A veces pienso en mi muerte y sufro por el trabajo que daré a los demás, por su tristeza, por su sufrimiento al amarme y saber que he desaparecido. Pero a mí no me da un miedo terrible. Sé que la vida es un sueño, y lo sé desde muy pronto, tal vez porque nací muerto. A veces pienso: "cuando muera ya no escucharé permanentemente el tinitus que me acompaña desde hace años, ya no tendré ataques de pánico, ya no sufriré ansiedad por nada, me diluiré en el universo, molécula a molécula, partícula a partícula, y regresaré a donde estuve o no estuve antes". Luego pienso en mi compañera, en mi mujer, en la persona con la que he compartido casi toda mi vida, y no quiero que llore, no quiero que me eche de menos, y también pienso en mis hijos y sucede lo mismo. Creo que la muerte me da más miedo por el dolor que podría provocar en los demás que el que podría provocarme a mí. Supongo que le pasa a todo el mundo, que es un sentimiento común a partir de cierta edad. Las montañas ya tienen nieve. Hace frío por la mañana. Este extraño lugar continúa siendo real, sólido, un planeta que gira alrededor de una estrella. Y el tiempo, como el arroyo más pequeño y humilde del bosque, fluye en una sola dirección.
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