescente le he dado a todo muchas vueltas. Ahora estoy cansado. Me gustaría detener mi cerebro, hacerlo entrar en reposo como hacemos con los odenadores, y luego, cuando quisiera, despertarlo.

La tierra gira en la galaxia y yo sobre ella sentado con mi culo gordo en una silla de Ikea. No me gusta ser como soy, esto tengo que decirlo con absoluta sinceridad. Hay muchas cosas de mí que no me gustan y podría cambiar si fuese un ser humano inteligente, pero no lo soy: soy un viejo idiota y vago, y compulsivo, y sensible sin control alguno, algo todavía peor que ser insensible.

Sí, siempre he hecho de todo un mundo como si el mundo lo fuera todo.

martes, 22 de febrero de 2022

Un hurón, otra oportunidad

Un nuevo día comienza, ajeno a todo, sólo porque sí. He cagado y me he duchado. Ahora, limpio como una patena, escribo con un capuchino de Tassimo a mi lado: lo necesito para comenzar a ponerme en marcha. Me acabaré de vestir y acudiré al trabajo. Ignoro qué personas se sentarán al otro lado de mi mesa ni qué querrán preguntarme. Por no saber no sé si hoy se precipitará sobre nuestro planeta un meteorito no detectado que acabará definitivamente con cualquier forma de vida.

Vale, lo sé, mi imaginación es como un hurón sin control, lo sé, vale. Un nuevo día comienza. Una nueva vida. Otra oportunidad.