Debemos tomar las riendas de nuestra vida. Recuerdo la primera vez que escuché esta frase, hace dos o tres años, cuando comenzaron mis comunes problemas mentales. Ni ansiedad ni depresiones ni pollas: tenemos que tomar las riendas de nuestra vida, y ya está.
Así, de primeras, suena muy bien. Nada puede objetarse a semejante propuesta: tomar (de una puta vez) las riendas de tu vida (para que desaparezcan la puta ansiedad, la puta depresión y todas las demás posibles putas cosas que te impiden ser feliz). Fin de la coletilla.
Pero se da la circunstancia de que yo sé montar a caballo. Aprendí muy joven en Tudela, cuando era un adolescente, y muchos años más tarde, en Bañolas, salía a pasear dos veces por semana con una preciosa yegua que se llamaba LLivia. Sé lo que son unas riendas, sé para lo que sirven y sé que pueden utilizarse mal, muy mal, o con sentido común -sabiendo siempre que unas riendas son lo que son: un instrumento para dar órdenes.
Soy, a mi pesar, poeta, y comprendo que la frase "Debemos tomar las riendas de nuestra vida" es una metáfora de la peor especie, pero como además fui jinete de verdad esa metáfora precisamente, y no otra, no me sirve. O sí me sirve, pero para darle la vuelta: la vida, nuestra vida, no puede ser sometida fácilmente. No sirve la fuerza bruta, no sirven los tirones. Necesitamos aire, sentir que de algún modo todavía somos libres, ese es el secreto para que un animal de quinientos kilos no te envíe volando a Saturno.
Tengo cincuenta y dos años y no soy dócil: eso complica las cosas. Tengo tendencia a las adicciones y eso complica (mucho) las cosas. Mis riendas, las que yo mismo habría de tomar en mis manos, según parece, deberían estar construidas de un material eléctrico y paralizante, algo en cualquier caso rotundo, aniquilador, para que tuviera un efecto duradero en el tiempo. Esto es algo que todavía no se ha inventado.
¿Debo tomar las riendas de mi vida? Seguramente, lo que sucede es que me reconozco en el caballo, no en el jinete.
jueves, 17 de diciembre de 2015
Soy el caballo
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6 comentarios:
Yo me creí jinete (o caballero de la reluciente armadura en defensa de causas nobles) durante muchos años. Y no me lució mucho el asunto. Ahora soy más el caballo, como tú dices. Un caballo que intenta acoger con amabilidad su naturaleza animal y a la vez su aspiración a jinete. Me trato bien, intento estar en paz con mis limitaciones o frustraciones o lo que venga. Y oye, igual nos convertimos en centauros un día de estos, jaja!
Ese mandato: "debemos tomar las riendas de nuestra vida" me suena igual que "querer es poder", un refrán que puede hacer mucho daño. Al menos a las personas que pecamos de en exceso responsables. Quizás a un perezoso tremebundo le vaya bien oírlo, pero a mí me hacía sentir culpable por todo aquello a lo que no llegaba a pesar de mis esfuerzos enormes. Ese tipo de mandatos me machacan. Hacerlo lo mejor que uno sabe y puede, y si sale bien estupendo, y si sale mal, pues una de dos: o lo intentas de otra manera, o intentas otra cosa. Pero con amabilidad (y humildad). Los mandatos, con perdón, a cagar!!!
Un beso y buenas noches!
Yo todavía no, pero tú, Elvira, sí eres una centaura. Quienes te conocemos lo sabemos y aprendemos.
Sobre los mantras de pacotilla como el que he comentado hoy, tienes toda la razón: ¡a cagar!
A los caballos cagar se nos da extraordinariamente bien.
Un beso muy fuerte.
Bona nit, estimada.
Se nos da MUY bien, jaja!
Eres muy amable, amigo, ya quisiera yo!
Otro beso para ti!
Puestos a autocontrolarse, prefiero a Pippi:
"But who tells you when to go to bed at night and things like that?" asked Annika.
"I tell myself," said Pippi. "First I tell myself in a nice friendly way; and then, if I don't mind, I tell myself again more sharply; and if I still don't mind, then I'm in for a spanking--see?"
Petonets!
Madre mía, cuántos años hacía que no pensaba en Pippi Langstrum, la serie de televisión me marcó la infancia, era maravillosa.
Tengo que aprender su sistema, sobre todo cuando se habla a sí misma de manera amigable y bonita. Eso es lo primero que tengo que aprender...
Petonet!
Lo dejas muy claro.
Pues a cabalgar, Jesús.
Un abrazo.
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