Mañana, en este país católico, se celebra el día de Todos los Santos. Los cementerios se poblarán de muchedumbres de seres humanos vivos dispuestos, con todo el amor de su corazón, a prestar homenaje a quienes ya cruzaron aquel río. Yo lo respeto, lo respeto muchísimo -por alguna extraña mutación neuronal siempre, prácticamente desde que era un niño, he sentido una intensa y vergonzante curiosidad por la muerte.
Todos los Santos: sería un buen título para otra película de zombis dispuestos a devorar cualquier cerebro disponible.
Todos los Santos. Tengo algunos: primos, tíos y tías, suegros, amigos, conocidos, compañeros de viaje que ya no están, seres humanos que, como miles y millones antes que ellos, desaparecieron en el fragor de la vida y sus posibilidades y enfermedades.
¿Qué sustenta la idea del terror a la extinción? ¿Nuestra patética pretensión de alguna mínima importancia en este mundo permanentemente atravesado por partículas tan invisibles como fundamentales?
Somos sombras. Vivimos siendo sombras. Hojarasca de otoño. Ese fulgor.