El viernes despedimos a un compañero que se jubilaba. Él, además de colega, es también granjero y agricultor, y nos regaló una docena de huevos de su corral a cada uno, y abrió una botella de vino dulce casero para acompañar unos pasteles que había comprado.
Ayer sábado recorrimos dos veces los doscientos cincuenta kilómetros que hay entre esta mesa y el huerto de mis padres. De nuevo nos reuníamos todos, algo que no sucedía desde Navidad. Coches aparcados en batería, niños de diferentes edades corriendo y chillando por doquier, platos y bandejas de comida, buena bebida, en fin, lo de siempre (maravillosamente "lo de siempre"). Me sentí feliz al ver casi totalmente recuperada a mi hermana pequeña, con quien había estado por última vez a finales de febrero en un hospital de Pamplona.
Hoy el domingo ha transcurrido lenta y pacíficamente. Al mediodía he preparado una fideuá de sepia, y por la noche me he ensimismado de tal modo pelando patatas que al final he tenido que hacer dos tortillas en vez de una. Ahora tengo en la boca el sabor del ajo picado de la ensalada de tomate, y no me desagrada. Bebo un sorbo de whisky. Levanto la vista y contemplo la inmóvil cortina exterior de la terraza. Aunque el viento se ha calmado puedo sentir cómo mi mundo se precipita suavemente.
domingo, 11 de marzo de 2007
Suavidad
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3 comentarios:
Ya hacías falta, Jesús. Y qué blog tan atractivo. Ideas me dan de cambiarme el traje...
:-)
Siempre un placer. Gracias.
¡Olé, olé y olé!
Qué gusto leerte de nuevo, Jesús. Y, como dice Rosa, qué blog tan bonito (la foto de cabecera es verdaderamente preciosa).
Me alegro mucho de verte. Un abrazo.
Hola, estáis en vuestra casa.
:-)
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Sobre las fotografías de cabecera: si se actualiza la página cambian aleatoriamente.
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